viernes, 26 de febrero de 2010

La danza macabra del aborto
















El pasado martes, en su columna de El país se refería Rosa Montero a la petición de año y medio de cárcel para el dueño de Custo por reproducir en sus camisetas el pajarito Piolín (propiedad de Warner): “Lo que no consigo entender es que pidan año y medio de cárcel por copiar un pajarito, mientras que en este país se empala y tortura salvajemente a un burro, se sierran patas de perros y se ahorcan galgos, y todo esto no sólo no se castiga con cárcel, sino que a menudo ni se multa”. Yo proseguiría: “… Y se envenena y despedaza fetos humanos, cosa que no se considera ya un mal menor en casos excepcionales sino que viene afirmada como derecho y, por lo tanto, como posible bien moral”.

Mi sensibilidad política es de izquierdas; soy progresista y feminista; conozco el estado actual de la investigación científica sobre el embrión. Por todo ello, expreso públicamente mi profundo rechazo a la ley aprobada el miércoles, por exigua mayoría, en el Senado, ley que aplica al aborto provocado el estatuto de derecho durante las 14 primeras semanas del embarazo.

Con ella se apoya una opción de muy cuestionable racionalidad. Por un lado, se ignora el estatuto propio del embrión, que se halla en continuidad genética con el ser humano adulto; por otro, se desoye nuestro conocimiento actual sobre los daños psicofísicos causados a la madre; finalmente, se minusvalora soluciones factibles –como la adopción– que respetarían tanto las dificultades de las madres (a veces, en situaciones realmente dramáticas) como la vida de los hijos.

De todo ello me he ocupado con más detalle en este mismo blog. Espero que estas páginas permanezcan en la memoria, virtualmente infinita, de la red. Cuando en el futuro se vuelva la mirada a estos momentos, nuestros descendientes sabrán a ciencia cierta que hubo hombres y mujeres –entre los que me incluyo– que no quisieron sumarse a la danza macabra del aborto.

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En la imagen: fotograma de El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957). Fuente: “Ingmar Bergman Face to Face” (http://www.ingmarbergman.se/).

martes, 16 de febrero de 2010

Vancouver 2010


















Durante la mañana del pasado sábado, mientras entrenaba en el gimnasio, tuve ocasión de ver parte de la gala de apertura de los Juegos olímpicos de invierno. Con una panorámica frontal, la cámara captaba la entrada en el estadio de cada una de las delegaciones de los distintos países; planos de grupo mostraban la alegría de los atletas, alternándose con perspectivas generales del coliseo abarrotado, en un magnífico espectáculo multicultural.

Allí estaban (casi) todos. Conforme aparecían las comitivas nacionales, pensaba en los referentes culturales que conozco de cada país. ¡De cuánta sabiduría y cuánta ciencia somos herederos! Evocaba también los dramas que afligen a algunos de ellos: la escasamente representada Islandia, sumida en una crisis financiera que ha puesto en aprietos la estructura básica del Estado; el nutrido grupo del Japón, país en el que las dificultades económicas han contribuido a subrayar la ya crónica patología suicida…

Todos ellos desfilaban ágilmente, en un derroche de vitalidad y simpatía. Y he pensado en la dimensión lúdica y recreativa del deporte. Más allá del juego, el deporte nos recrea. En espectáculos como éste se refleja algo de la naturaleza primigenia del ser humano: llamado a compartir gozosamente el ser y el dar de sí, a aplaudir y dejarse aplaudir, a querer y dejarse querer.
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En la imagen: “German-house-opening-ceremony”, por kk+ (flickr.com).

miércoles, 10 de febrero de 2010

¿Elecciones anticipadas?













Soy reacio a la idea de elecciones anticipadas. La dinámica propia de la democracia exige que se respete el ejercicio de la voluntad popular, que lleva a un determinado partido al poder durante un período de tiempo prefijado. No obstante, desde hace varios días me pregunto si no nos encontraremos en una situación tan excepcional que se requiera una medida de urgencia una vez concluida la presidencia española de la UE.

A plantearme este asunto han contribuido varias constataciones. Existen diversos frentes en la actual crisis: la contención del gasto público (que ha de permitir la rebaja de nuestro déficit), la regulación del mercado de trabajo (que ha de contribuir a una más uniforme protección de los trabajadores e incentivar los contratos), el establecimiento de un calendario de medidas que devuelva la confianza al consumidor y a los inversores internacionales (evitando así el descrédito que durante las últimas semanas se ha sugerido en distintos foros y las consiguientes pérdidas en el mercado bursátil)… Que el actual Gobierno ha preferido poner en marcha debates a tomar decisiones resulta llamativo; que sus planes económicos adolecen de irrealidad –sobre todo, debido a la falta de coherencia y capacidad de sacrificio del Ejecutivo– lo expuso ayer con claridad el Financial Times en un editorial titulado “Molinos de viento de déficit”.

Lo que me parece particularmente preocupante es que ni el presidente ni sus ministros parezcan calibrar bien la situación. Ayer se sometió a discusión en el Parlamento una medida interesante: la reducción de altos cargos y asesores gubernamentales en un 25%. A primera vista parece que contribuiría a la restricción del gasto público (si por algún oscuro motivo no es así, agradecería que se me ilustrase al respecto). Sin embargo, la bancada socialista se opuso a su aprobación. Por otra parte, y respondiendo a Duran i Lleida en el transcurso de un pleno de control, Rodríguez Zapatero ha afirmado hoy que “la economía no está peor que hace seis meses”. Que indicadores –y realidades humanas– tan relevantes como el índice de desempleados (y, entre ellos, los grupos más desfavorecidos) o los resultados bursátiles son, de hecho, peores no se le oculta a nadie.

