lunes, 25 de junio de 2012

Die Krise der Europäischen Union, die Dankbarkeit und Scheler


















Ich beende in diesen Tagen die Spanische Übersetzung des letzten Buches von Josef Seifert, Erkenntnis des Vollkommenen. Auf diese Weise stoße ich auf einen für mich völlig unbekannten Texts Schelers über die Dankbarkeit:

Indem wir (…) all unser Selbst, all seinen möglichen Wert und seine Achtbarkeit und Würdigkeit, die der Stolze fest umklammert, loslassend, uns selbst wahrhaft “verlieren”, uns “dahingeben” (…), sind wir “demütig”. Wagt es, euch dankbar darüber zu verwundern, daß ihr nicht nicht seid, daß überhaupt Etwas ist – und nicht lieber Nichts! Wagt es, zu verzichten (…) auf jeglichen Anspruch, irgendeiner Art von Glück “würdig” zu sein und es anders als nur geschenkt aufzufassen. (…) Demut hingegen öffnet das Geistesauge für alle Werte der Welt. Sie erst, die davon ausgeht, daß Nichts verdient sei und Alles Geschenk und Wunder, macht Alles gewinnen! Sie macht es noch fühlbar, wie herrlich der Raum ist, in dem sich die Körper ausbreiten können, wie sie nur wünschen, ohne doch auseinander zu fallen; und wieviel wunderbarer und dankenswerter es ist, daß es Raum, Zeit, Licht und Luft, Meer und Blumen gibt, ja sogar –was immer neu sie froh entdeckt– Fuß und Hand und Auge, als all jene Dinge, deren Wert wir zu fassen fähig zu sein pflegen, wenn sie selten sind und die andern sie nicht haben! Sei demütig und sofort wirst du ein Reicher und Mächtiger werden! Indem du nichts mehr “verdienst”, wird dir alles geschenkt! Denn die Demut ist die Tugend der Reichen, wie der Stolz jene der Armen. Aller Stolz ist “Bettelstolz”! (…) Wie sollte der Stolze, der sich ja eben “nichts schenken lassen will” und auch erkennend nichts rein aufnehmen, den Sinn der Welt fühlen und verstehen?

Die letzten Zeilen lassen begreifen, wie es hier nicht nur um eine wünschenswerte, ethische Haltung geht, sondern um die moralische Möglichkeitsbedingungen der Erkenntnis. Der Stolz, der alles schon und besser weiß, kann nicht für die Werte der Welt, und also für die Wahrheit und die Schönheit der anderen, offen sein. Für ihn ist alles da als verdienstes Objekt von selbstverständlich etablierten Rechten. In diesem Sinn befindet er sich auf den Antipoden der offenen, fragenden Dankbarkeit des Kindes (“Warum bin ich ich und nicht du?”..., fragt noch das Kind im Lied Handkes).

Während ich den Text übersetze –es ist Sonntag 12. Juni– werden die Griechischen Parlamentswahlen gehalten. Ich kann dabei nicht vermeiden, an unsere Europäische Gesellschaft zu denken, in der für viele alle objektive Vorteile, alle Ergebnisse aus Jahrhunderte vom kulturellen und sozialen Fortschritt für selbstverständlich gehalten werden. Die neukapitalistische Weltauffassung und Bedarfsproduktion ist so tief eingedrängt –inokuliert, behauptete Marcuse– dass die Augen vieler Europäer, wie gebannt, nur auf der Bewahrung des ökonomischen Lebensniveau hängen. Für jenen, der längst auf großem Fuß gelebt hat (zum Beispiel wir Spanier!), wird zuweilen schwierig ein feines Gefühl für die Not der anderen zu bewahren, für die Frage der Solidarität und für die Notwendigkeit einen neuen, regenerierten politischen Paradigma zu entwickeln.

Jetzt die schlechten Zeiten sind angebrochen ist die Uhr für nicht kleinmütige, egoistische Gedanken: aber das System hat vielen daran gewöhnt, die Dankbarkeit aus ihrem Gedankengut zu entfernen, im Namen des Gebotes eines törichten Neukapitalismus: alles ist verdient, alles muß verdient (gekauft) werden. So sind die Wände unseres Gefängnisses –das Gefängnis des küntslich geschaffenen Bedarfes, der Entfremdung des Menschen in Konsumgüter die ihm seine eigentliche Statur und Berufung nicht wiederspiegeln, der Verdinglichung des Menschen als Glied im Konsumkette– mehr und mehr gewachsen.

