martes, 5 de julio de 2011

El tragaluz



Termino de releer la pieza teatral de Antonio Buero Vallejo El tragaluz (1967) con motivo de la tertulia que le hemos dedicado en el Club de lectura de la Universidad. Recuerdo que cayó en mis manos mientras estudiaba el Bachillerato. Me produjo una honda impresión, que no ha hecho sino crecer con el tiempo.

El tragaluz posee los ingredientes requeridos para cautivar: a los pliegues interiores de unos personajes verídicos en su complejidad (en particular El Padre, Vicente y Mario) se suma el progresivo desvelamiento de una serie de enigmas que atañen a la ambivalente relación de Encarna con los dos hermanos, a la intrahistoria de la familia, a la causa de la locura del Padre. Me fascina que la acción se enmarque en un experimento. Asistimos a la proyección de unas imágenes reconstruidas desde el futuro a partir de las trazas que los hechos dejaron en la trabazón física del cosmos. Él y Ella, los investigadores, nos advierten de que lo que ante nosotros sucede (“realidad total”) responde a un proyecto.

Se trata de recuperar las historias singulares que nos precedieron. De mirar la Historia a través de sus ojos, para así evitar caer en los errores del pasado: comprendiendo lo que hicieron, compadecernos de ellos –inocentes y culpables– para así reconocernos como sujetos de acciones de las que otros se apiadarán en el futuro. Y este ejercicio de piedad universal entraña un proyecto ético de renovación:

ELLA. Nos sabemos ya solidarios, no sólo de quienes viven, sino del pasado entero. Inocentes con quienes lo fueron; culpables con quienes lo fueron. (…) Condenados a seleccionar, nunca recuperaremos la totalidad de los tiempos y las vidas. Pero en esa tarea se esconde la respuesta a la gran pregunta, si es que la tiene. (…) Ese eres tú, y tú y tú. Yo soy tú, y tú eres yo.

Recuperar El tragaluz ha sido una suerte.

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En la imagen: "Miré esperando ver tu rostro", por Gato Verde (fuente: flickr.com).

viernes, 1 de julio de 2011

I girasoli














Ieri ho riavuto il piacere di godermi il capolavoro di Vittorio De Sica I girasoli. Si tratta di una coproduzione italo-francese-sovietica, con sceneggiatura di Tonino Guerra, Cesare Zavattini e Giorni Mdvani, uscita nel 1970. Rivedere questo film mi ha convinto di quanto fosse lungimirante l’approccio propiamente politico del regista sorano. De Sica ci porta in un rigoglioso campo di girasoli in Russia... un campo dove sono sepolte le salme dei soldati italiani caduti nella seconda guerra mondiale ma che simboleggia anche la sorte degli scomparsi, degli smarriti che non sono più tornati a casa. E ci permette di assistere alla vicenda personale di uno de loro, Antonio (Marcello Mastroianni), al suo sposalizio con Giovanna (Sofia Loren), alla sua scomparsa e al suo ritrovamento. Il film ci lascia avviliti, consapevoli dell’amara certezza che quel racconto è stato soltanto uno fra migliaia che la follia della guerra lasciò dietro di sé in quel campo sterminato dalla bellezza struggente.

Ho l’impressione che quello che conosco della precedente filmografia di De Sica sia quasi stato una preparazione a questo film: dalle deliziose commedie (ad esempio, la pentalogia Pane, amore e..., i racconti appartenenti a Ieri, oggi, domani) e i drammi neorealisti (Ladri di biciclette o Miracolo a Milano) alle tragedie belliche (come La ciociara) il suo linguaggio filmico si affina sempre di più e sboccia in un racconto misurato e accattivante che in certo senso riassume le inquietudini di un’epoca. Oggi come ieri, guardare in faccia gli orrori della guerra ci può aiutare, in questi momenti di smarrimento politico in Europa, a riacquistare le forze che occorrono per cercare accordi ragionevoli e creativi.

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Immagine: “I girasoli”, fotografia di Sinthonia (flickr.com).