martes, 28 de junio de 2011

Los ojos de la lechuza



















Una de mis queridas ex alumnas me hizo notar ayer que llevo demasiado tiempo sin escribir en el blog. ¡Tiene razón! Las últimas semanas me han visto deambular por la piel de toro como filósofo itinerante: de Elche a Madrid, a Valencia, a Asturias. En Madrid tuve ocasión de encontrarme –un jueves por semana– con un cualificado grupo de profesionales entusiasmados por los vericuetos del pensamiento: la Escuela de Filosofía acogió un ciclo de charlas (“La neurociencia como desafío filosófico”) que para mí constituyó un auténtico aliciente intelectual por el clima de reflexión y el interés de sus “estudiantes” – en muchas cosas, fabulosos maestros.

La ciudad del oso y el madroño fue también escenario de un estupendo congreso (“Filosofía de la inteligencia”) organizado por la Universidad CEU San Pablo. Allí pude reencontrar a queridos amigos y tomar parte en discusiones que de nuevo supusieron para mí un acicate. Todo esto contribuye, a su manera, a pergeñar el horizonte del libro en el que estoy trabajando, mi Neuroantropología, que me llevará varios años de ilusionante trabajo. Lo mismo ha ocurrido con el simposio de la Asociación de Filosofía y Ciencia Contemporánea, que nos reunió en Ribadesella (Asturias) en una apretada constelación de ponencias y amistad filosófica.

La filosofía es un viaje interior… y, a veces, también geográfico. En esto, el balance de mi vida no me acerca tanto a la sosegada inmovilidad del filósofo de Königsberg como a la itinerancia existencial de otros pensadores que recorrieron la geografía europea mientras se ocupaban de asuntos filosóficos, científicos o políticos. De un modo o de otro, los ojos de la lechuza buscan claridad y comprensión, y esta tarea nos hermana a todos –ayer y hoy– en una hermosa búsqueda.

__________
En la imagen: “Barn owl”, en fotografía de Wolfpix (fuente: flickr.com).