miércoles, 24 de julio de 2013

El deleznable regreso del linchador




















La historia, la literatura y el cine nos han ayudado a reconocer –y a odiar– el tosco perfil del linchador. A menudo nos hacemos la ilusión de que su torva figura, mezcla de grosería y perversidad, ya no cabe entre nosotros. Sin embargo, durante las últimas semanas he tenido ocasión de pensar con inquietud en su regreso. Ha sido al rebufo del revuelo producido por la difusión de un vídeo trucado, de contenido sexual; en él se implicaba a una persona de bien, muy querida en la pedanía murciana de Churra. El análisis de la Agencia Española de Protección de los Derechos al Ciudadano ha desmontado la impostura. Y todo ello pone al descubierto un proceso de gran calado: el implacable avance de una odiosa carcoma. 

Lo primero que llama la atención es la ignorancia. Hasta hace algunas décadas, un documento audiovisual era acreedor de un crédito que se le presuponía; hacía falta poseer medios fuera de lo común para falsificarlo sin que se detectara la enmienda. Hoy, en cambio, la tecnología a disposición proporciona herramientas para que cualquier usuario introduzca retoques de bulto. De manera que presuponer a un vídeo el valor de prueba fidedigna significa, como mínimo, vivir en otra época e ignorar cuáles son hoy los instrumentos de la difamación y la calumnia. Que medios como las cadenas de telebasura hayan devorado al instante esa carnaza sólo corrobora –¿hacía falta?– que forman parte del cáncer de nuestra sociedad. 

Se han comportado, además, con una vergonzosa estrechez mental; con esa forma de insensatez que corroe los lazos de solidaridad sobre los que se construye la convivencia. Aun cuando el contenido del vídeo hubiera sido real –cosa que no sucede en este caso, pero en otros sí–, divulgarlo es una infamia. Pertenece al acervo ético de la Humanidad la profunda intuición de que no se debe airear las debilidades de los demás. No me refiero, claro está, a los delitos, que deben ser perseguidos y juzgados: me estoy refiriendo a las debilidades. Todos las tenemos. No lanzarlas al viento es la actitud piadosa de quien, aun lamentando la caída, mira a los demás con pudoroso afecto y espera lo mejor de ellos. Es la actitud misericordiosa sobre la que se puede edificar una sociedad justa y solidaria. 

Adoptando hipócritamente la mueca de escandalizados guardianes de una moral que no entienden, los medios y el público que engullen la carnaza de la calumnia contribuyen a la erosión de nuestra sociedad. La carcomen. Otras veces, ese público y esos medios convierten la debilidad en objeto de chanza y en ocasión para despellejar al otro con mezquindad apenas disimulada. Ambas actitudes brotan de la misma raíz putrefacta; y en su sed de sangre late el deleznable regreso del linchador.  

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Artículo propio publicado en el diario Información, edición de Elx / Baix Vinalopó (07/07/2013). En la imagen: grabado nº 32 de la serie "Los desastres de la guerra", de Francisco de Goya (Biblioteca Nacional, Madrid).  



2 comentarios:

DIEGO dijo...

La paciencia es una virtud escasa, no tengo la suerte de conocer a muchas personas, dos nombres me vienen a la memoria, quizá tres. Creo que está asociada a la esperanza, es más, pienso que se nutre de ella. Uno de sus frutos es el sosiego... Intuyo que está relacionada con la naturaleza: nuestra sociedad urbana ha perdido el ritmo natural, ese " dejar que el fruto llegue a su sazón" ¡qué difícil resulta! ¿Cómo lograr incardinarse nuevamente a los ritmos del Paraíso perdido? Nuestra naturaleza herida pone continuas trabas..., y es difícil encontrar la armonía de lo creado. La criatura necesita ser redimida, la relación con su Creador para emprender el camino de la virtud.
Por cierto, hay un hombrecillo gris diciéndome que no malgaste el tiempo en cosas tan poco rentables como esta breve reflexión. Saludos

DIEGO dijo...

Hace poco en una conversación sobre el negocio de la pornografía, cuyo punto de partida fue un buen documental de “Documentos TV”, concluimos que la desregulación casi absoluta de este hecho, que salpica a toda la sociedad, tiene su origen en la concepción de que la moral, es decir, lo relativo al Bien y al Mal, es una cuestión individual que cada individuo debe construir. El descredito de las formulaciones morales más universales ha llevado a la proliferación de los sistemas morales individuales basados en el pensamiento débil. La falta de raíz moral está llevando a esta sociedad a conductas como la que describes, en las que lejos de buscar la Verdad, la Justicia y el Bien común, se incurre en una maraña de insensateces que hacen de la necedad una virtud. Se trata como dices: “de una odiosa carcoma”. La deshumanización campa a sus anchas y cuenta con la ventaja de que determinadas ideas y usos de nuestro tiempo no sólo no la combaten sino que favorecen.