Aber «Wie sollte der Stolze, der sich ja eben “nichts schenken lassen will” und auch erkennend nichts rein aufnehmen, den Sinn der Welt fühlen und verstehen?»

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Bild: Kuppel vom Metrópolis-Gebäude im Alcalá-Strasse, Madrid, 05/06/2012 (eigene Aufnahme). Das Zitat von Max Scheler kommt aus seinem Werk Zur Rehabilitierung der Tugend, Arche Verlag, Zürich 1950, S. 18ff. Das zitierte Buch von Josef Seifert trägt den Titel Erkenntnis des Vollkommenen. Wege der Vernunft zu Gott (Lepanto-Verlag, Bonn 2010). Die Spanische Übersetzung wird in Kürze bei Ediciones Encuentro, Madrid, ausgegeben werden.

lunes, 18 de junio de 2012

Los sistemas de control del neocapitalismo (3 de 3)


















Recapitulando: la supervivencia en cuanto sistema de producción lleva al capitalismo a generar necesidades artificiales para incentivar la demanda e incrementar el consumo, en una espiral en la que el sujeto queda reducido al estatuto de consumidor y/o engranaje en una maquinaria que nunca alcanza un horizonte de liberación; y es que las nuevas necesidades requieren siempre absorber todas las energías productivas.
A partir de este trasfondo podemos entender mejor la importancia histórica de la nueva izquierda. (...) Esta revolución estaría en correspondencia con las condiciones creadas por el capitalismo tardío. El exponente de esta revolución sería una clase trabajadora ampliada, transformada en su ser y conciencia, a la que pertenecerían grandes capas de las anteriormente independientes clases medias y de la intelectualidad. Dicha revolución tendría su motor y origen no tanto en la miseria material como en las protestas contra la configuración, indigna del hombre, de trabajo y tiempo libre, contra necesidades y satisfacciones impuestas, contra la miseria y el absurdo de una "sociedad de superabundancia".
Frente a esa agresividad omniabarcadora propia del neocapitalismo, que asocia a un carácter socioevolutivamente masculino, Marcuse aboga por el auge de una cultura de la acogida y de la reciprocidad que tendría matriz femenina.

"¿Progreso? ¿Qué es para ti el progreso...?", preguntaba el muchacho de aquel film que vi en el tren camino de Madrid. Algunas décadas después de Marcuse, pienso que la inoculación de los modelos neocapitalistas ha provocado una difusa interiorización de patrones competitivos según los cuales esa cultura de la acogida y del servicio sería el residuo de una mentalidad trasnochada, deudora de moldes de género.

Sin embargo, a mi modo de ver, hoy resulta vital repristinar esa reciprocidad. Una reciprocidad que es esencialmente afectiva y que en la relación entre los sexos halla su simbólica cifra biológica y antropológica. A la vez, la conversión de la sexualidad en mercancía señala el alcance de la herida neocapitalista: una herida que afecta incluso (o: en primera instancia) a nuestros afectos. De ahí la urgencia de una afectividad nueva. Una afectividad sanada de la inflación de satisfacciones fugaces que alimentan esa hoguera donde la productividad inmola sacrificios humanos para que su fuego no se extinga.

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En la imagen: vista de la Puerta del Sol de Madrid con la estatua ecuestre de Carlos III en el centro (fotografía propia, 05/06/2012). El párrafo citado proviene de una conferencia de Herbert Marcuse pronunciada en abril de 1975 en la Universidad de California en Irvine, cuyo texto fue ampliado por el autor y recogido en el volumen Zeit-Messungen. La traducción es de Pedro Madrigal: "¿Fracaso de la nueva izquierda?", en Calas en nuestro tiempo. Marxismo y feminismo. Teoría y praxis. La nueva izquierda, Icaria Editorial, Barcelona 1976 y 1983, p. 66-67.

domingo, 10 de junio de 2012

Los sistemas de control del neocapitalismo (2 de 3)


















Aún en Madrid, seguía dándole vueltas al modo en que el neocapitalismo acalla sin aspavientos las voces críticas: generando necesidades artificiales que, al venir inoculadas con éxito en la población, la convierten en adicta de los bienes de consumo que el sistema le proporciona. Poco importa que se trate de teléfonos móviles, programas de telebasura o créditos preconcedidos: el muestrario de opciones crea la ilusión de que por fin se es libre como el viento (no deja de resultar sintomático que una conocida marca de telefonía haya asociado su publicidad a ese lema).

