Como esas tardes de verano en las que el sol, después de incendiar durante horas las copas de los árboles, arráncales aún destellos de un fulgor desconocido y prístino: así Miguel Delibes ha desfallecido envuelto en oros de luz crepuscular. Me pregunto a qué se debe la oleada de añoranza que, como una fragancia bienhechora, ha recorrido las almas de los que algo tuvimos que ver con él. La respuesta me viene con la certeza de la primavera que se anuncia en las ramas de los almendros: necesitamos maestros. Personas que quieran hacer de su vida un árbol en el que puedan anidar pájaros cantarines y diversos. Hay hombres y mujeres que son así: en su follaje encontramos abrigo y alimento para aprender la melodía que llevamos en el pecho. Por eso nos acompañan ya siempre –entre la luz y la nostalgia– en cada nota de nuestro canto.
__________En la imagen: "La despedida", por Mario Cajander (fuente: flickr.com).