sábado, 28 de junio de 2025
No nos acostumbremos a la barbarie
No acostumem-nos a la barbàrie
domingo, 13 de abril de 2025
El sombrío espejismo de la guerra justa
La guerra es espejismo del regreso. Se piensa que favorecerá la vuelta a una situación previa –existida de
hecho o idealizada– que se desea ardientemente. Pero una vez estalla la guerra,
ese paraíso no llega nunca. En la primera guerra mundial, los jóvenes del
imperio austrohúngaro, inflamados de patriotismo, iban al frente pensando que
en pocas semanas volverían a casa; en la segunda, Adolf Hitler maquinó una
invasión relámpago que resolvería una delirante exigencia de espacio para la
raza aria; el 24 de febrero de 2022, Vladímir Putin anunció a sus conciudadanos
una operación estratégica que tardaría poco en tener éxito. Como dice Judith
Holofernes en una de sus canciones, “No sé cómo se acaba una guerra, / sólo
cómo se empieza”. Se siguen de ella hileras de muertos, poblaciones macilentas
y exhaustas, daños ingentes, desesperanza.
La guerra es espejismo de la paz. En su obra Sobre la
paz perpetua (1795), Immanuel Kant subrayó que una de las condiciones
ineludibles para poner las bases de la paz se encuentra en el modo de hacer la
guerra: las hostilidades no han de llegar a ser tales que imposibiliten la
confianza mutua. Romper los acuerdos, maltratar a los prisioneros o humillar a
las poblaciones vencidas siembra el germen de un nuevo conflicto. Así, las
reparaciones exigidas a Alemania tras la primera guerra mundial abonaron el
resentimiento de donde surgió el populismo nacionalsocialista. He aquí un
ejemplo paradigmático de cómo los conflictos bélicos generan su descendencia a
través del rencor de los vencidos; un rencor, sin embargo, difícilmente
evitable.
La guerra es espejismo de una causa humanitaria. En el mejor de los casos, con ella se defiende la vida y la dignidad de
personas queridas que, con razón, no se puede dejar en la estacada. Sin
embargo, en el otro bando también hay personas –militares y civiles– que se han
visto arrastradas a una situación de lucha. Las armas se descargan siempre
sobre seres humanos que en su mayor parte no han decidido empezar el conflicto.
Por ello son numerosos los relatos de militares que han visto con pavor las
propias manos manchadas de sangre de inocentes. Las memorias de Ron Kovic a
raíz de su participación en la guerra del Vietnam, llevadas al cine por Oliver
Stone en Nacido el 4 de julio (1989), constituyen un botón de muestra de
esa toma de conciencia.
Como sucede en los espejismos, en el caso de la guerra
justa hay una franja intermedia. Algunas guerras responden a situaciones donde
no reaccionar daría lugar a una injusticia aún más terrible. Hoy diríamos que
se trata de los conflictos iniciados por potencias totalitarias que persiguen
someter a sangre y fuego, hasta la aniquilación incluso, a determinadas
poblaciones. Por ello existe una venerable doctrina, cultivada desde la
Antigüedad y articulada en la Edad Media, sobre las condiciones que ha de
cumplir la legítima defensa.
Como en otros asuntos, el metro de platino iridiado se
halla en la obra de Tomás de Aquino. Son diversos los requisitos para que una
guerra pueda venir considerada legítima: entre ellos, que se trate de una de
defensa; que se desarrolle con probabilidad de éxito y como último recurso; que
se empleen medios proporcionales; que termine tan pronto como sea posible
restaurar la paz.
A esta luz, la invasión
de Ucrania por el gobierno de Putin no puede ser considerada justa bajo ningún
punto de vista. Se trata de un ataque desproporcionado, impulsado por un
delirante sueño imperial según el cual Rusia estaría encabezando la lucha
contra el perverso Occidente. Tampoco es justa la guerra desencadenada por el
gobierno de Benjamin Netanjahu en Palestina. Aunque constituye una reacción a
un execrable atentado terrorista de Hamás en el que murieron 850 israelíes, la
desproporción de los medios empleados –que ya han costado la vida a más de 45
000 palestinos– le ha privado de legitimidad hace ya tiempo. En ambos casos,
además, el encarnizamiento en la prosecución añade crueldad.
La doctrina mencionada permite moverse en el espacio de
niebla entre la oscuridad y la luz. Con ella se ha buscado hacer cuentas con la
realidad del mal en el mundo. De ahí que contraponer las políticas de defensa
al pacifismo resulte superficial. Una guerra tal sirve para evitar males
mayores –¿qué habría pasado si Hitler hubiese ganado la segunda guerra mundial?–
y constituye, pues, un mal menor. Sin embargo, no es en sí misma un bien que
haya de ser perseguido.