La reducción del horizonte vital es, en el fondo, el gran problema. Otros modos de vivir quedan al margen por el espejismo de que la existencia se decide en esos parámetros y con esas reglas de juego. Como si no se pudiera mejorarlas, o inventar otras. Como si no hubiese felicidad colectiva distinta del libre acceso a los productos de consumo. He ahí la entraña, profundamente reaccionaria, de ese neocapitalismo que se perpetúa secuestrando las conciencias.

Y lo peor es que ese sistema no nos hace libres como el viento, sino que sólo nos empuja a creerlo; no ama a las personas que lo sustentan, sino que las exprime para vaciarles el bolsillo; no las concibe como seres humanos, llamados a convertirse en la mejor versión de sí mismos, sino como carnaza para el consumo -que, en el fondo, es consumida- y como instrumento de la productividad del sistema, cuyos engranajes engrasa al haber introyectado la necesidad de sus productos.

No se trata de desajustes en el procedimiento (aunque también los haya), sino de una falta de sustancia en el ethos - en el sentido de: hogar moral que habitamos. Un ethos que no es liberador sino esclavizante. Convertirse en cosas, reificarse (Verdinglichung): "Ésta es la forma más pura de servidumbre: existir como instrumento, como cosa".

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En la imagen: estatua ecuestre de Carlos III emplazada en la Puerta del Sol, realizada por Eduardo Zancada y Miguel Ángel Rodríguez según modelo de Juan Pascual de Mena (fotografía propia, 05/06/2012). La frase citada en el último párrafo proviene de la obra de Herbert Marcuse One-Dimensional Man, en la traducción de Antonio Elorza: El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Ariel, Barcelona 1990, p. 63.

jueves, 7 de junio de 2012

Los sistemas de control del neocapitalismo (1 de 3)















"¿Progreso? ¿Qué es para ti el progreso? No lo habrá mientras no tengamos fiesta de camisetas mojadas en el pueblo". Escuché este parlamento, que ahora reproduzco más o menos como lo oí, en un film a bordo del tren que me llevaba el domingo pasado a una nueva estancia filosófica en mi querido Madrid. Una frase que ni pintada para simbolizar el estado de cosas al que le estoy dando vueltas estos días.
La amplitud de la selección abierta a un individuo no es factor decisivo para determinar el grado de libertad humana, pero sí lo es lo que se puede escoger y lo que es escogido por el individuo. (...) Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no implica libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es, si sostienen la alienación.

Esta reflexión enhebra el hilo conductor de un texto que vio la luz hace casi medio siglo: One-Dimensional Man, de Herbert Marcuse. En las sociedades del neocapitalismo global, las formas de control a las que aludía Marcuse no han hecho más que agudizarse. Nuestras democracias se van conviertiendo en grandes superficies comerciales y abandonando el horizonte político.

Fijémonos en cierto sector de las quejas contra los recortes. No hablo, claro está, de las personas situadas en los márgenes económicos, de las que empiezan a deslizarse por pendientes dramáticas o de las que se preocupan por ellas. Me refiero a cierta burguesía obnubilada por el espejismo del dinero fácil, del crédito a mansalva y del consumo desbocado, la misma que ahora niega tener responsabilidad alguna en el despropósito colectivo. Me da la impresión de que algunos (¿muchos?) no están inquietos porque nuestro tren de vida genere conductas -gasto por encima de las propias posibilidades, consumo desenfrenado, olvido del valor auténtico de los bienes...- que descoyuntan las articulaciones morales de la convivencia. Deploran la coyuntura porque esos recortes, excrecencia inesperada de nuestro club de nuevos ricos, nos impiden mantener el statu quo. No les culpo. Lo que me interesa es el horizonte vital que eso denota.

Ciertas (no-) reacciones manifiestan hasta qué punto los resortes del neocapitalismo han prendido hasta generar necesidades artificiales que forjan los hierros de una jaula no por invisible menos sólida. Los rehenes del engranaje imploran -prestidigitación admirable del sistema- para que la jaula siga como hasta ahora: tanto más cómoda y peligrosa cuanto menos llamativa.

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En la imagen: detalle de la estatua ecuestre de Carlos III emplazada en la Puerta del Sol, realizada por Miguel Ángel Rodríguez y Eduardo Zancada según modelo de Juan Pascual de Mena (fotografía propia, 05/06/2012). El film al que me refiero al inicio es la versión más reciente de Footloose (Craig Bewer, EEUU 2011). La cita de One-Dimensional Man, de Herbert Marcuse, proviene de la traducción castellana de Antonio Elorza: El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Ariel, Barcelona 1990, p. 37-38.