miércoles, 1 de agosto de 2018

El control más sobrecogedor. De Marx a Freud




















Que los grandes pensadores y las grandes pensadoras sean todavía actuales es algo que no se tiene que demostrar: sencillamente, se muestra. Las inquietudes de nuestro tiempo nos hacen volver a ellos; reflejan condiciones de la existencia sobre las que han reflexionado cuidadosamente. A menudo nos damos cuenta de que tienen mucho que decirnos; entonces los sentimos como hermanos y hermanas.

He experimentado una sensación parecida a raíz de los debates en torno a la nueva ley laboral en Austria. Hace semanas que vivo en la hermosa capital del Danubio, escenario de páginas significativas en la historia reciente de las ideas y del arte: desde Sigmund Freud y Edmund Husserl al Círculo de Viena, desde Otto Wagner y Stefan Zweig a Gustav Klimt, desde Wolfgang Amadé Mozart, Franz Schubert y los Strauss a Anton Bruckner, Gustav Mahler o Arnold Schönberg. Para mí, que tengo la fortuna de ocuparme de ese período fascinante del itinerario intelectual europeo, es un gozo estar aquí. Al hecho de poder llevar a cabo esta estancia ha contribuido el apoyo de la Generalitat Valenciana, que mantiene un generoso programa de ayuda a la investigación.

Pues bien, el 5 de julio se produjo un acontecimiento político que me llamó poderosamente la atención.


La actual formación en el poder, el Partido Popular Austríaco (Österreichische Volkspartei, ÖVP), había planteado una propuesta de ley sobre la duración de la jornada laboral. Hasta ahora, dicha jornada tenía un límite legal situado entre las ocho y las nueve horas (40 semanales); los desplazamientos de ese límite eran fruto de convenios colectivos - entre ellos, los existentes en ramas como la sanitaria. Pues bien, con el apoyo de los partidos próximos FPÖ y NEOS, el gobierno ha conseguido elevar el límite a doce diarias (60 semanales).

En los debates que he seguido en los medios de comunicación, el cambio se defendía así: se trata de dar más libertad a los trabajadores, de forma que puedan juntar horas laborales en jornadas más largas y dedicar las otras las que quedan liberadas– a lo que quieran, desde el ocio a la conciliación familiar. En este contexto, la ministra de Asuntos Sociales, Beate Hartinger-Klein, se ha remitido a Marx: «La libertad es un lujo que no todo el mundo puede permitirse», ha citado, para afirmar seguidamente que «con la presente flexibilización laboral, esta libertad es posible, a partir del 1 de septiembre, para cada hombre y para cada mujer».

Ahora bien, la cita no pertenece a Karl Marx. Proviene del canciller alemán Otto von Bismarck; así lo ha puesto de relieve Kurt Palm (Der Standard, 14-15/07, p. 42). Pero yo no creo, a fin de cuentas, que esa equivocación sea solo un error que descalifica; se trata más bien de un lapsus que traiciona... ¡y de un lapsus bien interesante!


En diferentes pasajes, Marx abogó por la restricción del horario laboral. Apoyó así un movimiento social que poco a poco iría logrando la jornada de ocho horas en distintos Estados (uno de los primeros, en 1919, España). Por lo que concierne a Marx, yo subrayaría dos argumentaciones, enraizadas respectivamente en los Manuscritos de París y en La sagrada familia. La primera es que la jornada sin límites contribuye a lo que Marx denominó "alienación" (Entfremdung) por medio del trabajo, un fenómeno a raíz del cual el trabajador se sumerge en una actividad que lo embrutece, que lo aleja de sus compañeros y de la Naturaleza misma, pues se convierte en mera lucha por la supervivencia. La segunda argumentación tiene que ver con el horizonte de una existencia digna: y es que del tiempo libre depende la posibilidad de una formación verdaderamente humana. La ministra no podía errar más el tiro.

Que no se trata de un simple error sino de un lapsus tiene que ver con el concepto de libertad subyacente. Libertad entendida como mera capacidad de elegir: es bueno tener más opciones, así que aumentemos el margen de horas de trabajo. Se echa de ver que el equipo que lo ha decidido no ha tenido o no ha querido tener en cuenta los desequilibrios que una tal ley puede introducir: la posibilidad de acumular más trabajo en las personas ya ocupadas, induciendo una especie de "selección natural" que erosiona la cohesión social. Pero hay más. Esta mentalidad abre la puerta a que quien lo desee se autoimponga jornadas maratonianas con objetivos así mismo elegidos – por ejemplo, alcanzar un nivel superior de consumo. En este sentido, la nueva ley favorecería la libertad para todo el mundo.