La reflexión teológica, en cuyo marco nació dicha doctrina, ofrece otras pistas. La vida de Jesús
muestra una vara de medida diferente. Su respuesta a una pregunta de Poncio
Pilato sirve como botón de muestra. Cínicamente interrogado sobre la inacción
de los suyos –si él era rey, por qué sus soldados no venían a auxiliarlo–,
Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). El bien no se
difunde imponiéndose por la fuerza. Es ajeno a la violencia; edifica y no
destruye. El bien deseable por sí mismo es la paz. Y, por ello,
“bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5, 9). Desde aquí se puede
enlazar con la teología de la paz en san Francisco de Asís, Bartolomé de las
Casas o Erasmo de Rotterdam y, en época más reciente, con autores como Dietrich
Bonhoeffer, Carl Friedrich von Weizsäcker, Eberhard Jüngel y Jürgen Moltmann, o
con el magisterio del Papa Francisco.
jueves, 27 de marzo de 2025
L'ombrívol miratge de la guerra justa
jueves, 6 de marzo de 2025
València, Kaltlufttropfen, Staatsbürgerschaft: Manifest der Dankbarkeit
Die
Hymne fängt diesen Geist in schönen Versen ein: „Tots a una veu, / germans,
vingau / Ja en el taller / i en el camp remoregen / càntics d’amor, / himnes de
pau“ („Alle mit einer Stimme, / Brüder, kommt / Schon in der Werkstatt / und
auf dem Feld erklingen / Gesänge der Liebe, / Hymnen des Friedens“). Die Sehnsucht nach Gemeinsamkeit wird zu Musik und
führt zum Frieden: Nur der Frieden schafft die Rahmenbedingung, in der jeder
einzelne Mensch in einer Gesellschaft so leben kann, wie er es für wert erachtet.
Deshalb und trotz allem wird sich der Friede seinen Weg bahnen; und wir können
behaupten, so Kant, dass dies mehr ist als eine tröstliche Träumerei.
Am ersten Wochenende nach der Katastrophe in València gehörte ich zu einer der Gruppen von Freiwilligen, die in dem betroffenen Gebiet tätig waren. Von der Generalitat einberufen, waren wir bereits gegen neun Uhr in einem der Dörfer. Die kurze Busfahrt – weniger als eine Viertelstunde – führte von der futuristischen Umgebung der Stadt der Künste und der Wissenschaften zu trostlosen Straßen, versunken im Schlamm und gespickt voll mit nutzlos gewordenen Gegenständen. Die Umleitung des Flusses Túria, die am Ende der 1960er Jahre vorgenommen worden war, bewirkte, dass die Hauptstadt eine reißende Sturzflut, die für ihre orkanartige Zerstörungskraft ungewöhnlich war, unbeschadet überstand. Die südlichen Dörfer jedoch trugen die Hauptlast an menschlichen und materiellen Verlusten.
Wir waren den ganzen Vormittag in einer Straße und hatten eine ganz einfache Aufgabe: Schlamm und Müll zu entfernen. Es war eine arbeitswillige Gruppe. Nach kurzer Orientierungslosigkeit nahm jeder seinen Platz ein: die einen mit Besen, die anderen mit Schaufeln oder Eimern; dann führte jeder seine Aufgabe in der Müllsammelkette aus. Es ist beeindruckend zu sehen, wie sich menschliche Gruppen selbst organisieren, in einer Art spontaner Anpassung, die in unserer biologisch-evolutionären Geschichte ihre Wurzeln hat.
Aber es war etwas anderes, das meine Aufmerksamkeit erregte. In der Gruppe gab es viele verschiedene Akzente, aus unterschiedlichen Regionen und Ländern.
Auf
der Rückfahrt habe ich alle Teilnehmer nach ihrer Herkunft gefragt. Zu meiner
Überraschung kam weniger als die Hälfte (27) aus València. Die übrigen 31 kamen
aus anderen spanischen autonomen Gemeinschaften (4) und ebenso viele (27) aus
anderen Ländern. Aus vielen Ländern. In alphabetischer Reihenfolge kamen sie
aus Bolivien, Brasilien, Ecuador, Frankreich, Italien, Kolumbien, Mexiko, Österreich,
Paraguay, dem Vereinigten Königreich, den Vereinigten Staaten, der Türkei, der
Ukraine, Venezuela und Weißrussland. In diesem Bus – mit nur 58 Fahrgästen –
saßen Menschen aus sechzehn Ländern: eine kleine UNO!