¿A qué se debe esa reticencia a la acción y ese error en el diagnóstico? La primera tiene que ver quizá con el perfil de muchos de los ministros de las dos últimas legislaturas y con su excesiva dependencia de un presidente lastrado por el desconocimiento de amplios ámbitos teóricos y técnicos. El error concierne al desprecio por la verdad, manifestado ya en numerosas ocasiones (entre las más señeras, la negación del diálogo con ETA y la ocultación de la crisis con fines electoralistas).

El esfuerzo invertido en polémicas sociales, atizadas por el Gobierno durante sus primeros años, nos está pasando factura. Mientras tanto, la falta de previsión, la inacción consiguiente y la ocultación posterior medraban entre nuestros altos cargos. Me pregunto si unas elecciones anticipadas no constituirían, al menos, una respuesta. Como mínimo, servirían para advertir de que un Gobierno que incumpla su deber de previsión, acción y veracidad no reviste dignamente el mandato popular.
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En la imagen: “Floating Through Time”, por xtylerclub (fuente: flickr.com).

jueves, 4 de febrero de 2010

La plegaria de Rodríguez Zapatero



La intervención de José Luis Rodríguez Zapatero en el Desayuno Nacional de Oración, en Washington, me suscitaba no poca curiosidad. Así que he navegado por la web, en busca de la versión íntegra del discurso, y me he encontrado –a pocos minutos del final del acto– con un video puntualmente colgado en internet por C-Span Video Library, al que se puede acceder desde esta entrada.

Resulta bastante interesante seguir el cronograma del acto y la índole de los discursos que lo han compuesto. La intervención de Rodríguez Zapatero, que tuvo lugar a escasos veinte minutos de la llegada del presidente Obama, ha sido precedida por un breve elogio pronunciado por una política estadounidense. Mientras él hojeaba –con aparente inquietud– los folios de su discurso, la consorte Obama le ha dirigido una mirada cariñosa, acompañada por unas palmadas en la espalda para infundirle ánimo. La referencia de la presentadora a la amplia presencia femenina existente en el gobierno de España ha arrancado los aplausos del público, que con toda caballerosidad se ha puesto en pie para acoger la llegada del orador a su sede. Con una carcajada general han acogido la sonrisa, cual la de colegial pillado en una situación embarazosa, a la que ha seguido el anuncio de que iba a hablar en castellano.

De forma clásica ha comenzado Rodríguez Zapatero su alocución: con el elogio –captatio benevolentiae– de la democracia estadounidense, pronunciado por boca del presidente “de una de las naciones más antiguas de la Tierra” (sorprende, a este punto, su orgullosa recuperación del término ‘nación’, que cuestionara hace no tanto), país al que se ha referido –en una sentencia demasiado aventurada– como “la más multicultural de las tierras de Europa”, fruto de la fecundación de numerosas culturas, pero “cristiana, sobre todo cristiana”.

El pasaje del Deuteronomio (24, 14-15a) en el que se hace referencia al trato que se debe dar al necesitado le ha servido para enlazar con la preocupación por los inmigrantes, las víctimas de la miseria y los desempleados. Ha presentado entonces su plegaria: por la libertad para buscar el bien y la verdad, compartir la vida con la persona amada, crear y cuidar el entorno familiar. La libertad –ha repetido en Washington– “nos hace verdaderos”, es la “verdad cívica”. El enlace entre la inversión del dicho evangélico con el membrete “autonomía moral” y su desconexión respecto de la verdad –que suscita serias perplejidades éticas– no habrá pasado desapercibido al selecto público.

Rodríguez Zapatero ha dedicado la última sección del discurso a aquello que de él se esperaba: la defensa de la alianza de civilizaciones frente al fundamentalismo –que utiliza espuriamente la fe religiosa–, la violencia y la exclusión. La tolerancia “es mucho más que la aceptación del otro. Es el descubrir, conocer y reconocer al otro (…) El odio nace de la ignorancia y la concordia se construye sobre el conocimiento; también la paz”. Ha concluido con un alegato por la libertad: “Ya sea con una dimensión trascendente o cívica, la libertad es siempre el fundamento de la esperanza”. La libertad, por la que se debe y se puede –recogiendo las palabras del Quijote– aventurar la vida, “es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.

Se trata de la declaración de intenciones del presidente de un país –de un gran país, se apostillaba en la presentación– en un entorno que la hace aún más digna de ser escuchada. Con atención la he escuchado. Y mi plegaria es ésta: que Rodríguez Zapatero haga suyas las palabras pronunciadas en Washington.

La paz se construye sobre la aceptación del otro, sobre una acogida que no está basada en la mera tolerancia fáctica sino en el conocimiento y la apertura. ¡Cuánto desearíamos que ese elevado ideal se encarnase en la política española! Y ¡cuántos esfuerzos se han derrochado en conflictos fratricidas! La partitocracia española ha derivado en una hosca pelea de gallos alimentada por la demagogia. Y la errada estrategia de los actuales dirigentes socialistas –que han tendido a cerrar las puertas del diálogo en asuntos sociales de grave importancia– ha contribuido no poco a todo ello. La desatención a los auténticos desafíos de nuestra sociedad –muy en particular, la educación de nuestros jóvenes, la protección de la vida humana en todos sus estadios y el avance científico– ha traído consigo consecuencias que estamos pagando en el ámbito social y económico.

Quiero creer que las palabras de Zapatero tendrán su reflejo en la política doméstica. Que no han de convertirse en fósil de una especie que no prosperó, ni en la ocurrencia de una mañana de café y pastas que pronto se olvida.