domingo, 27 de junio de 2010

Amar la virtud

En la sección de cartas al director de La Repubblica ha aparecido hoy una misiva redactada por Michel Zabatta, francés de origen italiano: “Mirándola desde lejos parece que Italia esté a merced de palurdos, prepotentes y azafatas televisivas. Me reanimó el discurso del presidente Napolitano el 25 de abril, un discurso digno, vibrante… me hizo ver a esa gente que, cada una en su puesto, no pierde el valor”. Y más adelante: “Sois vosotros los que me animáis, italianos que no inclináis la cabeza, gente común, héroes cotidianos, que no renunciáis a nada: ni a las virtudes pequeñas ni a las grandes – también, y sobre todo, si a estas virtudes se las ridiculiza, como sucede a menudo en nuestro infeliz país: virtudes como la compostura, la buena educación, el amor al estudio y a las cosas hermosas” (p. 26).

Leo estas líneas y pienso en España, y en Europa.

“A todos los arrogantes los tienen considerados como unos individuos extraordinarios. Y a esas otras clases de sofistas, tan afectadas, se las llega casi a venerar y reverenciar, sobre todo a cuantos caminan con un bastón y, antes de hablar, se desembarazan la garganta”. Es Sinesio de Cirene quien habla. Lo hace en una carta escrita en torno al año 400. Y es que el mal que nos aqueja viene de lejos. Más aún: resulta consustancial a la condición humana la posibilidad de equivocarse, de confundir el oro y la paja, de tomar por auténtico algo que sólo parece serlo. Función de la filosofía es discernir, cribar, separar lo uno de lo otro, mostrar la verdad que cela la apariencia. Por eso, denunciar la sofistería de nuestros días –la burda inconsistencia de muchos de nuestros políticos– constituye una tarea filosófica. A la que somos llamados todos los ciudadanos.

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En la imagen: fachadas de viviendas junto al Puente de piedra (Verona)
© P. J. Teruel, 2010.

domingo, 20 de junio de 2010

Planeta agua

¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

(Paul Valéry, El cementerio marino)

Esta tarde he ido a visitar a Laura Zampieri en el hospital de Negrar, a las afueras de Verona. O, al menos, ésa era mi intención. Un error al leer el mapa me ha llevado a Lazise… junto al lago de Garda. Así que me he bajado del coche para disfrutar del paisaje. Se trata del lago más extenso y voluminoso de Italia, originado parcialmente por una glaciación. Hoy ha llovido durante todo el día: una cortina de agua recia e inagotable. La foto recoge un instante de gracia. Tras los picos recortados contra la luz crepuscular, el sol se oculta en el horizonte, fragua lejana de truenos amortiguados. Junto a la orilla, un par de patos chapotea ante el objetivo, indiferente al derroche de agua pluvial y lacustre.
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En la imagen: un detalle del lago de Garda, junto a Lazise. © P. J. Teruel, 2010.

sábado, 12 de junio de 2010

El banco de Hipatia, de Ptolomeo... ¿y de Copérnico?
















Aprovechando mi estancia en Pisa, y en compañía inmejorable, he realizado una breve excursión a Florencia. En la magnífica ciudad toscana, muy cerca de la tumba de los poderosos Médicis y junto a la iglesia de san Lorenzo se encuentra la Biblioteca Laurenziana. A ella se accede a través de un claustro porticado y de una soberbia escalera diseñada, como el resto del edificio, por Miguel Ángel Buonarotti.

La estructura básica de la biblioteca antigua consiste en una sala rectangular de vastas proporciones, flanqueada por vidrieras y con dos hileras de bancos (plutei) separadas por un pasillo central. Frente a cada banco se halla un gran atril que ocupa toda la espalda del banco inmediatamente contiguo, y que tiene dispuesta una estantería inferior; en esas estanterías se encontraban, según el inventario de 1589, alrededor de 3000 volúmenes, enganchados a sendas cadenas atornilladas a la madera. En el acceso a cada banco y fijado verticalmente, un elenco en latín indicaba las obras allí disponibles. De este modo, al estudioso o interesado en general –la biblioteca, aun de propiedad privada, era de consulta pública– le bastaba localizar en los índices la obra buscada y sentarse en el pluteo correspondiente para trabajar con ella.

Un hallazgo en particular me interesaba. Durante siglos se creyó que de los escritos de Hipatia de Alejandría no había quedado traza alguna; se podía tan solo conjeturar sus títulos a partir de los datos reflejados en las fuentes clásicas. Sin embargo, David Cameron y Maria Dzielska han afirmado que disponemos de un escrito proveniente de la pluma de la filósofa. Se basan para ello en el análisis filológico de las indicaciones de Teón de Alejandría, padre de Hipatia, sobre la colaboración de ésta en su comentario al Almagesto de Claudio Ptolomeo; sostienen que la sabia alejandrina habría sido la responsable directa de la edición y comentario al tercer libro de esta magna obra.

El único manuscrito antiguo del Almagesto ptolemaico, en la versión comentada por Teón y por Hipatia, se conserva en la Biblioteca Laurenziana de Florencia. Cuando Nicolás Copérnico viajó a Italia, para llevar a cabo estudios de Derecho y Medicina, pudo haber consultado ese ejemplar del Almagesto – que, de este modo, habría entrado en la historia del “viraje copernicano”.

Buscamos con emoción el lugar donde estuvo colocado el texto (después trasladado al depósito científico). Ese libro constituye la traza escrita del pensamiento de Hipatia, pensadora a la que considero el auténtico eslabón alejandrino de la gran tradición filosófica griega. Además, la disposición de la Biblioteca Laurenziana nos permitía ubicar el lugar en el que era consultado. Probamos el entusiasmo típico del investigador que presiente el descubrimiento. Finalmente, la inscripción en el elenco lateral: Cl. Ptolemaei Magna Constructio cum Theonis Comment. La foto que ilustra esta entrada reproduce un simple banco de madera bañado por la luz solar que entra desde la vidriera situada a la izquierda: el banco de Hipatia, de Ptolomeo… y de Copérnico.

Pero no. Pese a lo excitante del aparente descubrimiento, el astrónomo jamás visitó ese lugar. La investigación trae consigo el riesgo de chascos como éste: de ahí parte de su grandeza y aventura.

Nicolás Copérnico realizó, sí, estancias en Bolonia y Roma (1496-1501), Padua y Ferrara (1501-1503)... pero no estuvo en Florencia. Además, la Biblioteca Laurenziana no fue abierta al público, por voluntad de Cósimo I, hasta 1571 (es decir, veintiocho años tras la muerte del estudioso).

Y, a pesar de todo, es posible que Copérnico conociese el Almagesto en la edición de Teón e Hipatia. Georg Joachim Rethicus, su alter ego intelectual –quien habría de espolear la publicación del De Revolutionibus ante la demora del autor– había llevado consigo un ejemplar en 1539 a la residencia del astrónomo en Frauenburg. El Almagesto aparece entre las obras que formaron parte del equipaje de Rethicus, según la reconstrucción realizada por Swerdlow y Neugebauer. Dicho ejemplar correspondía a la edición impresa en Basilea un año antes e incluía el comentario llevado a cabo en Alejandría.

Por entonces, el De revolutionibus orbium coelestium estaba ya prácticamente listo: para su publicación sólo requería el acicate que supuso la intervención de Rethicus. El contacto de Copérnico con el Almagesto comentado por Teón e Hipatia sólo pudo constituir, pues, un episodio menor de su relación con la venerable cosmología griega.
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En la imagen: Biblioteca Laurenziana de Florencia (detalle) © Pedro Jesús Teruel, 2010.