Auf
dem Heimweg, in der Nähe des Wissenschaftsmuseums, unterhielt ich mich mit
einer Familie kolumbianischer Herkunft, einer Mutter mit drei Kindern, die ebenfalls
im Bus saß. Die Mutter kam vor zwanzig Jahren mit zwei Kindern hierher, die
Tochter wurde hier geboren. Einer der Söhne sagte mir mit einem breiten
Lächeln: „València ist unser Zuhause. Wir leben gerne hier. Wir wollen auf jede
erdenkliche Weise helfen“.
Und
so ist die Generalitat zu einem Ort geworden, an dem viele Menschen aus
der Ferne willkommen sind. Zu denjenigen, an die der Hymnus heute gerichtet
ist, gehören Menschen mit unterschiedlichen Akzenten, unterschiedlicher
Hautfarbe und unterschiedlichem kulturellen Hintergrund. Und sie waren da und
sammelten Schlamm von einer Straße auf, zu der sie wahrscheinlich nie mehr
zurückkehren würden, und sie taten es, ohne etwas dafür zu bekommen: gratis
et amore.
In einer Zeit schwerwiegender internationaler Konflikte, eines Rückschritts in der demokratischen Entwicklung in nicht wenigen Ländern, einer Stagnation im Kampf gegen die Armut und angesichts historischer Herausforderungen wie dem Klimawandel, gibt es vieles, was uns eint. Dieser Bus, der an einem Novembermorgen eine Handvoll Menschen zusammenbrachte, zeigt eine dauerhafte Veränderung in der Gestaltung unserer Gesellschaften. Ihre Botschaft erklingt mit einer Stimme in den unterschiedlichen und schönen Akzenten der Orte, an denen wir geboren wurden. Und dieser Artikel wird zu einem Manifest der Dankbarkeit.
València: manifesto di gratitudine
L’inno
cattura questo spirito in bellissimi versi: “Tots a una veu, / germans, vingau /
Ja en el taller / i en el camp remoregen / càntics d’amor, / himnes de pau” (“Tutti
a una voce, / fratelli, venite. / Già nell’officina / e in campagna risuonano /
cantici d’amore, / inni di pace”). Eleva a musica il desiderio di comunanza e
sottolinea l’aspirazione alla pace: soltanto la pace è la cornice in cui ogni persona
può vivere in società nel modo la cui scelta ha motivi di valutare. Perciò, e
nonostante tutto, la pace si farà strada. E possiamo affermare, sottolinea
Kant, che questa è più di una fantasticheria consolatoria.
Il
primo fine settimana dopo la catastrofe di València, facevo parte di uno dei
gruppi di volontari che lavoravano nella zona colpita. Convocati dalla
Generalitat, verso le nove eravamo già in uno dei villaggi. Il breve viaggio in
autobus – meno di un quarto d’ora – aveva tracciato un percorso straziante dai
dintorni futuristici della Città delle Arti e delle Scienze a strade desolate,
disseminate di fango e oggetti inutili. La deviazione del fiume Túria,
realizzata alla fine degli anni Sessanta, permise alla capitale di uscire indenne
da un temporale furioso, insolito per la sua forza distruttiva simile a un
uragano. Le città al sud dell’area metropolitana hanno sopportato il peso
maggiore in termini di perdite umane e materiali.
Siamo stati lì tutta la mattina, in una unica strada, con un compito molto semplice: rimuovere fango e rifiuti. Era un gruppo volenteroso. Dopo un po’ di disorientamento, ogni membro ha presto preso il suo posto: alcuni con le scope, altri con le pale o i secchi per scaricare; poi, ognuno ha svolto il suo compito nella catena di raccolta dei rifiuti. È bello vedere come i gruppi umani si organizzano, in una sorta di adattamento al volo che affonda le sue radici nella nostra storia biologico-evolutiva.
Ma è stato un altro aspetto a catturare la mia attenzione. Nel gruppo c’erano molti accenti diversi, provenienti da regioni e latitudini diverse.
Durante
il viaggio di ritorno, ho chiesto a tutti la loro origine. Con mia sorpresa ho
costatato che meno della metà (27) proveniva da València. I restanti 31 provenivano
da altre comunità autonome spagnole (4) e, in numero equivalente (27), da altri
Paesi. Da molti Paesi. In ordine alfabetico, provenivano da Austria,
Bielorussia, Bolivia, Brasile, Colombia, Ecuador, Francia, Italia, Messico,
Paraguay, Regno Unito, Stati Uniti, Turchia, Ucraina e Venezuela. Su quell’autobus
– appena 58 passeggeri – c’erano persone provenienti da sedici Paesi: una
piccola ONU!
