En su libro Juntos, citado por Manuel Cruz en un
espléndido artículo reciente, Richard Sennett señala que «estamos perdiendo las habilidades de
cooperación necesarias para el funcionamiento de una sociedad compleja». Se trata de una tesis arriesgada;
pero, dejando para otro foro la discusión del asunto, sí hay indicios de que
esto está sucediendo.
Pienso, por ejemplo, en los
frutos del sistema socioeducativo. A golpe de pelotazo inmobiliario y de
telebasura, en las últimas décadas se ha inculcado en no pocos de nuestros
jóvenes la convicción de que para vivir bien no haría falta formarse bien; bastaría con obtener unos
papeles (diplomas) que dan acceso al trabajo. La prioridad estaría en colocarse para acceder a una cierta
“calidad de vida”, no en contribuir al bien común. Súmese a ello el
desnortamiento promovido por un especialismo corto de miras, la injerencia
salvaje de la burocracia y la sumisión creciente del sistema educativo al
mercado: se deriva la desactivación –desde dentro– de una de las instancias
críticas de la sociedad.
No asistimos a la difusión
democrática del conocimiento, sino a su restricción elitista; y esto, no ya porque
los jóvenes carezcan de medios para acceder al conocimiento, sino porque la relevancia
personal y social del saber ha sido empañada en el imaginario colectivo. La ha suplantado
la “calidad de vida” interpretada como capacidad de adquisición de productos y
servicios. No es a un corazón sabio, sino a un bolsillo razonablemente lleno a
lo que aspira el joven crecido a la vera de Telecinco y sus acólitos.
Inoculando esta tendencia, el neocapitalismo instaura su ley como horizonte
felicitario y cancela aquellos otros horizontes que ensanchan la vida: la
belleza de ser solidarios, la necesidad de cultivar el bien, la urgencia de
buscar la verdad; escorzos de lo fieramente humano que se reflejan en una
existencia compartida.
El empuje de las nuevas
generaciones –cada una aporta algo específico– amenaza con caer en saco roto. Y
es que no hallan el modo de sumarse al proyecto colectivo, precisamente porque el
espacio común se desdibuja bajo la pulsión de consumo, que es individualista de
suyo. Entre lisonjas que adormecen el sentido crítico, el neocapitalismo rebaja
al ser humano.
Pero otra vida es posible. La
coyuntura actual ha de contribuir a acrecentar nuestra conciencia de que la
necesitamos. Y luchar por abrazarla forma parte de nuestra tarea histórica.
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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (13/11/2013, p. 31). En la imagen: "Doble retrato con vaso de vino", óleo de Marc Chagall pintado en 1918 y conservado en el Centre Georges Pompidu, París (fuente: Wikipaintings.org).
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