He aquí un indicio de cómo el neocapitalismo se infiltra en los modos de autocomprensión del sujeto contemporáneo, hasta el punto de poner a su servicio la autodeterminación personal. Es el individuo mismo el que se pone al servicio del trabajo; es el quien incorpora la autoexplotación como mandato de su superego: una inflexible regla interior, buscada, precisamente por eso más temible. Fue la advertencia de Herbert Marcuse en El hombre unidimensional o, en años más recientes, la de Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio.


El sujeto contemporàneo hace suyas las exigencias de crecimiento del capitalismo, las acepta de buen grado, colabora gustoso con ellas. De ahí brota una sociedad polarizada, donde las fuerzas productivas recurren a la farmacopea para poder convivir con los devastadores efectos psíquicos de la autoexplotación; y donde otros, envenenados por la sutil propaganda del sistema, nutren el deseo de alcanzar el nivel de disfrute de bienes y servicios que esa auto-explotación garantiza.

Que la ministra de Asuntos Sociales del gobierno austríaco haya hablado de libertad en este marco no deja de ser revelador. Hay cosas que se dicen y que llevan más allá de sí mismas. Ya se dio cuenta de eso un ilustre vienés de adopción; fue en su gabinete, situado no lejos de la avenida –la Ringstraße– donde se alza el hermoso Parlamento en estilo neoclásico. Freud escribió allí el tratado, Psicopatología de la vida cotidiana, donde se ocupó del origen y el sentido de los fallos lingüísticos que revelan contenidos inconscientes. 

Big Brother is watching you. El gran hermano te vigila. Lo espeluznante reside en que no está fuera, sino dentro. Lleva a cabo el control más sobrecogedor: la vigilancia ejercida por el dinero al que la libertad se somete. Tal y como advierte Alfred Hitchcock, citando a William Shakespeare al comienzo de su película más freudiana: «La culpa no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos».

__________
Artículo propio publicado en el diario Levante (20/07/2018, p. 3). En la fotografía, que tomé el 24 de julio, la estatua que preside la plaza del Parlamento austríaco. Esculpida según diseño de Teophil von Hansen, fue colocada allí entre 1898 y 1902. Representa a Palas Atenea: en la mitología griega, la diosa de la sabiduría.

martes, 31 de julio de 2018

El control més esglaiador. De Marx a Freud




















Que els grans pensadors i les grans pensadores siguin encara actuals no s’ha de demostrar: senzillament, es mostra. Les inquietuds del nostre temps ens hi fan retornar; reflecteixen condicions d’existència sobre les quals han reflexionat amb cura. Sovint ens adonem que tenen molt per a dir-nos; llavors els sentim com a germans i germanes nostres.
Una sensació semblant l’he experimentada arran de les discussions al voltant de la nova llei laboral en Àustria. Fa setmanes que visc a la bella capital del Danubi, escenari de significatives pàgines de la història recent de les idees i de l’art: des de Sigmund Freud i Edmund Husserl al Cercle de Viena, des d’Otto Wagner i Stefan Zweig a Gustav Klimt, des de Wolfang Amadé Mozart, Franz Schubert i els Strauss a Anton Bruckner, Gustav Mahler o Arnold Schönberg. Per a mi, que tinc la sort d’ocupar-me d’eixe tram fascinant de l’itinerari intel·lectual europeu, és un goig ésser-hi. A poder dur-hi endavant una estada d’investigació ha contribuït el suport de la Generalitat Valenciana, que manté un generós programa d’ajut a la recerca.
Doncs bé, el 5 de juliol va produir-se un esdeveniment polític que m’ha cridat fortament l’atenció.

