sábado, 29 de mayo de 2010

Kant-Kongress 2010



Acabo de participar en el que con seguridad ha sido el acontecimiento filosófico más relevante del año en Italia: el congreso internacional de la Kant-Gesellschaft. Cada cuatro años tiene lugar esta reunión de estudiosos procedentes de variados rincones del mundo, organizada esta vez en colaboración con la Società Italiana di Studi Kantiani. Puesto que pertenezco a ambas sociedades –la alemana y la italiana– y dado que la obra de Kant me ha fascinado desde los inicios de mi interés por la filosofía, me he encontrado en Pisa como Pedro por su casa. Tanto más cuanto que la ciudad del Arno ha sido escenario del reencuentro con queridos amigos y compañeros en el trabajo intelectual.

El solemne pistoletazo de salida correspondió a Claudio La Rocca y Massimo Barale, por parte de la Società Italiana di Studi Kantiani, e a Bernd Dörflinger, por parte de la Kant-Gesellschaft. Siguieron cinco días (desde el sábado 22 hasta el miércoles 26) vertebrados por una apretada hilera de conferencias, la mayoría de ellas en inglés y alemán. Suponiendo que el italiano habría sido el idioma estrella, había enviado yo mi contribución en la lengua de Galileo… para descubrir después que Shakespeare había puesto una pica en el Flandes del filósofo regiomontano.

Muchos nos desplazamos a Lucca para asistir en el soberbio auditorio –el templo de san Romano– a la entrega del Kant-Preis e del Kant-Nachwuchspreis. Fue un placer volver a saludar a la esposa del llorado Silvestro Marcucci, gran promotor de los estudios kantianos en Italia. A Silvestro e a Franca Casali había tenido ocasión de conocerlos en 2004 durante un memorable congreso coordinado por Ana Andaluz en Salamanca; seis años después, y justamente en Lucca, nos reuníamos con la familia Marcucci en un contexto de agradecida remembranza. Concluyendo su discurso de recogida del premio internacional, Mario Caimi citó el sentido anhelo de Dante (Divina Comedia, Infierno, canto I): “Válgame el largo estudio y el grande amor”.

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En la imagen: aspecto del Palacio de congresos de Pisa durante la intervención de Mario Caimi en el Kant-Kongress (26/05/2010).

jueves, 20 de mayo de 2010

La nit de l'alba de la UE




















En Elche se celebra anualmente un castillo de fuegos artificiales denominado nit de l’alba. La magnitud del efecto visual viene sugerida por la expresión valenciana, que evoca un amanecer en plena noche. Todo ello sugiere una analogía con la ambigüedad del momento histórico en Europa. ¿Estamos asistiendo a una aurora o a un languidecer abocado a la oscuridad?

El diario La Repubblica de hoy publica un artículo de Jürgen Habermas aparecido originalmente en Die Zeit. Habermas evalúa la postura adoptada por la Alemania de Angela Merkel en relación con la crisis del euro y las medidas de urgencia para reflotar la economía griega, a cuyo retraso ha contribuido decisivamente la demora germánica a remolque de un errado cálculo de réditos electorales.

La tesis de Habermas queda resumida en el título del artículo: “Europa en la encrucijada”. Ante los países europeos se abriría ahora un cruce de caminos: se trataría de afianzar la vía incoada por la creación del fondo comunitario de rescate –estableciendo una autoridad económica común y profundizando en la tantas veces postergada unidad política– o bien de abandonar la aventura conjunta del euro, convertida en una carrera de obstáculos salpicada de parches improvisados. “Con un poco de coraje político, la crisis de la moneda común podría dar vida a lo que muchos habían esperado de una común política exterior europea: una consciencia que fuese más allá de las fronteras nacionales para compartir un común destino europeo” (La Repubblica 20/05/2010, p. 33).

Las declaraciones de Merkel en la víspera acentúan esta sensación de hallarnos ante una encrucijada. Para afrontarla resulta necesaria una magnanimidad que los grandes partidos políticos parecen rehuir: la capacidad de enfrentarse a los retos del presente sin intentar disimular su coste para congraciarse –como si de un espectáculo televisivo se tratase– con la audiencia electoral. Se precisa grandeza de ánimo. Altura moral es lo que pedimos, no fingidas sonrisas o vaticinios halagüeños como fuegos de artificio.
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En la imagen: “Nit de l’alba, Elche”, fotografía de Adriano Agulló (fuente: flickr.com).

sábado, 15 de mayo de 2010

El tercer secreto













Que durante el último mes no haya añadido entrada alguna a mi blog tiene una explicación sencilla. Con facilidad la podéis imaginar los que os asomáis a esta vidriera virtual de mi memoria. Las últimas semanas han estado ocupadas por el viaje a Italia y mi “aterrizaje” en Verona. Una vez aquí, y gracias a la gentileza de mis anfitriones en la Universidad, he iniciado un nutrido programa de estudio y conferencias.

Lo cierto es que tampoco quería airear precipitadamente mis primeras impresiones sobre la querida Verona. La realidad es poliédrica, hay que ganársela con el trato asiduo. Así que lo que me ha movido a redactar esta primera entrada veronesa ha sido una consideración de alcance más amplio.

En el avión en que volaba a Fátima, Benedicto XVI se ha dirigido el pasado miércoles a los periodistas. Lo ha hecho en un registro cuyo planteamiento bien merece un comentario. Enlazando los recientes escándalos eclesiásticos de índole moral-sexual con el tercer mensaje mariano recogido por los niños de Fátima en 1917, el Papa ha afirmado que la oración y la penitencia son hoy tanto más necesarios cuanto que los enemigos de la Iglesia están dentro de ella misma: “La mayor persecución de la Iglesia no proviene de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. La Iglesia, pues, tiene una necesidad profunda de aprender de nuevo la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de la justicia”.

Dentro y no fuera. Los escándalos constituyen el caballo de Troya de la comunidad cristiana, a la que –empleando la expresión de Sócrates Escolástico referida al caso de Hipatia de Alejandría– “cubren de oprobio”. Resultan inevitables: brotan de su misma índole, del entrelazamiento de las “dos ciudades” cuya coexistencia subrayó Agustín de Hipona. Ya desde el memorable Vía Crucis a cuya cabeza sustituyó a un exangüe Juan Pablo II, Josef Ratzinger ha trazado descarnadamente el retrato de una Iglesia herida por sus propios pecados, barca zarandeada por intereses espurios.

Miseria y grandeza se hallan implícitas en este admirable reconocimiento. Que, por lo demás, no puedo contemplar como algo externo a mí: converge en el espejo de mi propia identidad. También yo “a la ciudad subo y de la ciudad bajo” –parafraseando a Sinesio de Cirene– manchado, sin poder calibrar hasta qué punto. Pero “no debemos mancharnos más”. En la humildad que nos conduce a la simplicidad y a la transformación espiritual se halla cifrado el secreto. Tal y como resume Pallotti, “renovando nuestra vida, mostramos que estamos agradecidos a Dios”.

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En la imagen: “L’incredulità di san Tommaso”, óleo pintado por Caravaggio entre 1600 y 1601 y conservado en la galería pictórica del palacio Sanssouci (Potsdam).