Boston ha atraído justamente
la atención de la comunidad internacional. Así, numerosos diarios han adoptado
el formato de titular a cuatro columnas o a toda página para narrar la tragedia,
sus implicaciones geoestratégicas y la persecución policial subsiguiente. A
todo ello ha contribuido el hecho de que se produjera en un contexto tan lúdico
como una maratón. Al terminar la carrera que le dio nombre, un soldado griego
pudo comunicar a los atenienses la victoria de sus camaradas sobre las tropas
persas y pagó por ello, exhausto y acabado, con su vida; los tres corredores
del pasado 15 de abril han pagado por un conflicto que continúa.
Pero también hay masacres
silenciosas. Guerras que prosiguen sin una maratón que certifique su final o al
menos les ponga altavoz. En Afganistán, de cada mil niños nacidos vivos 157
mueren en muy temprana edad; son 129 en Chad o 117 en Angola, cifra representativa
de una vasta zona del área centro-oriental de África. En España, los estudios arrojan
la cifra de 3,9 fallecimientos, muy similar a la de los países de nuestro
entorno europeo. Los datos, relativos al período 2005-2010, provienen del atlas
estadístico de The Economist publicado
por Profile Books.
Son miles los niños que
mueren a diario a causa de las hambrunas, la insalubridad y las guerras civiles
que azotan al mundo – muy en particular, a la castigada franja central del
continente africano. Víctimas que aún no han corrido su carrera.
Que la muerte –dramática e
injusta– de tres civiles estadounidenses genere tal conmovición mediática, ajena
a los miles de inocentes que fallecen al mismo tiempo en África, tiene su
explicación. La rutina nos ha familiarizado con la masacre silenciosa; la ha
puesto en sordina. Toca a nosotros salir de la modorra de una burguesía
onanista y fláccida. Porque la sangre de nuestros hermanos clama al cielo. Y
porque el progreso de nuestra civilización se halla ligado a la actitud que
adoptemos hacia ellos.
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Artículo propio publicado en el diario La verdad de Alicante (30/04/2013, p. 19). Fotografía de Kaysha: "Luanda, Angola, Africa. 10/08" (fuente: flickr.com).
1 comentario:
Pedro, la cuestión, al menos en mi opinión, no es tan fácil como parece. Es cierto que la vida de "los nuestros" tienen el mismo valor y dignidad que las de "los otros", pero muchas veces no podemos salvar tan fácilmente ese egoísmo, y por qué no decirlo, esa dimensión afectiva que nos vincula más a unas personas que a otras. "Los nuestros" son aquellos que viven como nosotros, o en una realidad similar; mientras que "los otros" son aquellos que, a pesar de lo que sabemos por los medios de comunicación, no conocemos (por supuesto que nos golpea su situación, la injusta realidad que están viviendo, pero todo ello se mueve, casi siempre, en lo virtual). El progreso en los medios de comunicación nos ha llevado a una nueva forma de estar-existir en el mundo: ha revolucionado el concepto de "realidad", ha ampliado nuestras alegrías, nuestros conocimientos, nuestros sufrimientos... Ante esta situación cabría hacerse muchas preguntas: ¿estamos preparados para vivir así?,¿nuestra estructura personal está preparada para estas dimensiones planetarias?,¿la dimensión global de la información no nos lleva a descuidar lo cotidiano y cercano?,¿es el subdesarrollo de muchos consecuencia del desarrollo de unos pocos?,¿somos cómplices de la injusticia que describes? Entre esta maraña de cuestiones distingo una serie de intuiciones: a)que ningún estudio de los que he leído aporta una explicación convincente a la cuestión de la desigualdad en el mundo; b)que aunque se nos dice que es posible terminar con el subdesarrollo, porque existen las potencialidades materiales necesarias, esa realidad parece no avanzar porque no es tanto una cuestión material como espiritual (perdón por esta palabra tan denostada y en desuso);c) que nos sigue resultando incomprensible el mal en el mundo y el hecho de que, siendo lo mismo en esencia, los hombres tengan vidas tan dispares y, muchas veces, tan injustas. Debo finalizar, no sin antes decir que la cuestión va mucho más allá del agravio comparativo entre seres humanos y la necesidad de una fraternidad universal,para mí la cuestión es la que sigue:¿cuál es el sentido de toda existencia humana aún en medio de la más injusta situación de sufrimiento y muerte? Y, claro está, por lo que somos y se nos ha dado, no podemos obviar esta otra pregunta ¿quién es nuestro prójimo?(Lo que debemos hacer ya lo sabemos.
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