Già
arrivati, vicino al Museo delle Scienze, ho chiacchierato con una famiglia di
origine colombiana – madre e tre figli – che era anche sul pulmino. La madre era
arrivata vent’anni fa con due figli; la figlia era nata qui. Uno dei figli mi
ha detto, con un grande sorriso: “València è la nostra casa. Ci piace vivere
qui. Vogliamo aiutare in ogni modo possibile”.
E
così la Generalitat è arrivata ad abbracciare molti che vengono da lontano. I fratelli
e le sorelle a cui si rivolge oggi l’inno sono persone con accenti diversi, con
colori della pelle diversi, con retroterra culturali diversi. Ed eccoli lì, a
raccogliere fango da una strada in cui probabilmente non torneranno mai più, e
a farlo senza ricevere nulla in cambio: gratis et amore.
In un momento di gravi conflitti internazionali, di arretramento della salute democratica di non pochi Paesi, di stagnazione nella lotta contro la povertà e di fronte a sfide storiche come il cambiamento climatico, c’è molto che ci unisce. Quell’autobus, che ha riunito una manciata di persone in una mattina di novembre, mostra un cambiamento duraturo nella forma delle nostre società. Il suo messaggio, ad una sola voce, risuona nei diversi e begli accenti dei luoghi in cui siamo nati. E quest’articolo diventa un manifesto di gratitudine.
Articulo pubblicato il 20 dicembre 2024 sulla rivista Confronti (Roma). Per la revisione della sua traduzione all’italiano, l’autore ringrazia vivamente Laura Pisa. L'originale apparse il 13 novembre sul quotidiano spagnolo Levante. Immagine: opera di Antonio Muñoz Degraín dipinta fra gli anni 1912 e 1913 e conservata nel Museo delle Belle Arti di València: "Amore di madre".
domingo, 15 de diciembre de 2024
Utopia: eixa potent idea sense lloc
Utopia és un lloc inexistent. La contracció del prefix grec ou, indicador de negativitat, deixa el substantiu topos (lloc) desarrelat de cap ubicació possible. Així ho concebé Thomas More quan encunyà el terme, el 1516, en llatí modern. En la literatura valenciana hi ha constància del seu ús ja durant el segle XIX. D’aleshores ençà ha esdevingut la xifra semàntica per a al·ludir a una societat ideal, que no es troba enlloc. I, tanmateix, les utopies es troben per tot arreu.
Les idees que han introduït novetats de progrés en la història eren inicialment utopies perquè apuntaven a horitzons inexistents i ambiciosos alhora. Ho era el projecte del frare Joan Gilabert Jofré, en una societat on les persones amb desequilibris psíquics venien desateses, quan endegà el primer hospital psiquiàtric d’Occident; la idea d’August H. Franke quan creà escoles a Halle per a acollir i educar milers d’infants orfes, obrint així el camí a la cura institucional i sistemàtica del jovent; la visió dels jesuïtes quan idearen les reduccions, en la regió del Riu de la Plata, on els indígenes conreaven formes d’autogestió comunitària que milloraven qualitativament la seva forma de vida; també ho era el somni solidari de Teresa de Calcuta quan començà a fer-se càrrec dels pàries a la Índia, arrossegant rere si un blanc seguici de dones i homes que transformarien el teixit social.
Quan una utopia troba el seu lloc, deixa de ser-ho. Llavors s’embruta amb les condicions empíriques: esdevé concreta, a vegades defectuosa, sempre limitada en la seva determinació. Tot i això, constitueix una realitat magnífica, que produeix esperança i invita a sumar-s’hi. La consciència utòpica, així ho pensà Ernst Bloch, és l’horitzó propi de l’ésser humà.
Hi ha utopies que –com al gravat de Francisco de Goya El somni de la raó produeix monstres– s’han tornat boges. Les anomenem distopies. La ficció dels segles XX i XXI, que hereta la implosió de la narrativa del progrés històric rere les guerres mundials, forneix exemples d’aquests somnis trets de polleguera. És distòpica la societat on tothom ve vigilat pel Gran Germà, tal i com es descriu a la novel·la de George Orwell 1989; l’obra de Margaret Atwood El conte de la serventa, que recrea la deriva cap a una societat on les dones fèrtils són emprades com a eines reproductores al servici de l’elit; o la sèrie televisiva L’home del castell, ideada per Frank Spotnitz a partir d’un relat de Philip K. Dick, on s’imagina com hauria sigut el món si Alemanya i Japó haguessin guanyat la segona guerra mundial.
