Matar a seres que sólo cantan y no causan daño, como los ruiseñores, es algo malvado. Así se lo decía Atticus Finch a su hija Scout en el hermosísimo film de Robert Mulligan Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird, 1962, sobre novela de Harper Lee). En el jardín de su existencia en germen, a muchos niños se les ha segado la vida. Fue un joven perturbado el que acribilló a tiros a veinte niños y ocho adultos en el colegio Sandy Hook, Newtown (Estados Unidos). Todos nos hemos sobresaltado. Nos desgarra este tipo de acontecimientos, que devuelve a la actualidad el debate sobre la tenencia de armas.
Según datos recabados por The Economist, entre 2005 y 2010 la tasa de mortalidad infantil en Afganistán fue, por cada mil niños nacidos vivos, de 157 fallecimientos; en Chad, de 129; en Angola, de 117; los cuarenta restantes países con mayor mortalidad infantil, todos en África, presentaban cifras superiores a 60. (En España la tasa era de 3,9 por cada mil, en un porcentaje similar al de los países de nuestro entorno.) En otras palabras: la tragedia de Newtown se repite cada día. Con una diferencia. Resulta muy difícil prever las decisiones de una mente perturbada; en cambio, está en nuestra mano frenar la masacre.
Son miles y miles los que mueren de hambre a causa de la injusticia de los
adultos: de la guerra, de la corrupción, del reparto desigual de la riqueza.
Otros mueren en nuestro entorno a manos de esa forma de egoísmo colectivo que
convierte al aborto en solución aparente para problemas que son mucho más complejos.
Mientras tanto, el mundo rebosa de espacio y de recursos; la actual crisis
económica no está haciendo más que agrandar la brecha entre poseedores y
desposeídos.
La tragedia de Newtown, símbolo de la masacre cotidiana de los niños, ha
sucedido poco antes de Navidad. La fe cristiana gira en torno a la donación de
Dios al hombre, un misterio cósmico del que lo sucedido en Belén constituye tan
solo un reflejo. Ese enigma de generosidad callada ha quedado desfigurado en
nuestra sociedad neocapitalista, que lo traduce en la única moneda de cambio
que conoce: el consumo. Pero el consumo desbocado y la solidaridad son
antitéticos. Hay que elegir. Elegir entre dar de comer a los niños o
asesinarlos.
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Artículo propio publicado en el diario Información, edición de Elx / Baix Vinalopó (19/12/2012, p. 25). En la imagen: detalle del "Guernica", óleo pintado por Pablo Picasso en 1937 (Museo de Arte Contemporáneo "Reina Sofía", Madrid).
1 comentario:
Come ci ricorda il Natale, la salvezza ci viene da un Bambino! A noi accogliere Lui e tutti i bambini!
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