martes, 13 de noviembre de 2012

Carnaval neocapitalista y triste
















“Los ciegos me preguntan «¿Cómo es / la luz?» Y yo querría pintarles, inventarles / qué plenitud es, cómo se funde con el cuerpo, / con el alma, llenándonos, embriaguez exacta / mediodía, mar llena, enorme flor sin pétalos (…).  No, no saben, no pueden / comprender”. Era nuestro gran Dámaso Alonso el que lamentaba así el abismo entre quien ha sentido el beso de la luz y aquél a quien le está vedado su cálido abrazo.

Halloween es el ajetreo de la oscuridad. Espoleados por escaparates multicolor, por el auge del cine de terror de serie B (y, últimamente, de jóvenes y hermosos vampiros fílmicos) y por la inventiva comercial de los adultos, no pocos niños y mayores se suben al carro del disfraz y la mueca. Otra rueda en el engranaje del neocapitalismo, que necesita inventar necesidades para generar nichos de consumo de nuevos productos. El resultado es “la euforia dentro de la infelicidad”, ha escrito Herbert Marcuse. A pesar de que se los consuma con agrado, “siguen siendo lo que fueron desde el principio: productos de una sociedad cuyos intereses dominantes requieren la represión”.

Cuando se inicia noviembre, ponemos en el altar del recuerdo a los seres queridos que ya nos faltan. Del budismo o el hinduismo al judaísmo y el cristianismo, esa memoria hiriente y consoladora nutre la cosmovisión religiosa y vertebra la cultura occidental: la piedad hacia los fallecidos pone en relación de continuidad unas generaciones con otras y sella el vínculo entre familiares, amigos y ciudadanos. Frente a tétricos rituales de paso de estación –a los que se liga el origen de Halloween–, en el cristianismo se ubicó la celebración de todos los santos un día antes de la memoria de los difuntos como prólogo luminoso. 

Pero Halloween es oscuridad. En sus sótanos –lugar que rara vez visitan los que frecuentan el disfraz y la mueca– habita una ceguera que afecta a cosas invisibles al ojo físico pero que nutren al mundo. En ese ajetreo de caricaturas espectrales, la vida de los que faltan queda desdibujada, irreconocible. No hay recuerdo luminoso ni posible pervivencia en los ojos vacíos de la calabaza. Nadie comprende ni nos habla desde sus cuencas mudas. Halloween: carnaval neocapitalista y triste.  

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Artículo propio publicado en el diario Información, 06/11/2012, p. 29. En la imagen: fotografía tomada en Castrourdiales (Cantabria) el 16/04/2011.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La senda del futuro

















No se puede ganar el futuro siendo una rana. O siendo un gusano. Me explico. En su autobiografía, una de las figuras más brillantes de la investigación española se refería al gran árbol de la ciencia y a dos de sus inquilinos: el especialista corto de miras y el científico con sentido filosófico. “El especialista trabaja como una larva, asentado sobre una hoja y forjándose la ilusión de que su pequeño mundo se mece aislado en el espacio; el científico general, dotado de sentido filosófico, entrevé el tallo común a muchas ramas”. Reflexiones de nuestro Ramón y Cajal, ya con el Nobel en su haber por sus trabajos sobre la comunicación sináptica.

En un fascinante reportaje sobre las nuevas tendencias de la educación superior en China, firmado por Austin Ramzy para Time, me encontré ayer de nuevo con Ramón y Cajal. O casi. Era Peng Wanrong (Wuhan University) el que ironizaba sobre esa actitud de provincianismo intelectual, encarnada ahora… en una rana. “Todas las escuelas de élite tienen ese tipo de profesor de ciencia e ingeniería que sólo conoce su campo. Ponle en el ancho mundo y apenas se dará cuenta de que su conocimiento está tan limitado como una rana en un pozo”.

Y es que el conocimiento –y esa variedad suya, metodológicamente refinada, que llamamos ciencia– es, por definición, apertura. Nada sabe aquél que se recluye en su hoja (o en su pozo). El especialismo a ultranza produce resultados prácticos deslumbrantes a corto plazo, pero a largo seca las raíces del interés por el mundo y, con ellas, agosta el árbol de la ciencia. Ortega y Gasset llamaba a esto ‘barbarie’. Y no poco de bárbaros tienen los tecnócratas a cuyas andanzas nos estamos acostumbrando.

Pero la senda del futuro no va por ahí. El porvenir será de los osados: de los que se atreven a medirse con el horizonte, con esa realidad unitaria que supera los límites de las perspectivas (lícitas pero parciales) de las disciplinas particulares. Somos ya bastantes los que abogamos por abolir la dicotomía entre “las dos culturas”, por la cual “se es de letras” o “se es de ciencias”. Una escisión que tuvo su sentido en otro contexto histórico: no en el nuestro. En España o en China, el porvenir no será de los gusanos reconcentrados en su hoja ni de las ranas satisfechas en su charca. El futuro pertenece a los seres humanos que se abren al mundo. 

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Artículo propio publicado en el diario Información, 20/10/2012, p. 76. En la imagen: fotografía tomada en Castrourdiales (Cantabria) el 16/04/2011.