L’actual formació en el poder, el Partit Popular Austríac (Österreichische Volkspartei, ÖVP), havia plantejat una proposta de llei sobre la durada de la jornada laboral. Fins ara, dita jornada hi tenia un límit legal entre vuit i nou hores (40 setmanals); els desplaçaments d’eixe límit eren fruit de convenis col·lectius, com els existents a branques com ara la sanitària. Doncs bé, amb el suport dels partits pròxims FPÖ i NEOS, el govern ha aconseguit pujar-ne el límit a dotze diàries (60 setmanals).
Als debats que he seguit pels mitjans de comunicació, el canvi es defensava així: es tracta de donar més llibertat als treballadors, de manera que puguin aplegar hores laborals en jornades més llargues i dedicar les altres –les que han quedat alliberades– a allò que vulguin, des de l’oci a la conciliació familiar. En aquest context, la ministra d’Assumptes Socials, Beate Hartinger-Klein, s’ha remès a Marx: «La llibertat és un luxe que no tothom pot permetre’s», ha citat, per a afirmar tot seguit que “amb la present flexibilització laboral, aquesta llibertat és possible, a partir de l’1 de setembre, per a cada home i per a cada dona”.
La cita però no pertany a Karl Marx. Prové del canceller alemany Otto von Bismarck; així ho ha posat de relleu Kurt Palm (Der Standard, 14-15/07, p. 42). Ara bé: tot comptat i debatut, no crec que l’esmentada equivocació sigui sols una errada que desqualifica; és més aviat un lapsus que traeix. I un de ben interessant!

En diversos passatges, Marx propugnà la restricció de l’horari laboral; recolzà així un moviment social que miqueta a miqueta aniria aconseguint la jornada de vuit hores a diversos Estats – un dels primers, l’any 1919, Espanya. Pel que fa a Marx, en subratllaria dues argumentacions, arrelades respectivament als Manuscrits de París i a La sagrada família. La primera és que la jornada sense límits contribueix a allò que Marx anomenà “alienació” (Entfremdung) per mitjà del treball, un fenomen arran del qual el treballador s’enfonsa en una activitat que li embruteix, que li allunya dels seus companys i de la natura mateixa, puix esdevé pura lluita per la supervivència. La segona argumentació té a veure amb l’horitzó d’una existència digna: i és que del temps lliure depèn la possibilitat d’una formació pròpiament humana. La ministra no podia errar més el tret.
Que no es tracta d’una ximple errada sinó d’un lapsus té a veure amb el concepte de llibertat subjacent. Llibertat entesa com a mera capacitat de triar: és bo tenir més opcions, doncs augmentem el marge d’hores de treball. És clar que l’equip que ha decidit ço no ha tingut –o no ha volgut tenir– en compte els desequilibris que una tal llei pot introduir: la possibilitat d’acumular treball en les persones ja ocupades, tot induint una mena de “selecció natural” que erosioni la cohesió social. N’hi ha més però. Aquesta mentalitat obri la porta a que qui vulgui s’imposi jornades maratonianes amb objectius igualment triats – per exemple, assolir un nivell superior de consum. En aquest sentit, la nova llei afavoriria la llibertat per a tothom.
Vet ací un indici de com el neocapitalisme s’infiltra en els modes d’auto-comprensió del subjecte contemporani: fins al punt de posar al seu servei la mateixa determinació personal. És el propi individu el que es posa al servei del treball; és ell qui incorpora l’auto-explotació com a comando del seu súper-jo: una inflexible regla interior, volguda i precisament per això més temible. Va ser l’advertència de Herbert Marcuse a L’home unidimensional o, en anys més recents, la de Byung-Chul Han a La societat del cansament.

El subjecte contemporani fa seves les exigències de creixement del capitalisme, les accepta de grat, hi col·labora gustós. N’hi brolla una societat polaritzada, on les forces productives recorren a la farmacopea per a conviure amb els devastadors efectes psíquics de l’auto-explotació; i on altres, enverinats per la subtil propaganda del sistema, nodreixen el desig d’assolir el nivell de gaudi de bens i servicis que eixa auto-explotació garanteix.
Que la ministra d’Assumptes socials del govern austríac hagi parlat de llibertat en aquest marc no deixa de ser revelador. Hi ha dits que porten més enllà de si mateixos. Ja se n’adonà un il·lustre vienès d’adopció: fou al seu gabinet, situat no lluny de l’avinguda –la Ringstraße– on s’alça el bell Parlament en estil neoàtic. Freud escrigué allí el tractat, Psicopatologia de la vida quotidiana, on s’ocupà de l’origen i el sentit de les errades lingüístiques que revelen continguts inconscients.
Big Brother is watching you. El gran germà et vigila: allò esgarrifós és que no hi és fora, sinó dins. Du endavant el control més esglaiador: la vigilància exercida pels diners dels que la llibertat es fa serva. Tal i com adverteix Alfred Hitchcock, tot citant en William Shakespeare en encetar el seu film més freudià: «La culpa no es troba a les nostres estrelles, sinó en nosaltres mateixos».

