Hace cien años arrancó la primera guerra mundial; hace veinticinco
empezó a ser desmantelada la cristalización política más visible de la guerra
fría. Entre 1914 y 1989 transcurre una dramática elipse temporal: lo que
Hobsbawn calificó como el siglo más corto. Resulta difícil representarnos el
paisaje de la Europa prebélica. Las técnicas aupadas por la Revolución
industrial habían tendido redes de ferrocarril, tranvía y teléfono, renovado la
iluminación y el trazado urbanos, higienizado calles y domicilios. La física
cuántica afrontaba el mundo subatómico; el paradigma evolucionista permeaba ya la
biología y la genética; el método psicoanalítico ensayaba un abordaje inédito a
las honduras de la psique.
Mientras la tecnociencia proseguía su asombrosa marcha, los artistas
reivindicaban para la época su arte y para ellos mismos su libertad; el
continente brindó el escenario a vanguardias dispares que trajeron consigo una
edad de oro en la pintura, la arquitectura o la música. En literatura se
llevó a cabo algunos de los experimentos más chocantes y fueron redactadas algunas
de las obras más sublimes. La filosofía desplegaba plurales matices en el arco
que va desde el neopositivismo lógico hasta el movimiento fenomenológico y sus
epígonos.
No era intachable esa Europa de los albores de siglo. Cobijaba profundas
desigualdades entre clases sociales, entre hombre y mujer, adultos y niños;
albergaba un vergonzoso elitismo en la toma de decisiones; nutría moldes
políticos ya sentenciados por la Historia. Pero exhibía un nervio social y
cultural que auguraba horizontes de paz y desarrollo. A pies juntillas lo
creyeron tirios y troyanos, obnubilados por la fe en un progreso moral de la
Humanidad que era trasunto de los imparables avances técnicos del XIX.
El estallido de la Gran Guerra supuso, por eso, una conmoción sin
precedentes. En su soberbia autobiografía El
mundo de ayer, Stephan Zweig rememoró los horrores de esa primera orgía
mundial de la infamia. A bordo de un convoy militar escuchó a un anciano
sacerdote pronunciar palabras que resumían la indignación y la vergüenza:
«Tengo sesenta y siete años y he visto muchas cosas. Pero nunca habría creído
posible semejante crimen contra la humanidad». Cien años después, a nosotros
concierne no dejar perecer la memoria.
__________
Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (09/01/2014). En la imagen: detalle del Guernica de Pablo Picasso, óleo sobre lienzo fechado en 1937 (Museo Reina Sofía, Madrid).
No hay comentarios:
Publicar un comentario