miércoles, 31 de julio de 2013

El secreto de los cerezos




A mis estudiantes durante el curso que ha tocado a su fin


En un amplio artículo de opinión publicado por El país (11/05/2013), Hans Küng ha expuesto su valoración de los ademanes y los gestos del Papa Bergoglio durante los primeros meses de pontificado. Leerle entraña casi un placer en vías de extinguirse: el de asistir al diálogo del gran pensamiento teológico del postconcilio con los desafíos de hoy. El texto de Küng gira en torno a varias preguntas clave: qué significa Francisco (de Asís) para la historia de la Iglesia, qué implica el hecho de que el nuevo Papa se haya situado bajo su patronazgo y cuáles pueden ser los reparos y adhesiones que encuentre.

Así, «Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano». Dicha alternativa –prosigue Küng– dista de ser pasado: «Las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco: paupertas (pobreza), humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez)». Esas preocupaciones «se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente sino que deban ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual». Podría suceder por medio de «pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II».

Al día siguiente –¿casualidad, propósito?–, el diario Abc abría su edición con una “Tercera” escrita por mi querido Olegario González de Cardedal. Bajo el título “Dilaciones y demoras”, González de Cardedal pone el dedo en la llaga al apuntar a la impaciencia como germen de inmadurez en la sociedad contemporánea. Se propone individualizar cuatro órdenes «en los que no se llega de golpe al final y en los que los procesos constituyentes no se dejan violentar»: la comunicación personal, la enseñanza, el amor y la creación intelectual.

Esos órdenes no consisten sólo en entretener(se), transmitir información, satisfacer una pulsión biológica o producir un resultado aceptable: «Está en juego el espíritu y no solo la razón instrumental, apta para saberes acumulativos, cuantitativos, pero no para aquel reino de la realidad que es lo personal y espiritual». En ellos está en juego la persona. Llegados a este punto, añade un quinto orden en el que la paciencia resulta clave: la vida eclesial. Y refiriéndose a Yves Congar alude a Küng. Congar «enumera como tercera condición de la verdadera reforma en la Iglesia: “La paciencia: el respeto a las demoras”, y junto al aprecio por Hans Küng muestra cómo su error es olvidar que la verdad llega con pasos serenos y que no se deja imponer».

Escucha esmerada y delicadeza en la crítica son enseñas del diálogo intelectual. Y Olegario las enarbola con maestría. Tanto en la existencia singular como en la colectiva, para ajustar la propia vocación a los signos de los tiempos se precisa la reflexión sosegada. Pero estamos sumergidos en una inédita aceleración cultural. Pensemos por un momento en la diferencia entre el imaginario de nuestros abuelos y el nuestro; en la globalización galopante; en las posibilidades tecnológicas para la participación democrática y para la distribución del saber y la riqueza. O reparemos en su reverso sombrío: la mercantilización de la existencia; el vaciamiento de la política; la pauperización intelectual y económica. En este marco, realidades como la Iglesia católica –por definición, semper reformanda– están llamadas a construir. Pero el progreso humano no se da de forma automática ni irreflexiva: requiere tiempo y voluntad.

«En todas partes predomina una indecente prisa», afirmó un autor alemán; en cambio, «hay que acostumbrar el ojo a la calma, a la paciencia, a dejar que las cosas se acerquen». Era Friedrich Nietzsche quien escribía esto en “El crepúsculo de los ídolos”. Y es que el gozne del Universo estriba en dejar que el fruto llegue a su sazón. Es –así la llamaba mi querido Carlo Striano– la paciencia de los naranjos, de los limoneros, de los cerezos. Su secreto.  

