
Los comentarios que Rafael y Alejandro han dedicado a mi último post me han dado que pensar. Me refería yo a las que considero virtudes del film Avatar: entre ellas, la llamada de atención sobre la necesidad de volver al sentido y el sabor de la Naturaleza. Comentaba Rafael: “Deseamos un cambio. Creo que muchos queremos mudar la piel y respirar con fuerza”. Alejandro, en cambio, reconocía en la película “una impugnación de la cultura occidental y una expresión más del odio que el hombre contemporáneo siente contra sí mismo (contra su historia, sus valores, sus formas de vida...), llevado al paroxismo en la película por el ‘cambio de cuerpo’ del protagonista”, en una argumentación que prolonga en su propio blog.
Hay mucho de cierto en esa sospecha de repudio, que apunta a un pavoroso desconocimiento de nosotros mismos y de nuestro entorno. Sin embargo, la Naturaleza es también el hostil escenario de la cadena de depredación, o de horrores como el terremoto de Haití. En cambio, la cultura humana promueve reacciones que van más allá de la lógica de supervivencia personal: la oleada de solidaridad desatada por la debacle en Puerto Príncipe así nos lo muestra, una vez más. Que la compasión y la ayuda tengan su trasfondo biológico-evolutivo –como ya adelantara Darwin– no niega la mayor: la evolución cultural perfecciona y mejora nuestro bagaje natural. Y aquí entran en juego todos los beneficios (sociales, educativos, científicos, urbanísticos, políticos, sanitarios…) que la cultura trae consigo.
Contraponer cultura y Naturaleza nos lleva, pues, por un camino errado. Todo esto tiene que ver con la cuestión hermenéutica ligada a la interpretación del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, redactado por J. J. Rousseau en 1754 para participar en el concurso de la Academia de Dijon. Llamando la atención sobre los efectos perversos de la generación social de necesidades artificiales, Rousseau en modo alguno propugnaba el retorno a un hipotético estado natural, ingenuamente idealizado. Más bien, como comentaba Rafael, “la mayor sofisticación consistirá en lograr un equilibrio entre la Naturaleza y nuestra condición humana”.
Se presenta aquí uno de los mayores retos de nuestra civilización, al que está asociada incluso nuestra viabilidad como especie. Ese reto se halla conectado con el redescubrimiento de nuestra interioridad. La alienación de sí mismo, en pos de necesidades artificiales creadas por la lógica consumista, se encuentra en la raíz de muchas insatisfacciones y pretensiones de dominio. Magistralmente lo musicalizó Haendel en una bellísima aria de Rodelinda:
Pastorello di povero armento
pur dorme contento
sotto l’ombra di un faggio o d’alloro.
Io, d’un regno monarca fastoso,
non trovo riposo
sotto l’ombra di porpora e d’oro.
(Pastorcillo de un pobre rebaño / duerme, no obstante, tranquilo / a la sombra de un haya o de un laurel./ Yo, de un reino monarca fastuoso, / no hallo reposo / a la sombra de púrpura y oro.)
A qué sombra dormimos: en descubrir la respuesta a esta pregunta –y en buscar la sombra mejor– se cifra el éxito de nuestra vida.
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En la imagen: “Foreign Land / Neighboring Land”, por Zachstern (fuente: flickr.com).