En el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) se exponen valiosos fotomontajes de la artista estadounidense Martha Rosler. Uno de los más llamativos pertenece a la serie Casa hermosa: llevando la guerra al hogar. Se titula La cortina gris [he ilustrado con él la entrada previa]. Representa a una joven sofisticadamente vestida –al modo de una estrella clásica de Hollywood– que, con una gran sonrisa, descorre una cortina: detrás se puede ver una hilera de soldados, fuego, destrucción; en un rincón, una mujer harapienta y herida llora de rodillas. Los detalles nos permiten presentir la tragedia. La escena conmueve, produce pavor. Cuántas veces nuestro mundo deslumbrante oculta el sufrimiento de los últimos, de los olvidados.
Eurovisión se ha convertido en uno de los acontecimientos musicales globales más estimulantes. Todo contribuye a hacer de él un gran espectáculo: la conexión en directo de decenas de países, la osadía técnica de las puestas en escena, la ceremonia de las votaciones... Me encanta el desfile de lenguas, de registros culturales, en una competición incruenta y festiva que ha sustituido a las guerras cíclicas en nuestra vieja Europa. Me emociona desde el principio, cuando suena la maravillosa sintonía basada en el Te Deum de Marc-Antoine Charpentier.
Desde su primera edición, en 1956, el festival se ha consolidado como espacio de concordia y promoción de la tolerancia. Desde el 2022, su organizadora, la Unión Europea de Radiodifusión (UER), veta la participación de Rusia con un argumento: ante la invasión de Ucrania por parte del gobierno de Vladimir Putin, la televisión estatal rusa se ha convertido en una herramienta de propaganda y se ha coartado el libre periodismo. Cada año, la ausencia de Rusia nos recuerda que no estamos de acuerdo con el horror de muerte y sufrimiento desencadenado por su delirio imperialista. No es mucho, pero constituye un gesto simbólico grávido de dignidad.
A raíz de un miserable ataque terrorista de la organización pro-palestina Hamás a Israel, el 2023, el gobierno de Benjamin Netanjahu inició una desproporcionada ofensiva a Gaza, ya devenida catástrofe humanitaria. Se trata de aniquilar a una población sincera y de deportar a sus supervivientes; no resulta desencaminado hablar de limpieza étnica y genocidio. Ante el cinismo de Donald Trump, que ha respaldado el proyecto de deportación, y ante la blanda reacción de muchos países, está siendo el gobierno de España, en la estela de la Corte penal internacional, el que encabeza la reclamación de justicia para Palestina. Esto nos honra como país.
Entre medias, Israel sigue participando en Eurovisión como si nada. Más aún: en las últimas dos ediciones, el televoto le ha beneficiado, dejándolo a un paso del galardón. He aquí el porqué: las tendencias que consideran el ataque a Gaza mera legítima defensa –y las críticas a Israel, expresión de antisemitismo– emplean el televoto como arma ideológica. Así, la presidenta de OK diario, cercano a VOX, hizo promoción explícita a favor de Israel; la vicesecretaria de educación del PP publicó un post donde afirmaba que "un año más" votaría por Israel "sin haber escuchado la canción".
Pues bien: al ver a las solistas israelitas que han interpretado los temas de las dos últimas ediciones, no puedo evitar el escalofrío. Pienso en el fotomontaje de Martha Rosler. El entorno futurista y las vestimentas sofisticadas, brillantes como nuevas, no pueden esconder los miles de cadáveres bajo los escombros, mujeres, niños y niñas, hombres, la mayor parte civiles, que han muerto a raíz de los bombardeos: ya más de 50.000 personas.
Frente al malestar creciente expresado en varios de los países participantes en Eurovisión –encabezados por España y Bélgica–, el director de la UER, Martin Green, ha afirmado en una carta abierta que se toma seriamente las quejas. Así que ha hecho revisar el procedimiento técnico del televoto y ha constatado que es del todo transparente. Sobre el tema de fondo, ninguna referencia. Recordemos que en el artículo 1.2.2 del reglamento del festival se explicita que "no se permiten letras, discursos o gestos de naturaleza política o equivalente".
Sin embargo, que Israel participe como si nada es un acto político. Esconderse tras los detalles técnicos es un acto político. Cerrar los ojos es un acto político. Se trata, eso sí, de una política indecente. Hará bien RTVE si prosigue su línea crítica, más aún: hará bien si no participa en el festival mientras lo haga Israel y prosiga la masacre en Gaza. Con ello, claro, no se conseguirá mucho. Las mujeres palestinas seguirán gritando al cielo mientras sus niños mueren en el miedo y la suciedad y esas otras mujeres –las estrellas de Israel– cantan envueltas de sofisticación y luz en el auditorio del festival. Pero no queremos acostumbrarnos.
Hay que actuar a favor de las víctimas. La responsabilidad de los gobiernos es enorme; la historia les pedirá cuentas, como lo hizo a los criminales nazis que ahora imita el gobierno de Netanjahu. También nosotros podemos hacer gestos: por ejemplo, dejar de comprar productos de empresas de Israel (ver www.bdsmovement.net/es). Y, como mínimo, todas y todos tenemos la palabra para oponernos a esta locura.
No miremos a otro lado. No debemos acostumbrarnos a la barbarie.
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En la imagen, mensaje emitido por RTVE antes de la retransmisión del festival de Eurovisión, el pasado 17 de mayo.
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