Siempre he amado la
bachiana “Pasión según san Mateo”. No sólo a causa de su música, sino también
por sus textos poéticos, naifs incluso, a menudo tan próximos al bíblico Cantar
de los Cantares. Tan cautivadores que uno se adhiere espontáneamente a su
sentido espiritual. Junto con todos los que han cantado y amado esta música, podría
decir también: «Cuando deba partir / no te
separes de mi lado; / cuando tenga que sufrir la muerte / ¡sal tú entonces por
mí!; / cuando los terrores más hondos / me cerquen el corazón, / líbrame de la
angustia / por tu angustia y tu dolor.»
Así suena la novena estrofa
del canto “Oh rostro lleno de sangre y heridas”, según el texto escrito por
Paul Gerhardt (1607-1676); la melodía, en cambio, proviene de Johann Crüger
(1568-1662). Ambos –texto y música– fueron empleados por Johann Sebastian Bach (1685-1750)
en su “Pasión según san Mateo”, así como en la cantata “Mirad, subimos a
Jerusalén” y en el Oratorio de Navidad.
Bach logra asombrarnos con las
musicalizaciones –tan diferentes en registro– de esa única melodía. En la
Pasión, texto y música son entonados por un sufriente pueblo que acompaña con íntimo
dolor a Cristo en su bajada al abismo del sufrimiento; en el Oratorio expresan,
entre percusión jubilosa y trompetas de triunfo, la dicha por el nacimiento del
Salvador. Una melodía y dos sentidos contrapuestos.
Hay aquí una (aparente)
paradoja en la que conviene reparar. En el film Tierras de penumbra (Richard Attenborough, 1993), C. S. Lewis alude
a algo similar. Se refiere ahí a la dicha experimentada junto a su difunta
esposa para mostrar las dos caras del amor: la tristeza de la inexorable pérdida
formaba ya parte del gozo de tenerse el uno al otro; y la alegría de entonces forma
parte de la tristeza de ahora. Se trata de la paradoja del amor.
Los caminos del amor
encierran toda la dicha y todo el desgarro del mundo. Esa dialéctica teje la
trama de la condición humana mientras nos hallamos en camino. La música y la
poesía nos introducen en ese misterio. Cristo personifica el desafío de un amor
incondicional y eterno, tierno y sin medida, que viene al encuentro del hombre
en el abismo del desamor y de la muerte. «Tu boca me ha deleitado / con leche y dulces manjares; / tu espíritu me ha
colmado / con incontables goces del cielo.»
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Artículo propio publicado en el diario Información, edición Elche / Baix Vinalopó (26/03/2013).En la imagen: "Descendimiento", por Caravaggio, hacia 1602 (Museos Vaticanos).
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