domingo, 21 de mayo de 2017

Europa, del adiós a la prórroga


Adiós a Europa es el título de un film conmovedor a su pesar. Su directora, la alemana Maria Schrader, ha querido rendir homenaje a un convencido europeísta, Stefan Zweig. Lo hace de forma aséptica, exenta de alharacas, de dramatismo. Y, sin embargo, emociona. El refinado cosmopolita judío recorre los países de su exilio –de Argentina o Estados Unidos hasta su morada postrera en Brasil– mientras asiste desde lejos al ascenso del nacionalsocialismo, paseando su nostalgia y su callada desesperación por lo que considera, con creciente amargura, el triunfo de la barbarie.
El título del film evoca interrogantes recientes. La desazón de amplias capas sociales en toda Europa, el ascenso de la extrema derecha en Francia, Reino Unido, Alemania o la propia Austria, la alocada carrera británica fuera de la Unión –poco british en su génesis y desarrollo– y los peores augurios desde la otra orilla del Atlántico –materializados en la presidencia del errático Trump– hacían auspiciar lo peor. Y, con todo, los primeros meses de 2017 ofrecen razones para la esperanza. ¿Se trata de augurios de un cambio de tendencia o de los últimos destellos de una luz que agoniza?
En Holanda, la movilización del electorado ha dado al traste con lo que parecía inevitable: que el partido de extrema derecha liderado por Geert Wilders se hiciera con el control del Parlamento. En Francia, Marine Le Pen acaba de encontrar la horma de su zapato en una mayoría de votantes que ha preferido la continuidad con los valores de la V República.

¿Se ha salvado la Unión? Por el momento. El volumen de los problemas pendientes –desde los desequilibrios económicos en el seno de los espacios nacionales hasta las incertidumbres asociadas a la inmigración, pasando por la erosión producida por la corrupción política– resulta demasiado visible como para soslayarlos. Las elecciones francesas han proporcionado un balón de oxígeno que puede pinchar con los repuntes de antieuropeísmo.
El antieuropeísmo no ofrece alternativas al proyecto de progreso más exitoso de la historia europea. Con sus errores y fracasos, la Unión ha alentado un período de cohesión social, bonanza económica y armonía internacional que no halla parangón en el devenir del abigarrado mosaico de naciones y lenguas que integran la vieja Europa. Las propuestas de Wilders o Le Pen –desde fomentar la autarquía económica o volver a la moneda nacional hasta abandonar la Unión– están llamadas a generar fracaso porque ignoran sus consecuencias en un entorno en el que no se puede cerrar los ojos a la globalización sin despeñarse por el precipicio de la irrelevancia política, es decir: de la pérdida de voz allí donde se juega aquello que importa, desde el bienestar hasta la paz.
No obstante, la irracionalidad de una opción no la desactiva; incluso puede avivar el fuego cuando la indignación arrecia. De ahí que los próximos años resulten cruciales. En esta encrucijada importa mucho, a mi entender, el modo en que el socialismo europeo resuelva su crisis de identidad. Los procesos que han conducido a doblegarse ante las exigencias del neocapitalismo, la falta de imaginación a la hora de proseguir el proyecto emancipatorio de la socialdemocracia y el desdibujamiento de sus perfiles ideológicos han dado lugar a una pérdida de sentido cristalizada en debacle –la del PASOK griego– o en lenta agonía, como en el caso del PS francés o del PSOE español.
En su obra La idea del socialismo. Ensayo de una actualización (2015) –cuya traducción valenciana, auspiciada por la fundación Alfons el Magnànim, acaba de aparecer–, Axel Honneth, discípulo de Habermas y actual director del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Fráncfort, disecciona esa crisis. Sus ideas bien pueden servirnos de acicate. Más allá del diagnóstico, un socialismo “revisado” o “renovado” habría de fomentar las condiciones para que los actores sociales –en las esferas de las relaciones personales, de la producción y el intercambio económicos y de la configuración de la democracia– se escuchen mutuamente en sus respectivas demandas. Ello habría de contribuir a generar colectivos articulados al modo de un organismo: entidades en las que, por emplear la expresión de Valls Plana en su obra sobre Hegel, se pase “del yo al nosotros”. Para ello, Honneth aboga por mediaciones inspiradas en la iniciativa, localmente incardinada y supranacionalmente interconectada, de organizaciones sin ánimo de lucro como Greenpeace.
Pienso que esa articulación orgánica, basada en una escucha recíproca que reconozca la mutua interdependencia, podría sustanciarse en proyectos valiosos. Con ellos se habría de salir al encuentro de aquellos ciudadanos que ven ahora en el antieuropeísmo su salvavidas.

Un botón de muestra. En Francia, el suicidio de agricultores –tercera causa de muerte en esa profesión: 737 sólo en 2016– ha encendido las alarmas en torno a la depauperación que campa a sus anchas en las zonas rurales, las mismas que prefieren a Le Pen. Haríamos mal en lanzar la pelota al tejado ajeno: no es el triunfador bursátil o el futbolista millonario –quienes, aunque vengan mal dadas, siempre caen de pie– sino el ciudadano corriente quien mejor puede empatizar con las víctimas de la globalización. Una vía, entre otras, para dotar al reconocimiento de traducción efectiva la brinda la recaudación tributaria. Valdría la pena ensayar aquí nuevas iniciativas concretas: desde diseños de redistribución más sociales y eficaces, consensuados en procesos de deliberación ciudadana fraguados en la transparencia informativa y el debate leal, hasta impuestos solidarios libremente asumidos.
Escuchar con receptividad las demandas de los otros implica hacerse disponibles para ayudar a responderlas. Las democracias europeas pueden ensayar vías de empoderamiento social y retroalimentar recíprocamente sus experiencias. Pero esto sólo sucederá a instancias de la ciudadanía.
Aquejado por la nostalgia del mundo de ayer, Stefan Zweig no pudo, no quiso, esperar a que pasara esa noche caída a plomo cuyo fin no albergaba la esperanza de presenciar. Nosotros y nosotras hemos podido acceder a condiciones de vida y libertad que le hubieran deslumbrado. Ahora, la prórroga concedida a Europa abre una encrucijada –incierta, como el pálpito de la historia– entre el mundo de hoy y el de mañana.

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Artículo propio publicado en el diario Levante (11/05/2017, p. 3). En la imagen, Stefan Zweig.