Una canción de Ana Belén recreaba el poder salvífico y, a la vez, destructivo del agua: «Aguas que mueven molinos / son las mismas aguas que pueden matar» (Planeta agua, del disco Ana en Río). Se halla en el orden de las cosas que, a menudo, nos muestren esas dos vertientes. Una de las muchas realidades de ese tipo son los votos que se depositan en las urnas electorales: con ellos se puede promover la vida; con ellos se puede infligir la muerte.
El 20 de enero de este año, Donald Trump tomó posesión del cargo de presidente de Estados Unidos por segunda vez. Le votó el 49,80% del electorado. Se trató de una mayoría ajustada: el 48,32% apoyaba a la candidata demócrata, Kamala Harris. Ello, sobre una participación global del 64,1%: más de un tercio de la población censada no acudió a votar. Trump regresó al poder con un rencor no velado contra quienes pusieron trabas a su primera legislatura, la que en estas mismas páginas relacioné con un aprendizaje delirante (“Trump, aprendiz de brujo”, Levante-EMV, 16/01/2021). Esta segunda legislatura está llevándose a cabo sin piedad hacia propios y extraños, con el deliberado propósito de poner al margen cualquier espacio crítico de resistencia, desde la judicatura hasta la Universidad (ver “Trump i Mazón, contra el coneixement”, Levante-EMV, 30/06/2025).
Sin embargo, la carga mortífera de los votos que le han llevado al poder se está evidenciando ahora. Con el encargo de llevar a cabo un recorte financiero en las instituciones del Estado, Elon Musk puso en marcha el desmantelamiento de distintos servicios; entre ellos, la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (en las siglas en inglés, USAID). Al agotarse los fondos a disposición, la mayor parte de los programas de USAID han sido clausurados. Según una investigación de The New York Times realizada entre funcionarios de la agencia, que mantienen el anonimato, se habrían recuperado sólo los proyectos en marcha más urgentes; y esto, a instancias del secretario de Estado, Marco Rubio. Musk abandonó su tarea el 30 de mayo; pero el daño ya estaba hecho. En ese momento, y en cifras globales, sólo seguían activos 891 programas de los 6.256 que existían en enero (“What remains of U.S.A.I.D.?”, The New York Times, 22/06/2025).
La revista científica The Lancet ha publicado una estimación de las consecuencias de dicho desmantelamiento (“Evaluating the impact of two decades of USAID interventions and projecting the effects of defunding [...]”, 30/06/2025). Eran muchos los proyectos que se financiaban: de ayuda a la infancia, de apoyo sanitario, de seguridad alimenticia, de acogida a los refugiados... El estudio, firmado por investigadoras e investigadores de España, Estados Unidos, Brasil i Mozambique, proyecta un escenario escalofriante: si no se revierte la deriva, desde ahora hasta 2030 podrían morir en torno a catorce millones de personas en los países en vías de desarrollo; entre ellas, entre cuatro y cinco millones podrían ser niñas y niños menores de cinco años.
He aquí por qué la cumbre de Naciones Unidas celebrada en Sevilla resulta trascendental. Hay que encontrar vías conjuntas para socorrer a millones de seres humanos que padecen males extremos. Se trata de paliar el delirio a que ha dado lugar una oleada de votos que, como en cascada, han reavivado una de las peores pesadillas del siglo. Trump y sus aprendices de brujo han desencadenado fuerzas grávidas de barbarie: votos que pueden matar.
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Artículo propio publicado en el diario Levante (09/07/2025, p. 3). En la imagen, "Invasión" (2008), fotomontaje de Martha Rosler de la serie Casa hermosa: trayendo la guerra al hogar (Instituto Valenciano de Arte Moderno).
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