La
catalana es una hermosa lengua que a veces desvela tesoros ocultos. Entre ellos
se encuentra la palabra seny. Su
campo semántico atañe a la comprensión de las cosas; no ya una comprensión al
uso, característica de un intelecto cultivado según las coordenadas de la época
y las costumbres, sino una cierta intemporal sabiduría que fundamenta el
consenso en torno a verdades evidentes. El seny
recoge, pues, la herencia de la escuela escocesa del common sense, añadiéndole un matiz moral activo: frente al sentido
común, como vertiente más bien receptiva y pragmática, el seny implica un elevarse por encima de la percepción cotidiana y
puede llevar a asumir retos más allá de lo que el sentido común estaría
dispuesto a aceptar.
Hubo un momento en que el
proceso de promoción de una república independiente catalana fue leído como
expresión de ese seny que no es tan
solo mero sentido común sino también apuesta por retos razonables. A día de
hoy, sin embargo, el seny parece
haberse esfumado. Escribo estas líneas invadido por una profunda inquietud. La
misma que asalta a mis colegas, amigos y amigas, en Cataluña.
La coyuntura ofrece muchos ejemplos de lo que no se debe hacer.
Por un lado –el del Gobierno de la Generalitat–, el irresponsable seguidismo,
para mantener la aritmética del poder, de minoritarios grupos extremos; la
promoción de una propaganda simplista, que a menudo falsea datos y mucho tiene
que ver con la postverdad de la era Trump; el desprecio por
los cauces democráticos, que contemplan una vía legal para posibilitar un
referéndum pactado; la ruptura del diálogo con gran parte de la sociedad
catalana, que ha expresado su opinión en un referéndum –el que llevó a aprobar
la Constitución en Cataluña por mayoría absoluta– y en los comicios
autonómicos, incluidos los de 2015 (en que los votantes favorables a opciones
no independentistas fueron más de la mitad)... La suma de esos despropósitos ha
producido niveles de precipitación y autoritarismo impropios de un gobierno
razonable.
Por otro lado –el del Gobierno estatal–, se ha dado una sucesión de
torpezas que se arrastra desde lejos: la falta de inteligencia política para
evitar reavivar problemas, como en el caso de la derogación del Estatut y
en varios desarrollos de los últimos siete años; la impericia a la hora de
resolver conflictos sin secundar estrategias ajenas, como sucedió el domingo,
ante la inseguridad generada por la inacción de los mossos d'esquadra,
posibilitando inadmisibles estampas violentas que nada tienen que ver con la
realidad social y que nos indignan; y, last but not least, una
gravísima carencia de imaginación para proyectar el futuro y dar pasos hacia un
mejor marco institucional.
A todo ello se ha añadido, en los días inmediatamente posteriores al
referéndum ilegal, la tozudez institucional. Puigdemont ha desoído no sólo la
legalidad vigente –refrendada por mayoría absoluta en Cataluña– sino también su
propia ley del referéndum, que le atribuía validez si y sólo si contaba con
garantías legales (no cumplidas, dado que no hubo ni censo actualizado ni
observadores de los partidos representados en el Parlamento catalán); desoye a
la mitad del propio Parlamento de Cataluña (contraria a su organización), a los
letrados de esa misma cámara (que han pedido repetidas veces que se interrumpa
el proceso), a varios de los socios hasta ahora adheridos a sus tesis (como la
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau); desoye la petición expresa de los Gobiernos
de los Países catalanes –del País valenciano y de Baleares– y la exhortación
explícita del Parlamento Europeo a respetar los cauces democráticos. Desoye a
gran parte de la ciudadanía catalana, que asiste perpleja a esta escalada. No
es manera de constituir un Estado que garantice sus derechos a los ciudadanos.
Así, al menos, lo veo yo, que defiendo el derecho a la autodeterminación
democrática de los pueblos.
La mayoría de nosotros –catalanes, madrileños, gallegos o murcianos– desea
vivir en paz. No nos merecemos procesos como éste. La concordia entre los
pueblos no está reñida con el aprecio por la identidad cultural; lo experimento
como ciudadano progresista y español, murciano de nacimiento y valenciano de
adopción, que vive y trabaja en la hermosa lengua valenciana y catalana. Esa dicotomía es
falsa y nos distrae de los verdaderos problemas del mundo. Creo que este tipo
de conflictos requiere de nosotros ir más allá de ese discurso, ya que su
estrechez de miras constituye el origen mismo del problema.
Señor Puigdemont, señor Rajoy: es preciso frenar esta escalada. A pesar de
las razones que puedan tener unos y otros, y a pesar de los errores cometidos,
hay que volver a la serenidad. Por encima de todo es preciso que todos y todas,
ciudadanos y ciudadanas, hablemos y actuemos como personas responsables. Varios
lugares de la entrañable Cataluña se han convertido estos días en algo que
nunca hubiéramos querido ver: en lugares poco amables para vivir. No obstante,
no es la última palabra. El pueblo catalán está lleno de personas de buena
voluntad: son nuestros hermanos y nuestras hermanas. Aún se puede parar este
despropósito. Es urgente recobrar la cordura.
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Traducción castellana del artículo propio "És urgent tornar al seny", publicado en el diario Levante (11/10/2017, p. 3). En la imagen: alegoría de la paz, creación de Pablo Picasso (Museo Picasso, Buitrago del Lozoya).