“Los ciegos me preguntan «¿Cómo
es / la luz?» Y yo querría pintarles, inventarles / qué plenitud es, cómo se
funde con el cuerpo, / con el alma, llenándonos, embriaguez exacta / mediodía,
mar llena, enorme flor sin pétalos (…).
No, no saben, no pueden / comprender”. Era nuestro gran Dámaso Alonso el
que lamentaba así el abismo entre quien ha sentido el beso de la luz y aquél a
quien le está vedado su cálido abrazo.
Halloween es el ajetreo de
la oscuridad. Espoleados por escaparates multicolor, por el auge del cine de
terror de serie B (y, últimamente, de jóvenes y hermosos vampiros fílmicos) y
por la inventiva comercial de los adultos, no pocos niños y mayores se suben al
carro del disfraz y la mueca. Otra rueda en el engranaje del neocapitalismo,
que necesita inventar necesidades para generar nichos de consumo de nuevos
productos. El resultado es “la euforia dentro de la infelicidad”, ha escrito
Herbert Marcuse. A pesar de que se los consuma con agrado, “siguen siendo lo
que fueron desde el principio: productos de una sociedad cuyos intereses
dominantes requieren la represión”.
Cuando se inicia noviembre,
ponemos en el altar del recuerdo a los seres queridos que ya nos faltan. Del
budismo o el hinduismo al judaísmo y el cristianismo, esa memoria hiriente y
consoladora nutre la cosmovisión religiosa y vertebra la cultura occidental: la
piedad hacia los fallecidos pone en relación de continuidad unas generaciones
con otras y sella el vínculo entre familiares, amigos y ciudadanos. Frente a tétricos
rituales de paso de estación –a los que se liga el origen de Halloween–, en el cristianismo
se ubicó la celebración de todos los santos un día antes de la memoria de los
difuntos como prólogo luminoso.
Pero Halloween es oscuridad.
En sus sótanos –lugar que rara vez visitan los que frecuentan el disfraz y la
mueca– habita una ceguera que afecta a cosas invisibles al ojo físico pero que nutren
al mundo. En ese ajetreo de caricaturas espectrales, la vida de los que faltan
queda desdibujada, irreconocible. No hay recuerdo luminoso ni posible pervivencia
en los ojos vacíos de la calabaza. Nadie comprende ni nos habla desde sus
cuencas mudas. Halloween: carnaval neocapitalista y triste.
Artículo propio publicado en el diario Información, 06/11/2012, p. 29. En la imagen: fotografía tomada en Castrourdiales (Cantabria) el 16/04/2011.
1 comentario:
Gracias por la cita de Dámaso, viejo compañero. Espléndida y muy bien traída. Tengo que confesarte que me disfracé en Halloween y que, por más vueltas que le doy,no le veo ni el fuste ni el muste. Habrá que resincretizar todas estas cosas. Y muy bueno el artículo: felicidades. (José Antonio Morena Rey)
Publicar un comentario