__________
Article propi publicat al diari Levante (20/07/2018, p. 3). En la fotografia, que vaig prendre el 24 de juliol, l'estàtua que presideix la plaça del Parlament austríac. Esculpida segons dissenys de Theophil von Hansen, hi va ser col·locada entre el 1898 i el 1902. Representa a Pal·las Atenea: en la mitologia grega, deessa de la saviesa.



domingo, 28 de enero de 2018

Un llampec d'incerta glòria


Fa tres anys que vaig llegir Incerta glòria per primera vegada. El fet d’haver-la descobert el dec a una recomanació de Joan Baptista Llinares que mai no podré agrair-li a bastament. La llegí amb fruïció, amb avidesa: hi descobrí un món complex, poderós, semblant al d’altres grans obres de la literatura universal –penso a la novel·la russa i en particular a Dostoievski– que apleguen alè èpic i penetració psicològica. La vaig devorar. Després he tornat a rellegir-la, sempre amb plaer renovat, sempre amb guany. 

Vaig atendre doncs expectant el moment de veure’n la versió que Agustí Villaronga acaba de filmar per a la gran pantalla. El repte era gairebé inabastable, puix a la grandària i complexitat de la trama s’hi afegeix un tarannà filosòfic amb prou feines traduïble a la narrativa fílmica. El director –junt amb Coral Cruz, també guionista– n’hi era conscient. I ha optat per una lectura que, al meu parer i malgrat tot el que hi deixa a banda, en fa una versió digna i fins i tot hi duu a terme un acte de justícia poètica. 


Amb Incerta glòria Joan Sales va escriure la novel·la de la seva vida. Soldat republicà durant la Guerra civil, exiliat a diversos països d’Amèrica central, autor llavors d’un poemari itinerant –Viatge d’un moribund–, en tornar a Barcelona va escriure’n una primera versió, més sintètica i dialogada, que anà enriquint al llarg de més d’una dècada. N’hi és el resultat una obra que a hores d’ara es publica com a dos volums, Incerta glòria i El vent de la nit. Sales dugué endavant en paral·lel una valuosa tasca com a traductor i editor; a ell es deu, per exemple, la traducció catalana d’Els germans Karamazov o la fundació d’allò que amb el pas del temps esdevindria El Club del Lector, mitjançant el qual van donar-se a conèixer al públic autors com ara Mercè Rodoreda. La vida d’en Sales ben mereix un film. Però això són figues d’altre paner. 

O pot ser no. La novel·la és el relat d’una desfeta i d’una esperança. Desfeta dels ideals de joventut, evaporats com la “incerta glòria d’un matí d’abril” –versos que manlleva de Shakespeare per a fer-ne un Leitmotiv– junt amb la innocència dels protagonistes. I nogensmenys, esperança de retrobar un lloc per a eixos ideals, purificats per mig d’una baixada als inferns: la que van viure en Lluís, la Trini, en Soleràs i en Cruells – sobretot en Cruells, que a l’infern de la guerra afegeix el de la seva pròpia crisi existencial, veritable fil conductor d’El vent de la nit. No s’entén una cosa sense l’altra, ni a la vida ni a la novel·la: és l’esperança a fer esglaiadora la desfeta dels ideals, és aquesta desfeta la que pot crear un espai no fictici per a una renascuda aspiració al bé. 

Villaronga sembla haver-se’n deturat a la vessant més fosca. Des de l’eficaç localització geogràfica i la reeixida fotografia en games d’ocre, verd i groc a la meritòria interpretació –admirable el quartet protagonista, amb dues dones (Núria Prims com a la Carlana i Bruna Cosí com a la Trini) que recamen els papers respectius amb interpretacions ajustades i àdhuc poderoses–, l’acurada posada en escena és al servei d’una història de passió que recolza els aspectes més dramàtics de la novel·la. El film esdevé una estremidora dissecció de l’ànima esquinçada i de l’instint de supervivència (“Matem-nos com bons germans”). Un instint representat de mode esgarrifosament paradigmàtic per la Carlana, la “dona aranya” la presència de la qual, sàviament reforçada pels guionistes, evita que la trama s’esfilagarsi dissolta en el virolat triangle afectiu dels altres protagonistes. 


