miércoles, 28 de septiembre de 2011

La solidaridad y la JMJ
















Algunas reacciones ante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid han puesto al descubierto jugosas contradicciones de la sociedad española. Particularmente, de cierta mal llamada izquierda. Porque si algo caracteriza a los programas socialdemócratas, de los que me siento muy cercano, es su vocación de promover la solidaridad entre las regiones y los países, frente al individualismo o al nacionalismo propios de la extrema derecha o incluso de la izquierda radical.

Sin embargo, ciertos grupos de esa izquierda espuria manifestaron un visceral rechazo a la celebración de la JMJ. Constatarlo ha provocado en mí no poca perplejidad. El ruido mediático pivotó en torno a las acusaciones sobre la financiación, que resultaron ser un fiasco. El 16 de agosto, la prensa se hizo eco de las declaraciones oficiales del Gobierno, a través de José Blanco, que corroboraban lo ya sabido: lejos de generar gasto neto al Estado, la JMJ proporcionaría beneficios que incluso podrían doblar las inevitables inversiones (asumidas, en todo lo posible, por agentes privados y por la propia Iglesia).

Pero hay más tela que cortar. La Iglesia católica está ofreciendo una ayuda ingente a los sectores más castigados por la crisis económica, ayuda que se cuenta por miles de millones y procede de donativos. Nada de extrañar: la solidaridad se encuentra en el corazón del Evangelio. La JMJ constituye, en este sentido, una escuela de fraternidad que rebasa las fronteras de países y lenguas para promover una comunidad cosmopolita y abierta a la diferencia.

Entender la JMJ como una demostración de fuerza –aquí pudo residir la inquietud de algunos– deforma su estructura esencial. No son ejércitos esas multitudes de jóvenes; no buscan imponer su fe, sino profundizar en ella. Esto se refleja, en muchísimos casos, en un compromiso activo con la construcción de una sociedad más justa y pacífica. Rechazar algo así denota inquinas ancladas en un tiempo que no es el nuestro, prejuicios que mal se compadecen con una opción sinceramente solidaria. Rémoras de las que nos hemos de desprender para progresar.  

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En la imagen: detalle del aspecto que ofrecía Cuatro Vientos durante la tarde del sábado 20.08.2011 (fuente: http://www.madrid11.com/).

sábado, 3 de septiembre de 2011

Lavorare instancabilmente








Per seconda volta e con grandissimo piacere ho letto il romanzo di Fiodor Dostoievskij I fratelli Karamazov. E l'ho fatto di nuovo nella traduzione di Maria Rosaria Fasanelli pubblicata presso Garzanti: per me le parole del maestro russo risuonano nella lingua del Dante.

Che tesoro, quello delle vicende di Dimitrij, Ivan e Alioscia, che si intrecciano con le inquietudini di ogni uomo ed epoca! Imparai a conoscerlo durante il mio soggiorno romano grazie alle lezioni di O'Donnell sul problema del male. Di acqua ne è passata sotto i ponti, ma ogni volta getta luce nuova sulla mia vita.

Quest'estate erano le parole dello starec Zosima a colpirmi specialmente. Più volte consiglia Alioscia di lavorare, di lavorare senza posa. Se ne trova la ragione ultima nella sua risposta alla disperata vedova Chochlakova: è dall'amore attivo che scaturisce la fede - l'esperienza dell'amore cioè apre la via della conoscenza di Dio ad ogni uomo, credente o meno. Poi è la fede a rendere più saldo l'amore umano, spesso così fragile ed esitante. Zosima-Dostoievskij si schiera così contro la tesi di Ivan (e di certa interpretazione di Nietzsche o dell'esistenzialismo) sulla morte di Dio

Anch'io mi trovo così all'inizio di quest'anno accademico: chiamato a lavorare instancabilmente succeda quel che succeda, spinto ad aggiungere il mio granellino di sabbia ("la mia cipollina", direbbe Alioscia) alla costruzione di una società nuova e migliore. Ecco perché la peripezia dei Karamazov è stata per me un aiuto rinnovato e un soffio d'aria fresca. 

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Immagine: copertina de I fratelli Karamazov nella seconda edizione della traduzione di M. R. Fasanelli presso Garzanti (2008).