¡Cuánto hemos de agradecerle! Nos enseñó a apreciar el orden en el firmamento de la música. Como un Ptolomeo redivivo: la contemplación continuada de la armonía del cosmos –se dice en la introducción al Almagesto– llevará al estudioso a cultivar en sí esa misma armonía tejida de “perseverancia, orden, simetría, serenidad”. Desde la órbita intimista de las piezas para instrumento solo hasta el universo exuberante de los oratorios: el mundo de Bach se convirtió en la quintaesencia del mundo. Fuente de inspiración desde Brahms hasta Procol Harum pasando por Bergman. Su música no deja de ejercer un poder civilizatorio cuyo quicio se halla en el enigma cósmico del orden.
Con emoción vine a saber de la celebración en Elche de la
cuarta Semana Bach. Hemos transitado por los senderos de la cantata, de la
música de cámara, de las piezas para órgano e incluso del cine. Con la clara
percepción –agudizada por el sucederse mediático de negativos índices macroeconómicos– de
que acceder a este universo pautado entraña un privilegio. Una tarea
civilizatoria que ha de seguir en marcha y abierta para todos.
(Al final del concierto de órgano en la basílica –con piezas
de Pachelbel, Telemann, Buxtehude y el propio Bach–, un señor inglés que estaba
sentado delante de mí se ha vuelto para estrecharme la mano y me ha dado las
gracias. No tenía por qué. Pero la única reacción adecuada a la toma de conciencia
del privilegio es agradecerlo.)
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En la imagen: "Bach's Third Suite", por Cowsgomoo :) (fuente: flickr.com).
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