Una mateixa ficció pot ser distòpica i utòpica alhora. En una Àustria enverinada per l’animadversió envers els jueus, Hugo Bettauer escrigué una novel·la –tot seguit esdevinguda film–, La ciutat sense jueus, on imaginava què succeiria si vinguessin expulsats: en seguia el col·lapse de la vida social i cultural; tothom acabava per adonar-se’n; el batlle de la ciutat els invitava a tornar-hi i es produïa la reconciliació. Bettauer fou assassinat el 1925 per un fanàtic nazi. El 2023, en un debat televisiu, una xiqueta preguntà a un líder del partit FPÖ, Gottfried Waldhäusl, què succeiria si els estrangers no haguessin sigut rebuts. Ell respongué: «Aleshores Viena seria encara Viena». El diari Der Standard publicà llavors una projecció estadística: si els estrangers se n’anessin, tant l’administració pública com els serveis de salut col·lapsarien. La vella Europa precisa treballadors. Tanmateix, el debat al voltant de la immigració ha assolit cotes d’acritud inèdites. El passat 1 de setembre, les eleccions regionals a Turíngia i Saxònia mostraren un ascens de l’extrema dreta desconegut del període d’entreguerres ençà.
Quina podria ser la utopia dels nostres dies? La resposta es declina en plural: n’hi ha moltes de possibles. Voldria referir-me’n ací a una: la utopia de la fraternitat cosmopolita.
En Cap a la pau perpètua (1795), Immanuel Kant aborda les condicions per a una pau duradora. Hi contempla pressupostos previs (articles preliminars) i condicions estables (definitius). El tercer article definitiu inclou que cap poble ha de poder ser envaït, comprat o desposseït per un altre. Kant era conscient que la pràctica colonialista conculca eixa condició. De fet, les formes de colonialisme s’han succeït tot passant des de la conquesta –com en els Imperis espanyol o portuguès– a la dependència econòmica, com ara en les Companyies britànica o neerlandesa de les Índies orientals. Rere la segona guerra mundial, mentre a Europa occidental s’hi assolia cotes de benestar inèdites i malgrat indicis de millora en la distribució global de la riquesa, l’escletxa entre els més rics i el més pobres no ha fet sinó acréixer-se. En no pocs indrets africans, americans i asiàtics això ha vingut acompanyat de guerres civils, radicalització fonamentalista i generalitzada corrupció política. Efecte col·lateral dels desequilibris econòmic, social i polític ha sigut l’onada migratòria a què assistim. Les escenes trasbalsadores viscudes al Mediterrani –pasteres que naufraguen al mar dels creuers de luxe– s’han fet acostumades.
És al Mediterrani que es juga simbòlicament la utopia de la fraternitat cosmopolita. Per ço mateix, aquest mar d’antiga memòria, culla de la civilització europea, pot esdevenir laboratori de noves utopies. Per a que l’horitzó ideal, però, cristal·litzi en realitats empíriques, limitades i efectives alhora, cal posar-hi peus. Aquests poden provenir de l’empenta de grups socials i han de ser recolzats pels Estats.
En tenim exemples engrescadors. Entre ells es troben les iniciatives de l’Institut Social del Treball a València, des de programes de formació adreçats a persones immigrants a cases d’acollida i projectes per a l’empoderament personal; el projecte Erasmus+ MEDITerraNeW, cofinançat per la Unió Europea, concebut com a plataforma d’intercanvi d’experiències al voltant de la migració i la inclusió social; o el projecte educatiu Living Peace International, que promou a les escoles la reflexió al voltant de la pau. La creixent receptivitat social cap al treball de les ONGs, el seu recolzament tributari per part dels Estats i la col·laboració amb els ajuntaments hi aporten senyals positius. La solidaritat és una dinàmica on tots guanyem: i és que el somni de la ciutat autàrquica, aïllada, és una distopia.
Deia el bisbe brasiler Hélder Câmara que un mode per a esperonar la imaginació solidària del jovent és regalar a cada nen, a cada nena, un mapamundi. Com són de grans el món i els seus reptes...! La utopia, a tall de clau del pensar, ens entrena per a allò millor: és eixa potent idea que crea realitats magnífiques.
Utopía: esa potente idea sin lugar
Utopía es un lugar inexistente. La contracción del prefijo griego ou, índice de negatividad, deja el sustantivo topos (lugar) desarraigado de cualquier ubicación posible. Así lo concibió Tomás Moro cuando acuñó el término, en 1516, en latín moderno. En la literatura valenciana hay constancia de su uso ya durante el siglo XIX. Desde entonces se ha convertido en indicador semántico para aludir a una sociedad ideal, que no se encuentra en ninguna parte. Y, sin embargo, las utopías se hallan por todos sitios.
