La insólita expectativa ante la fumata bianca del pasado miércoles ha desembocado
en una avalancha mundial de análisis, perfiles biográficos y previsiones. Pero
lo que llegará a ser el pontificado de Francisco no está escrito. «Nuestro
origen nos condiciona», recordaba mi querido Olegario González de Cardedal a
este respecto en el diario Abc,
«pero, por ser libres, somos lo que decidimos preferir u omitir… Religiosamente
hablando, somos lo que nuestra misión nos intima». Y la pregunta es: ¿a qué se
siente llamado Jorge Mario Bergoglio en este trance de su existencia? ¿Qué imagen
se ha forjado de su propio envío, es decir, de su misión?
No tenemos por ahora más
pistas que las ofrecidas por él, en primer lugar, en su aparición ante el mundo, ya avanzada la
tarde, el miércoles pasado. Comenzando por el guiño a Juan Pablo II, que había
sido llamado “de lejos” por los electores: así lo había descrito Karol Wojtyła,
en esa balconada, durante aquel atardecer de un mundo ya tan diferente del
nuestro. De igual modo, Francisco: «Parece que mis hermanos cardenales hayan
ido a buscarlo [al obispo de Roma] casi al fin del mundo… ¡pero estamos aquí!».
Palabras transidas por el hecho de que el Papa haya sido llamado del cono sur:
de esa América latina que constituye el suelo nutricio de una población
emergente, llamada a ocupar su puesto en la geoestrategia mundial.
A continuación, el recuerdo
afectuoso hacia Benedicto XVI, ese Papa que se había concebido a sí mismo como
un «simple y humilde obrero en la viña del Señor» en la tarde de su elección.
«Y ahora, comencemos este camino: Obispo y pueblo… Un camino de hermandad, de
amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros, los unos por
los otros. Oremos por todo el mundo, para que haya una gran hermandad». No es
casual la repetición de un término que se halla en el núcleo del Evangelio: la
hermandad. Una palabra subrayada por el gesto consistente en pedir la oración
de todos implorando la bendición para el nuevo Papa. Un gesto corroborado por
el ademán, enormemente poderoso, de inclinarse ante el pueblo de Roma.
Cerró la intervención como
la había iniciado: poniendo de relieve su misión de obispo y, por lo tanto,
sucesor de los apóstoles al servicio de la comunidad. Hasta en seis ocasiones se refirió a sí mismo acentuando su
especial nexo con el pueblo de Roma, del que es obispo y desde el que preside
“en la caridad” a la Iglesia universal. Proviniendo de un jesuita circunspecto y
prudente, tampoco este matiz debe pasar desapercibido: implica una
autocomprensión centrada en la pequeña escala.
Pero el pontífice está
llamado a gestionar una realidad de múltiples facetas, plural y universal. Las
palabras, los gestos y los ademanes de su primera intervención hacen presagiar
un Papado vuelto hacia el robustecimiento de los nexos de hermandad que tejen
la trama del cristianismo y vertebran su misión en el mundo. Si se me permite
avanzar mi propia apuesta, intuyo que asistiremos a un cuidado especial por la
unidad de las confesiones cristianas y por el diálogo ecuménico.
Pero ya veremos: preparémonos
para más sorpresas. Y es que en tiempos de penuria intelectual e inmovilismo
institucional nos estamos acostumbrando a que las alegrías nos vengan desde el
Vaticano.
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Artículo propio publicado en el diario La verdad de Alicante (16/03/2013), p. 19. En la imagen: “Habemus Papam”, por Catholic Church (England and Wales). Fuente:
flickr.com.
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