domingo, 12 de abril de 2009

Jesús de Nazaret: veinte siglos de amor



(Tomo cuasi prestado el título de un capítulo de Vida y misterio de Jesús de Nazaret, obra de José Luis Martín Descalzo; los versos, del poemario de Pedro Salinas La voz a ti debida.)

¡Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse
a la gran incertidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías
—azogues, almas cortas—, aseguran
que estoy aquí, yo inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los hombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy buscando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
(...)
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.

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En la imagen: "Je t'aime", por Uploaded (fuente: www.flickr.com).

viernes, 3 de abril de 2009

Carta abierta a Manuela: Mosterín, aborto, potencia y acto



A principios de marzo publiqué una entrada en este blog dedicada a la cuestión del aborto ("Una chica de nuestra ciudad"). No era la primera ocasión; ya la había afrontado, al menos, en otra ("Despreciar la ciencia"). Una lectora, Manuela, ha respondido a ese último post sobre el tema reproduciendo gran parte de un artículo de opinión publicado por Jesús Mosterín el 24 de marzo en El país y disponible en red ("Obispos, aborto y castidad"). Considero un deber moral tomarme en serio a las personas que hablan conmigo, o que me escriben. Por ese motivo he querido exponer a Manuela varias reflexiones. Comencé a escribir... y el resultado excede, a mi modo de ver, la extensión propia de una respuesta en un foro. Así que voy a reproducirlo aquí, a modo de nueva entrada.


Estimada Manuela:

Ante todo, un cordial saludo. La indignación a la que hace referencia es buena señal: significa que es usted una persona sensible a las cuestiones morales (la “justa indignación” constituye, según Aristóteles, una virtud en sentido propio). También a mí me pasa a veces. Con mucho gusto he publicado su entrada en mi blog. Permítame que le haga notar ahora, con la misma disposición, que el artículo que reproduce sí deja cabos sueltos – ¡y cuántos!

Lo leí en El país el mismo día de su publicación. Y es que los defensores de políticas alternativas al aborto no somos –no, desde luego, en mi caso– “fundamentalistas” que no ven más allá de su nariz. ¿Se ha dado cuenta de los apelativos que Jesús Mosterín nos dirige en su artículo (en la parte no reproducida en su mensaje)...? Muy poco caballeroso, y muy poco filosófico. El diálogo en democracia exige respeto, buen trato, sensibilidad hacia los matices. Y exige apertura. Procuro estar informado de los argumentos de los demás. Y procuro seguir la pista a los principales diarios, incluido El país, que en varios sentidos es un excelente periódico del que he sido suscriptor. Eso sí, todo ello no tiene porqué mutilar mi sentido crítico: sentido del que medios como éste y autores como Mosterín han abdicado en esta materia, más preocupados por las resonancias ideológicas de la cuestión.

El argumento central de Mosterín aparece al inicio del texto que usted reproduce: "La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre". Dos errores de bulto se cuelan ya aquí. En primer lugar, confundir al Episcopado con los que defendemos políticas alternativas al aborto (¡que yo sepa, no soy obispo!). En segundo lugar, afirmar que identificamos al embrión con un ser humano adulto. ¿En qué cabeza cabe eso? Está claro que el embrión constituye la fase inicial del desarrollo de un organismo, que sólo varios años después llegará a la adultez. Ahora bien: ese organismo pertenece, gracias a la estructura de su ADN, a la especie humana; si dicho proceso no es obstaculizado (por causas naturales o artificiales), dará lugar a un ser humano adulto. Esto es científicamente evidente gracias a la genética. Decir que "el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso" no deja de ser una frase sorprendente: el principal motivo para buscar soluciones alternativas al aborto es de orden científico y ético.

