Son como mínimo dos los frentes que se abren ante el cavaliere. Por un lado, el auto definitivo en corte de casación que confirma
la sentencia Mediaset y su condena a cuatro años de cárcel. Por otro, el caso Ruby,
que destapa el paraguas institucional orquestado en torno a la vida privada
de Berlusca. El primero pone al
descubierto un engranaje ideado para conseguir beneficios ilícitos en el
extranjero. El segundo desvela cómo para ocultar sus relaciones sexuales
–conscientes y recompensadas– con una menor de edad, el ex premier habría usado
los cauces oficiales hasta manipular incluso a una comisaría de policía; así lo
señala el tribunal de justicia de Milán.
A pesar de todo, Berlusconi ha afirmado que el presidente de la
República debería concederle la gracia aun sin solicitarla: «Sepan los señores
de la izquierda que este sujeto (…) es tenido por una bandera por su pueblo». Se
ha expresado así durante la convención de jóvenes de Forza Italia el pasado
sábado 23. El ambiente de euforia colectiva y de apoyo cerrado pone los pelos
de punta. Se ha referido allí a la votación del día 27, relativa a su interdicción
como senador, calificándola de “golpe de Estado”.
Es el suyo un uso mezquino de las palabras. Se entiende que un hombre
intente evitar la cárcel; más difícil de comprender resulta su rechazo a
cumplir la pena en servicios sociales. Pero no es de recibo el entusiasmo de esos
jóvenes de Forza Italia por una figura que ha arrojado la sombra de la
corrupción sobre las instituciones del país. Y no me explico que vitoreen al
líder cuando afirma implícitamente que ninguna sentencia ni error político
alguno deberían rozar su poder.
Por eso, dan en la diana las palabras de Antonio Mazzi, fundador de la
comunidad de toxicodependientes “Exodus”, en La Repubblica. Para Berlusconi, Mazzi ha propuesto un programa de
reinserción a través del trabajo. Habría que ayudarle «a quitarse la máscara.
Debe estar solo, reflexionar, mirarse dentro; quitarse la costra detrás de la
que se esconde y gracias a la cual fascina a los italianos». Y es que «dentro
tiene algo que puede ser salvado. Pero debe hundir las manos en la tierra,
plantar tomates en silencio, lejos de las comodidades y de los aduladores que
lo han halagado hasta hacerlo sentir como un dios».
Ojalá Silvio pueda quitarse
de encima esa costra que una hilera de arribistas ha hecho endurecer como una
llaga reseca. Todos aprenderíamos, nos edificaría; porque ninguno es
inaccesible al zarpazo de la corrupción.
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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (29/11/2013, p. 34). En la imagen: “Terra”, fotografía de Blai Server (fuente: www.flickr.com).
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