Las ideas que han introducido novedades de progreso en la historia eran inicialmente utopías: apuntaban a horizontes inexistentes y, a la vez, ambiciosos. Lo era el proyecto del fraile Joan Gilabert Jofré, en una sociedad donde las personas se desatendía a las personas con desequilibrios psíquicos, cuando puso en marcha en Valencia el primer hospital psiquiátrico de Occidente; la idea de August H. Franke cuando creó escuelas en Halle para acoger y educar a miles de niños huérfanos, abriendo así el camino al cuidado institucional y sistemático de la juventud; la visión de los jesuitas cuando idearon las reducciones en la región del Río de la Plata, donde los indígenas cultivaban formas de autogestión comunitaria que mejoraban cualitativamente su forma de vida; también lo era el sueño solidario de Teresa de Calcuta cuando empezó a hacerse cargo de los parias en la India, arrastrando tras de sí a un blanco séquito de mujeres y hombres que transformarían el tejido social.
Cuando una utopía encuentra su lugar, deja de serlo. Entonces se ensucia con las condiciones empíricas: se vuelve concreta, a veces defectuosa, siempre limitada en su determinación. Y, con todo, constituye una realidad magnífica, que produce esperanza e invita a sumarse a ella. La conciencia utópica —así lo piensa Ernst Bloch— es el horizonte propio del ser humano.
Hay utopías que, como en el grabado de Francisco de Goya El sueño de la razón produce monstruos, se han vuelto locas. Las llamamos distopías. La ficción de los siglos XX y XXI, que hereda la implosión de la narrativa del progreso histórico tras las guerras mundiales, proporciona ejemplos de estos sueños sacados de quicio. Es distópica la sociedad donde todo el mundo viene vigilado por el Gran Hermano, tal y como se describe en la novela de George Orwell 1989; la obra de Margaret Atwood El cuento de la sirvienta, que recrea la deriva hacia una sociedad donde las mujeres fértiles vienen utilizadas como instrumentos reproductivos al servicio de la élite; o la serie televisiva El hombre en el castillo, ideada por Frank Spotnitz a partir de un relato de Philip K. Dick, donde se imagina cómo habría sido el mundo si Alemania y Japón hubiesen ganado la segunda guerra mundial.
Una misma ficción puede ser distópica y utópica a la vez. En una Austria envenenada por la animadversión hacia los judíos, Hugo Bettauer escribió una novela que en seguida fue llevada a la gran pantalla: La ciudad sin judíos. En ella imaginaba qué sucedería si fuesen expulsados: se seguía el colapso de la vida social y cultural; todo el mundo terminaba dándose cuenta; el alcalde de la ciudad los invitaba a volver y se producía la reconciliación. Bettauer fue asesinado en 1925 por un fanático nazi. En 2023, en un debate televisivo, una chica preguntó a un líder del partido FPÖ, Gottfried Waldhäusl, qué hubiese sucedido si los extranjeros no hubieran sido recibidos. El respondió: «Entonces Viena sería todavía Viena». El diario Der Standard publicó entonces una proyección estadística: si los extranjeros se fuesen, tanto la administración pública como los servicios de salud colapsarían. La vieja Europa precisa trabajadores. Sin embargo, el debate en torno a la inmigración ha alcanzado cotas de acritud inéditas. El pasado 1 de septiembre, las elecciones regionales en Turingia y Sajonia mostraron un ascenso de la extrema derecha desconocido desde el período de entreguerras.
¿Cuál podría ser la utopía de nuestros días...? La respuesta se declina en plural: hay muchas posibles. Querría referirme aquí a una: la utopía de la fraternidad cosmopolita.
En Hacia la paz perpetua (1795), Immanuel Kant aborda las condiciones para una paz duradera. Contempla allí presupuestos previos (artículos preliminares) y condiciones estables (definitivos). El tercer artículo definitivo incluye que ningún pueblo ha de poder ser invadido, comprado o desposeído por otro. Kant era consciente de que la práctica colonialista conculca esa condición. De hecho, las formas de colonialismo se han sucedido pasando desde la conquista —como en los Imperios español y portugués— a la dependencia económica, como en las Compañías británica u holandesa de las Indias orientales. Tras la segunda guerra mundial, mientras en Europa occidental se lograba cotas de bienestar inéditas y a pesar de indicios de mejora en la distribución global de la riqueza, la brecha entre los más ricos y los más pobres no ha hecho sino acrecentarse. En no pocos lugares africanos, americanos y asiáticos, eso ha venido acompañado por guerras civiles, radicalización fundamentalista y generalizada corrupción política. Efecto colateral de los desequilibrios económico, social y político ha sido la ola migratoria a la que asistimos. Las escenas conmovedoras vividas en el Mediterráneo —pateras que naufragan en el mar de los cruceros de lujo— se han vuelto acostumbradas.