Això però és una veritat a mitges. Per a mostrar-ne l’altra cara –l’esperança reguanyada fins i tot al bell mig de la incertesa i la fragilitat– calia donar veu al gran nàufrag, en Cruells. Llevar-lo de la nòmina de personatges constitueix una arriscada opció dels guionistes. És molt el que s’hi perd. Tanmateix incloure’l hauria esdevingut potser una missió impossible: primer en relació dialèctica amb en Soleràs i després en solitària enyorança, en Cruells encarna la vessant més filosòfica i la baixada als inferns que llega Incerta glòria amb El vent de la nit. Amb prou feines la narració cinematogràfica podria haver-se’n fet càrrec. El film queda doncs reduït a un dels fils argumentals, el de tarannà més afectiu, on es fa present el pes feixuc de la mala consciència. 

Però potser això sigui tan sols altra veritat a mitges. Malgrat l’escassa presència de la vessant més reflexiva d’en Soleràs, una cosa hi queda clara: la seva aspiració a una plenitud existencial que –ai– preveia fugissera com la llum que travessa un matí d’abril; eixe “llampec de glòria” que hauria de donar sentit a l’existència. La glòria que els seus coetanis cercaven al front de batalla i que havia de revelar-se’ls tan buida, tan vana. La que ell va perseguir debades.


Eixa glòria que al film –a diferència d’allò que succeeix a la novel·la– en Soleràs acaba per trobar. No desvetllaré res del final. Sí diré però que la llicència poètica amb què conclou el seu paper –una de les dues o tres de rellevants que es permeten els guionistes– constitueix una intel·ligent volta de femella al personatge que hi fa emergir quelcom de molt pregon i cabdal: s’hi duu a terme un acte de justícia poètica. I això fa d’aquesta Incerta glòria quelcom prou honest i sentit. 

Tot comptat i debatut, el film ofereix alhora una lectura imaginativa i una invitació a la lectura. Villaronga i el seu equip ens hi han prestat un servei preciós, tot proposant-nos de nou una història complexa: la nostra història com a país i com a nàufrags a una època d’incerteses. No és pas estrany que la novel·la hagi anant rebent una projecció internacional paral·lela a la seva traducció a les diverses llengües: i és que parla de nosaltres. També nosaltres hem d’enfonsar-nos en la desfeta, hem de baixar als inferns per a guanyar una esperança veritable. També la nostra és una història incerta que al bell mig de la fragilitat aspira al seu sentit i a la seva plenitud: al seu llampec de glòria.

__________
Article propi publicat al suplement cultural "Posdata" del diari Levante (02/09/2017, p. 6). En la imatge, una escena del film, amb Núria Prims en el paper de la Carlana. La nit del 28 de gener el film Incerta glòria, d'Agustí Villaronga, ha sigut el film que va rebre més guardons a la gala dels premis Gaudí concedits per l'Acadèmia del Cinema català.



miércoles, 3 de enero de 2018

Almas ausentes, almas presentes

















Hace casi siete años –el 9 de marzo de 2011– publiqué en este blog una entrada con el mismo título. En ella me refería a una persona especial: “Alguien de quien bien se podría predicar lo que García Lorca canta en la sección conclusiva de su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías ('Alma ausente'):

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.”

Era mi tío José, fallecido hacía muy poco. El pasado día 26 nos dejó su esposa. Y vuelven a tener sentido esas palabras del poeta. Era Marina una andaluza clara, que se aventuró a compartir la vida con su indómito José; una persona adornada por la elegancia que sólo el bien –un corazón y una mente sinceros, sin doblez– puede conferir. 

El viento que arreció la mañana de su sepultura ha dado paso a una brisa triste; en su Andalucía, un olivo llama a otro con añoranza de una generación. Somos afortunados por haber asistido al germinar de una estirpe de mujeres y hombres a la que tú perteneces, Marina. Vuestro recuerdo no enmudece. Y ¡cuánto nos alegra que nos hayáis honrado con vuestra existencia!

__________
En la imagen: Monje a la orilla del mar, de Caspar David Friedrich (Pommersches Landesmuseum, Greifswald).