Como muchos otros, durante el pasado verano me zambullí en una novela “de cabecera”. En mi caso, una de las grandes obras en lengua catalana: Incerta glòria, de Joan Sales. Se trata de un magnífico fresco histórico, protagonizado por tres barceloneses a los que la guerra sorprende en los años de una juventud efímera como la primavera en un día de abril. Mientras tanto, en España la estrella de Podemos brillaba en los sondeos con un resplandor que parece augurarle días de gloria. Desde su eclosión en las elecciones europeas me he venido interesando por el partido y su líder, a los que desconocía por completo. He recopilado impresiones, he leído escritos suyos y sobre ellos.
Simpatizo con los movimientos
asamblearios. Expresan algo de lo que andábamos faltos en la España burguesa
del ladrillo y el consumismo exacerbado del tránsito de siglo. Frente a la
cortedad de miras de los principales partidos –demasiado ocupados con sus
litigios intestinos e incapaces de elaborar políticas a largo plazo– y ante el
bárbaro avance del neocapitalismo, el descontento simbolizado por el 15-M fue
una ráfaga de aire fresco que Podemos ha capitalizado con acierto. Revisando la
participación de Pablo Iglesias en tertulias televisivas constato que su modo
de hablar ha introducido una saludable enmienda a la crispación; su figura se
agiganta de manera proporcional a la breve talla de los voceros de la política
española, del mismo modo que Beppe Grillo pudo hacerse un hueco en la Italia
regida por Berlusconi y no hubiera podido hacerlo en la de De Gasperi.
Sin embargo, varios de los
audiovisuales que encuentro en internet acrecientan en mí un embarazoso
desasosiego. En uno de ellos, y con ocasión de una charla en junio de 2013 en
una herriko taberna, Iglesias elogia
a ETA por haber percibido que la autodeterminación no formaba parte de los
derechos promovidos por el “papelito” de 1978. “Estamos en un momento
leninista”, afirmaba, aludiendo a la coyuntura –favorable al asalto al poder–
creada por la crisis económica y la debilidad del Estado. En otro de esos
vídeos, de octubre de 2010, el (entonces futuro) líder parecía supervisar a los
furibundos estudiantes que reventaron una conferencia de Rosa Díez en la
Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense. Uno de los portavoces leía un
comunicado en que se le conminaba a no volver a la Facultad “nunca más”; el
lector era Íñigo Errejón, años después director de campaña de Podemos en las elecciones
europeas. La exhibición de intolerancia de esos estudiantes no me dejó menos
perplejo que las declaraciones del propio Iglesias, quien, ya convertido en
líder político, sostenía en una rueda de prensa que no había tenido nada que ver.
Esas formas encajan en el panorama ideológico
a la luz del cual Podemos se entiende a sí mismo: el populismo de izquierdas
latinoamericano. No en vano sus dirigentes han estudiado –y admirado– las
dinámicas de asalto al poder en Venezuela, Ecuador o Bolivia. Los mecanismos representativos
expuestos en el pre-borrador de sus estatutos políticos confirman esta
impresión: desde la entrega puramente nominal del poder decisorio a las bases
del partido (reunidas en Asamblea ciudadana cada tres años) a la práctica dejación
del órgano ejecutivo al portavoz (flanqueado por un Consejo de hasta 15
personas, elegidas de entre los candidatos propuestos por el propio portavoz).
El esquema es personalista de facto; lo
llamativo es que apele al espíritu asambleario y a la eliminación de la
“casta”.
En uno de sus artículos sobre
Podemos en El país, Antonio Elorza
–catedrático de Ciencias Políticas en la Complutense y, por tanto, compañero de
claustro de Pablo Iglesias– ha afirmado que a éste “le repugna la democracia como
procedimiento”. Se trata de un arriesgado juicio de valor: aún no sabemos qué
decisiones de gobierno tomaría de tener potestad para ello. Eso sí, sus
maestros nos dan pistas para adivinarlo. En la medida en que estas pistas sean
certeras, nos hallaremos ante un proyecto personalista en lo político,
colectivizante en lo económico y restrictivo de la libertad de expresión en lo
social. Independientemente de los objetivos programáticos de Podemos (sólo
desvelados en cuanto encajan con los resortes del descontento popular), el modus operandi defendido por sus líderes
dice mucho. Refiriéndose –en un artículo en Rebelión–
al recibimiento dispensado a Rosa Díez en la Complutense, Errejón e
Iglesias lo vinculan a “prácticas de democracia participativa” que “abren vías
de rendición de cuentas por las que los ciudadanos pueden interpelar a los
políticos, reprocharles, alabarles o discutir con ellos”. Pero lo que yo vi fue
el acorralamiento y la vejación de una persona, no la apertura de un cauce de diálogo.
Quizá se refleje en esto lo más
oscuro de esa incierta gloria que han pretendido los regímenes totalitarios de
toda laya: el desprecio por la opinión ajena, el dogmatismo ciego, la sorda rabia
del antisistema. Prefiero equivocarme. De Podemos depende que su gloria de
estos días no devenga el incierto presagio de una dolorosa vuelta atrás.
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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia el 04/10/2014. En la imagen: "Lluvia, vapor y electricidad", óleo pintado en 1844 por Joseph W. Turner (National Gallery, Londres).
2 comentarios:
Un análisis ponderado o sopesado, tan amable (demasiado, a mi gusto) como claro, que contrasta con el prejuicio dogmático insultante (sin metáfora) de un intelectual, J. L. Villacañas, que me ha dejado decepcionado (http://blogs.elconfidencial.com/…/cuadrar-el-circulo-el-ex…/#), al tiempo que me explica o corrobora que lo pavoroso puede tener lugar donde menos se espera uno. Análisis, en fin, es lo que se requiere. Aquí lo hay. Que aproveche.
Un placer leer cada publicación tuya. Como un placer fue poder asistir a tus clases de Antropología. Se aprende mucho.
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