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Artículo propio publicado en el diario Información, edición de Elx / Baix Vinalopó (27/07/2013, p. 29).  


miércoles, 24 de julio de 2013

El deleznable regreso del linchador




















La historia, la literatura y el cine nos han ayudado a reconocer –y a odiar– el tosco perfil del linchador. A menudo nos hacemos la ilusión de que su torva figura, mezcla de grosería y perversidad, ya no cabe entre nosotros. Sin embargo, durante las últimas semanas he tenido ocasión de pensar con inquietud en su regreso. Ha sido al rebufo del revuelo producido por la difusión de un vídeo trucado, de contenido sexual; en él se implicaba a una persona de bien, muy querida en la pedanía murciana de Churra. El análisis de la Agencia Española de Protección de los Derechos al Ciudadano ha desmontado la impostura. Y todo ello pone al descubierto un proceso de gran calado: el implacable avance de una odiosa carcoma. 

Lo primero que llama la atención es la ignorancia. Hasta hace algunas décadas, un documento audiovisual era acreedor de un crédito que se le presuponía; hacía falta poseer medios fuera de lo común para falsificarlo sin que se detectara la enmienda. Hoy, en cambio, la tecnología a disposición proporciona herramientas para que cualquier usuario introduzca retoques de bulto. De manera que presuponer a un vídeo el valor de prueba fidedigna significa, como mínimo, vivir en otra época e ignorar cuáles son hoy los instrumentos de la difamación y la calumnia. Que medios como las cadenas de telebasura hayan devorado al instante esa carnaza sólo corrobora –¿hacía falta?– que forman parte del cáncer de nuestra sociedad. 

Se han comportado, además, con una vergonzosa estrechez mental; con esa forma de insensatez que corroe los lazos de solidaridad sobre los que se construye la convivencia. Aun cuando el contenido del vídeo hubiera sido real –cosa que no sucede en este caso, pero en otros sí–, divulgarlo es una infamia. Pertenece al acervo ético de la Humanidad la profunda intuición de que no se debe airear las debilidades de los demás. No me refiero, claro está, a los delitos, que deben ser perseguidos y juzgados: me estoy refiriendo a las debilidades. Todos las tenemos. No lanzarlas al viento es la actitud piadosa de quien, aun lamentando la caída, mira a los demás con pudoroso afecto y espera lo mejor de ellos. Es la actitud misericordiosa sobre la que se puede edificar una sociedad justa y solidaria. 

Adoptando hipócritamente la mueca de escandalizados guardianes de una moral que no entienden, los medios y el público que engullen la carnaza de la calumnia contribuyen a la erosión de nuestra sociedad. La carcomen. Otras veces, ese público y esos medios convierten la debilidad en objeto de chanza y en ocasión para despellejar al otro con mezquindad apenas disimulada. Ambas actitudes brotan de la misma raíz putrefacta; y en su sed de sangre late el deleznable regreso del linchador.  

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Artículo propio publicado en el diario Información, edición de Elx / Baix Vinalopó (07/07/2013). En la imagen: grabado nº 32 de la serie "Los desastres de la guerra", de Francisco de Goya (Biblioteca Nacional, Madrid).  



miércoles, 17 de julio de 2013

Enhebrar la aguja












El hilo de la vida se enhebra en su preciso lugar. Después da mil vueltas, se enreda y deslía; en ocasiones se anuda a otras vidas y se prodiga en nuevas madejas que se devanarán en urdimbres inéditas. Y así vamos tejiendo la trama de la vida, como quien hace punto sin cansarse. 

Nos dejó hace hoy dos semanas; nos despedimos de ella a la mañana siguiente. En mi memoria revivía el año que pasé en su casa, junto con su esposo, hospedado durante aquel curso (1991-1992) en que estudié en Murcia. Estar con ellos, beneficiarme de su generosidad y de las vivencias que la circundaron, anudar mi vida a la suya fue algo muy hermoso que duplica mi gratitud. 

Y es que hoy todos nos sentimos agradecidos: por haber asistido al devanarse de su existencia individual y común; por haber podido formar parte de esa trama que sigue tejiéndose de manera maravillosa en sus hijas, sus yernos, sus nietos y biznietos. Ahora que vuestras vidas se han enhebrado en la eternidad, os saludamos con admiración y añoranza: por siempre vuestros, Amador y Carmen. 

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En la imagen: detalle de "La encajera", de Johannes Vermeer ("De kantwerkster", Museo del Louvre, París).