miércoles, 16 de septiembre de 2009

Rodríguez Zapatero, Bobbio y la paz social



El pasado lunes formé parte del Tribunal que juzgaba una sobresaliente Tesis de máster. Se trataba de un trabajo de Tomás Rubio sobre los conceptos de igualdad y libertad en la obra de Norberto Bobbio. Con este motivo, durante los últimos días me he estado ocupando del prolífico autor italiano. Leyendo sus ensayos sobre la figura del intelectual y su relación con el poder no he podido evitar traer a la mente algunas cuestiones de actualidad.

Entre sus influencias, Bobbio reserva un especial afecto a pensadores como Julien Benda. El intelectual francés defendió posturas radicalmente racionalistas frente a los que consideraba síntomas de irracionalismo, avivados en el paso del siglo XIX al XX por la reacción a la corriente neopositivista. Tal irracionalismo se manifestaba, en política, en el auge del chauvinismo, del populismo, de una falsa tolerancia que pone en tela de juicio incluso los pilares de la democracia.

Benda -recoge Bobbio- "no pierde ocasión de protestar contra el falso liberalismo de los que, en nombre de una mal entendida libertad (que es amor a los propios intereses) toleran a los sepultureros de la libertad; contra el falso pacifismo de los humanitarios que predican la paz por encima de todo, cuando los valores supremos son la justicia y la libertad, no la paz" (La duda y la elección. Intelectuales y poder en la sociedad contemporánea, Paidós, Barcelona 1998, p. 37).

Personalmente, considero que la paz social es un bien nunca suficientemente ponderado y buscado. La cuestión estriba en si se puede mantener la paz social a cualquier precio. Benda -y, con él, Bobbio- pone de relieve que la paz brota de la justicia (entendida como igualdad proporcional) y de la libertad. ¿Se puede fomentar la paz con medidas que perjudican a la igualdad o a la libertad? No, desde luego, a medio o largo plazo. Cualquier intento de hacerlo proporcionará una tranquilidad frágil y efímera.

Me pregunto si el modo en que el Gobierno español ha decidido afrontar la crisis económica -por ejemplo, a través del incremento del IVA- consigue el efecto deseado. Dicha subida grava por igual a todas las rentas, a las bajas como a las altas. Con ese igualitarismo indiferenciado, la medida termina por resultar injusta (como lo eran las deducciones fiscales a todos los grupos de renta). Además, contribuye a ralentizar el consumo y, con ello, a ahondar en la espiral que amenaza con convertir en endémica nuestra elevadísima tasa de paro. De este modo, una medida publicitada como social e irenista se desvela como injusta y posible generadora de futuros conflictos sociales.

Algo similar se puede decir del episodio protagonizado el pasado viernes, en Madrid, por nuestros más altos mandatarios y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Existe unanimidad en los medios de comunicación occidentales en la consideración de Chávez como un dictador populista. En un reciente artículo en Unidad, el disidente venezolano y filósofo amigo Carlos Casanova aportaba suficientes argumentos de primera mano. Recibir al dictador entre alharacas puede parecer prudente: un modo de cicatrizar heridas y evitar conflictos. Con todo, me pregunto si nuestros dirigentes no estarán echando así una nueva palada de arena sobre la tumba de la democracia venezolana. Y, todo ello, por intereses de grupo: los de las empresas españolas asentadas en Venezuela (un botón de muestra: ese mismo viernes, en entrevista a El país, Chávez hizo público el hallazgo de un yacimiento de petróleo que aportará pingües beneficios a Repsol).

Se puede actuar contra la igualdad y la libertad bajo la excusa de la búsqueda de la paz social. Nuestro personalista Gobierno actual está dando suficientes motivos para corroborar esa sospecha. Que intelectuales tan próximos a la izquierda -como Bobbio y Benda- nos llamen la atención sobre este asunto ha de movernos, cuando menos, a reflexionar.

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En la imagen: dibujo de Rafael Alberti. Fuente: http://nadiesalvoelcrepusculo.blogspot.com.

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