Es en el Mediterráneo donde se juega simbólicamente la utopía de la fraternidad cosmopolita. Por eso mismo, este mar de antigua memoria, cuna de la civilización europea, puede convertirse en laboratorio de nuevas utopías. Ahora bien: para que el horizonte ideal cristalice en realidades empíricas, limitadas y a la vez efectivas, hay que ponerle pies. Éstos pueden proceder del empuje de grupos sociales y han de ser apoyados por los Estados.
Tenemos ejemplos estimulantes. Entre ellos se hallan las iniciativas del Instituto Social del Trabajo en Valencia, desde programas de formación dirigidos a personas inmigrantes a casas de acogida y proyectos para el empoderamiento personal; el proyecto Erasmus+ MEDITerraNeW, cofinanciado por la Unión Europea, concebido como plataforma de intercambio de experiencias en torno a la migración y la exclusión social; o el proyecto educativo Living Peace International, que promueve la reflexión en torno a la paz en las escuelas. La creciente receptividad social hacia el trabajo de las ONGs, su sostén tributario por parte de los Estados y la colaboración con los ayuntamientos aportan señales positivas. La solidaridad es una dinámica en la que todo el mundo gana: y es que el sueño de la ciudad autárquica, aislada, es una distopía.
Decía el obispo brasileño Hélder Câmara que un modo para espolear la imaginación solidaria de la juventud consiste en regalar a cada niño, a cada niña, un mapamundi. ¡Cómo son de grandes el mundo y sus retos...! La utopía, a modo de clave del pensar, nos entrena para lo mejor: es esa potente idea que crea realidades magníficas.
jueves, 21 de noviembre de 2024
DANA, ciudadanía: manifiesto de la gratitud
__________
Artículo propio publicado en el diario Levante (13/11/2024). En la imagen, obra de Antonio Muñoz Degraín pintada entre 1912 y 1913 y conservada en el Museo de Bellas Artes de Valencia: "Amor de madre".
sábado, 24 de agosto de 2024
Ultradreta: l'antítesi del trellat
El 28 de juliol del 1925 es publicà el primer volum de l’obra d’Adolf Hitler Mein Kampf (La meva lluita). Hi donava veu al descontent: a les elevades xifres d’atur i la inflació contribuïa la restitució de deutes de guerra arran del Tractat de Versalles. Hitler hi responia amb conceptes clars: culpabilització d’un grup ja estigmatitzat per les seves connexions amb l’elit financera (els jueus); injecció d’autoestima mitjançant una teoria que xifrava les fortaleses psico-biològiques en una raça (els aris); horitzó expansiu, per tal d’aconseguir espai vital, cap a altres territoris (els països de l’Est)... Tals conceptes implicaven receptes senzilles. La seva realització, a partir de la pujada al poder el 5 de març del 1933, dugué a anys d’optimisme: arran de les polítiques autàrquiques i de la producció d’armament, l’atur pràcticament desaparegué; la qualitat de vida de les famílies millorà a ulls vista; l’Imperi alemany s’expandia sense aturall.
Tanmateix, les solucions fàcils solen ser falsos amics. El fugisser progrés del III Reich es construí trepitjant milions de vides i conculcant drets humans. El 1945, les ciutats alemanyes mostraven un espectacle esfereïdor de runes sobre runes. No: les solucions ximples a problemes complexos sovint no resolen res.
La ultradreta europea és hereva de les arrels ideològiques del feixisme. Mutatis mutandis i malgrat diferències internes, les seves faccions mantenen postures coincidents: euro-escepticisme, que pot arribar fins a la proposta d’eixida i desintegració de la Unió europea, com ara en la Rassemblement National de Marine Le Pen a França [RN, Reagrupació Nacional] o en l’Alternative für Deutschland de Tino Chrupalla i Alice Weidel [AfD, Alternativa per a Alemanya]; assenyalament de la immigració com a arrel problemàtic, junt amb projectes –com en l’AfD– per a fer tornar fins i tot immigrants que ja han assolit la ciutadania; rebuig de la perspectiva macro –respecte dels problemes ecològics o les polítiques comunes de defensa– per a focalitzar allò que succeeix a les pròpies regions, com ara a la PVV de Geert Wilders als Països Baixos o a la FPÖ de Herbert Kickl a Àustria. Tot i això, les postures sobre la invasió d’Ucraïna per part del govern rus de Vladímir Putin difereixen: recolzada per RN, criticada per AfD. Més homogènia, en canvi, la simpatia envers Donald Trump, en qui es veuria reflectida la política autàrquica que hom desitja per als respectius països.