El autor intenta fundamentar su postura aludiendo a un filósofo tan respetado como Aristóteles: concretamente, a su distinción entre potencia y acto. Una bellota no es un roble en acto. Es fácil constatar que se trata de un roble en potencia. Del mismo modo –añado– el embrión no es una persona plenamente actualizada: constituye una fase inicial de su proceso de actualización. Por cierto: tampoco un bebé de doce meses es una persona plenamente actualizada; ni un niño de diez años. Más aún: a lo largo del día, usted misma pasa por fases en las que, por decirlo así, “retrocede” en la actualización de sus operaciones superiores (las que Aristóteles relacionaba con el alma racional, específicamente humana); así, por ejemplo, durante el sueño adopta usted una forma de existencia de muy bajo perfil desde el punto de vista de la actualización de sus potencialidades. Lo mismo se podría decir de un ser humano bajo los efectos de la anestesia total. ¿Significa todo ello que matar a un bebé de doce meses, a un niño de diez años o a una persona durmiendo o bajo los efectos de la anestesia total no tiene gravedad moral? ¿Habría que aceptar que un ser en esas fases de su desarrollo, o en períodos de escasa actualización de sus potencialidades, no es un ser humano en absoluto...? Incluso el propio Mosterín tiene que reconocer -no le queda otro remedio- la relación genealógica, ontogenética, entre el embrión y el ser humano adulto.

A lo anterior añade Mosterín un argumento sociológico: otros países permiten el aborto. Se trata de un razonamiento realmente débil. Basta una analogía para mostrar su debilidad: el mundo entero permitió durante siglos que se esclavizase a ciertas razas o clases; ¿significa eso que habríamos tenido que cerrarnos al progreso moral que supuso la abolición de la esclavitud...? Refugiarse en el "muchos lo hacen" no es más que una excusa para evitar pensar por sí mismo.

Por último –por lo menos, en lo que respecta a la parte citada del artículo–, la chusca referencia a la castidad. Claro está que si nuestros padres hubiesen renunciado a las relaciones sexuales, no existiríamos (de igual modo que si nos hubiesen abortado, señala el autor). O si no se hubiesen conocido, añado yo. O si uno de ellos hubiese fallecido antes de nuestra concepción. Pero de ello no se deriva en modo alguno que el aborto sea –ni de lejos– moralmente equiparable a la castidad. En ninguno de tales casos ha llegado a existir un ser humano en desarrollo orgánico unitario (de la potencia al acto, por volver a Aristóteles). En el caso del embrión, sí.

En fin: ya ve usted qué cantidad de cabos sueltos y de pseudo-argumentos. Desde Alemania, el investigador Francisco J. Soler les ha aplicado el bisturí de la crítica en un artículo en prensa digital, al que después ha seguido otro. Pero permítame referirme, por último, a su alusión inicial al derecho de la mujer a elegir libremente. Que un pretendido derecho entre en colisión con derechos fundamentales ajenos es buena muestra de que no era tal. Pero la cuestión es, si cabe, aún más grave. Se publicita el aborto –de auténtica propaganda tildaría esa identificación entre "aborto" y "derecho a la libertad"– como solución a un problema. ¡Qué dramática confusión!

¡Cuántas personas –miles– están sufriendo bajo los efectos del síndrome post-aborto! Se trata de un síndrome con secuelas psicológicas tipificadas; existe abundante literatura al respecto, tanto informes médicos como testimonios de mujeres (por ejemplo, el de Mª Esperanza Puente en "Yo pasé por ahí", Unidad 8 [mayo 2008] 10-12). Otras personas sufren a causa de una decisión precipitada de su pareja. Ojalá todos encuentren pronto la paz interior: nadie está tan lejos de ella que no pueda hallarla. ¿Realmente es tan liberador el aborto? ¿No sería más razonable y más civilizado buscar soluciones alternativas? ¿No las tenemos, hoy, al alcance de la mano? Miles y miles de matrimonios esperan largamente su turno para adoptar bebés. ¿No podrían salvarse todos: madre e hijo? ¿Por qué ese afán por elegir la solución menos razonable, menos aceptada, menos buena para todos…?

No, Manuela. No puedo aceptar argumentaciones tan falaces como las que Mosterín esgrime en este caso. Ni la ciencia ni el sentido común avalan esa postura. Como tampoco legitiman cualquier medida contra el aborto, o la simple inhibición: es preciso ayudar activamente a las madres en apuros. No sería justo que me encasillase: ni soy fundamentalista, ni neocon, ni lindezas similares. Soy una persona de mi tiempo, procuro cultivar mi sensibilidad hacia los matices y el sentido crítico. Precisamente por eso no estoy dispuesto a insultar a nadie ni quiero que se criminalice a víctima alguna. Sólo deseo que logremos ponernos de acuerdo en torno a la racionalidad y al amor por el ser humano.

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En la imagen: "Hope", por Herby_fr (fuente: www.flickr.com).