Passat 9 de juny, les eleccions al Parlament europeu han palesat la crescuda d’aquestes forces als principals països per població i PIB de la Unió: Alemanya, França, Itàlia, Espanya, Polònia. Cridanera resulta la pujada del vot entre els joves: al voltant d’un de cada quatre. A Espanya, a VOX li ha sorgit competència, amb una força el projecte concret de la qual s’ha d’enllestir encara i que ha fet campanya sobretot a les xarxes socials: Se acabó la fiesta (SALF). A França, tot això ha dut el president Emmanuel Macron a convocar eleccions anticipades, en una jugada d’efectes imprevisibles. És molt el que s’està debatent al voltant d’aquest terrabastall polític i del projecte de la ultradreta.
Al meu juí, de projecte assenyat no n’existeix cap. Hi ha, sí, un programa d’actuació: ideològicament més definit en el cas de RN o de AfD, menys articulat en el de VOX o fins i tot boirós en el de SALF. Nogensmenys, allò que hi traspua està teixit de solucions ximples; eixes que a llarg termini no solucionen res, sinó que ho compliquen tot.
Els euroescèptics obliden els enormes avantatges aportats per les polítiques comunes: com han permès redistribuir la riquesa a tot arreu de la UE, o donar suport a projectes científics i industrials capdavanters, o abordar l’emergència sanitària per COVID-19. Més encara: obliden que gràcies al projecte comú, incoat com a unió econòmica amb el Tractat de Roma (1957), un continent esquinçat per guerres caïnites ha arribat a viure en pau, amb una real connexió política, econòmica, social i vital entre les seves poblacions. D’altra banda, pretendre que cada Estat hauria de protegir-se renunciant a la moneda o a les polítiques comunes resulta foraviat: el somni de l’autarquia no pertany a la nostra època. Reduir les eines de supervisió política de l’economia constitueix altra tornada enrere; almenys, per a aquells que, a diferència de Javier Milei, no considerem que la justícia social sigui “aberrant”. Pretendre una defensa eficaç en solitari, front l’amenaça creixent d’un imperialisme reviscolat com el rus, no va enlloc; més encara, quan s’albira una possible tornada de Trump ala presidència estatunidenca.
La ultradreta es fa ressò d’insatisfaccions que ella mateixa exacerba. Sovint ho fa amb arguments demagògics; sempre, amb l’oblit d’allò que la democràcia i laUE han aportat al progrés i a la concòrdia. Vet ací perquè no s’encabeixen als mitjans de comunicació, on cal desplegar discursos oberts a la crítica. Llur lloc són les xarxes, mitjans de difusió capil·lars on troben l’humus als espais més esbiaixats. Catalitzen un malestar que no es correspon pas amb el nivell de vida que els països europeus han arribat a gaudir.
Ço no significa pas que no s’hagi de posar remei a problemes trasbalsadors, com ara l’accés a l’habitatge per part del jovent; les llistes d’espera al servei públic de salut; o les condicions sagnants del treball agrícola. Cal sumar-hi la nostra responsabilitat envers els països en vies de desenvolupament i la necessitat de compromisos eficaços a favor de la pau i per a combatre la pobresa a nivell global. Fer tot això, i fer-ho al mateix temps que s’afronta els desafiaments del canvi climàtic, de la intel·ligència artificial o del nou marc de treball, requereix solucions complexes, perspectiva de conjunt. Per assolir-les cal reflexionar a fons sobre la història, sobre el present i el futur.
L’extrema dreta no ofereix solucions complexes, adients a reptes globals. Reacciona a onades emocionals que aprofita a cop de missatge curt i colpidor. En les aigües procel·loses del món actual, la ultradreta es mou sense seny i sense aturall, com cagalló per sèquia.
Europa farà malament a lliurar-se a eixa exaltació emocional, a eixa mancança de trellat. Els precedents són massa esfereïdors com per a fer-hi ulls clucs. És ora que reaccionem. Podem fer-ho amb el vot, en les diverses convocatòries electorals. Podem fer-ho també, cadascú/na en el seu àmbit de responsabilitat, tot actuant des de la viva consciència que la pau requereix solucions complexes. Per a assolir-les cal respecte als drets de la Humanitat en cada ésser humà. Cal reflexió i sensibilitat. Cal trellat.