lunes, 30 de marzo de 2009

Lectura para una road movie



Vuelvo de Gerona, donde he impartido unas clases de Antropología filosófica en un contexto muy grato. Un viaje constituye siempre una ocasión para pararse –qué aparente paradoja– y reflexionar. Precisamente por eso elijo el tren en lugar del avión. Esa función catártica del viaje –salir de la rutina para encontrarse– se halla reflejada en numerosas obras de la literatura y del cine. Pienso, por ejemplo, en ese periplo hacia la propia identidad que se halla contenido en Il fu Mattia Pascal, de Luigi Pirandello; también el profesor Borg prefiere el coche al avión, desencadenando así un decisivo viaje interior, en el hermosísimo film de Ingmar Bergman Fresas salvajes (Smultronstället). Por no hablar de los clásicos.

Durante el viaje de ida aprovecho para terminar de leer en el tren un magnífico libro. Se trata de un texto escrito por Laura Bossi, pensadora milanesa residente en París: Historia natural del alma. Bióloga especializada en neurología, Bossi demuestra ser una intelectual de profunda y amplia formación filosófica. Esta Histoire naturelle de l’âme, publicada en 2003, ha sido traducida al castellano por Eric Jalain y editada en 2008 por Antonio Machado Libros, en Madrid.

La autora parte de lo que denomina “eclipse del alma”: la progresiva desaparición de este concepto del ámbito científico e intelectual, donde viene a ser sustituido por términos sectorialmente más adecuados (mente, psique, estructura psicosomática, cerebro, sinapsis). Su hipótesis de fondo, que acredita a lo largo de la obra, es que ese eclipse corre parejo a una progresiva incapacidad de integrar nuestro conocimiento sobre el ser humano en un modelo conceptual suficientemente preciso y comprehensivo a la vez. El resultado: una empobrecedora parcelación de la persona, hoy a menudo asimilada a la bestia –a su vez, humanizada, como en el caso del Proyecto Gran Simio– o a una inteligencia desencarnada –como en la versión maximalista del proyecto de la inteligencia artificial. En cambio, el ser humano se halla integrado en la Naturaleza orgánico-animal, a la vez que la trasciende.

Bossi no oculta sus simpatías hacia modelos holísticos como el aristotélico, a la vez que presta gran atención al tratamiento moderno de la scala naturae (Leibniz, Bonnet, Robinet, Schelling) y al hilozoísmo postdarwinista (Haeckel, Weismann). Particularmente interesantes me resultan sus reflexiones a caballo entre filosofía, psicología y neurología, como en las páginas (231-233) que dedica a la convergencia de la teoría clásica de las tres almas –en versión esencialista (Platón) u operacional (Aristóteles)– con la “recapitulación” biológico-evolutiva (Haeckel) y la descripción funcional de las áreas del cerebro llevada a cabo por MacLean en los años sesenta.

La obra es tan ambiciosa que en ciertas ocasiones –particularmente, cuando la autora toma en consideración a pensadores que no están próximos a su universo intelectual– resulta superficial e inexacta. Con todo, creo que se trata de un magnífico texto de referencia en el campo de estudios ligado a la antropología filosófica y al problema mente-cuerpo. ¿Qué mejor lectura para una road movie?

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En la imagen: en el tren de camino a Vic (Osona), fotografía de Visualpanic (fuente: www.flickr.com).

lunes, 23 de marzo de 2009

No seré nunca juguete roto




Un juguete es algo muy hermoso. Sin embargo, en castellano reservamos la expresión ‘juguete roto’ para referirnos a algo que, habiendo perdido su función, no posee ya valor alguno.

El primer discurso de Rodríguez Zapatero una vez ganadas las elecciones de 2004 fue, para muchos –entre los que me incluyo–, ilusionante. Yo me encontraba en Pamplona, donde acababa de finalizar un excelente congreso en torno a Immanuel Kant en el año de su bicentenario. El presidente electo hablaba sobre un nuevo talante en las relaciones entre los partidos, sobre una política de diálogo, abierta al ciudadano.

¡Cuántos motivos para sentirnos defraudados! Pensaba esto mientras leía en Abc que sólo un 3,5 por ciento de las leyes previstas en el último programa electoral del PSOE han sido aprobadas. Aunque quizá haya que agradecer esta proverbial pereza de nuestros ministros, mucho más interesados por sus respectivas campañas publicitarias. En este sentido, resulta bastante significativo que el ministerio de Ciencia e Innovación haya optado por inyectar dinero a la campaña que debe ensalzar las excelencias del Plan de Bolonia en lugar de abrir un debate público, riguroso y sereno en torno a las posibilidades del nuevo sistema universitario y a sus aspectos mejorables. Y es que lo que interesa es convencer. Ahora bien, la persuasión basada en lo agradable de las palabras y de las imágenes –y no en la fuerza de la verdad expresada en argumentos públicamente contrastables– ha sido, desde la Grecia clásica, el distintivo de la peor ralea de sofistas.

Ese interés por la faceta publicitaria de la imagen explica el desasosiego producido en varios miembros del Gobierno español por la reciente campaña de la Conferencia episcopal contra la ampliación de la ley del aborto. Basada en dos sencillas imágenes (un bebé y una cría de lince ibérico) y un mensaje inequívoco (el primero merece tanta protección como el segundo), la campaña desembarca en un ámbito –el de los símbolos y las asociaciones visuales– que el partido en el poder ha sabido explotar con eficacia.

Resulta curioso constatar el nerviosismo que esas imágenes desvirtuadas han generado en los altos mandos, poco acostumbrados a verse batidos en su propio –y resbaladizo– terreno. Pero no es un caso aislado. Fijémonos, por ejemplo, en la crisis interna que ha desatado el desapego expresado por el Gobierno de Barack Obama respecto de la poco hábil política de la ministra de Defensa. Recientemente, la famosa foto de aquel otro ministro con los venados provocó polémica y dimisión en un gabinete nada dado a la autocrítica. La reciente noticia de que cofradías de distintas ciudades van a poner en marcha campañas formativas contra el aborto ha provocado el rechazo inmediato de la ministra de Igualdad (¿pero la democracia no implicaba participación ciudadana?); y es que la Semana santa española es otro ámbito social que aúna sensibilidades de varia laya. Por su parte, la ministra de Fomento se ha descolgado con unas declaraciones dignas de elogio múltiple: en el transcurso del anuncio de inversiones para la A-32 y su entorno medioambiental ha afirmado que ocho millones de euros irán destinados a la protección del lince ibérico, “y más ahora, que hay una campaña con la que intentan devaluarlo”. Ha dado en el clavo. Que la susodicha campaña promueva hacer valer los derechos de un embrión humano no puede significar otra cosa que se pretende devaluar al lince. Claro está.

No me resisto a dedicar a nuestro florido plantel de ministros –con el cariño de quien un día confió en el talante– algunos versos de una canción de Víctor Manuel, editada en aquel entrañable álbum con Ana Belén Para la ternura siempre hay tiempo. Dicen así: “No seré nunca juguete roto. / No estaré arriba de cualquier modo. (…) Monto un caballo que yo controlo, / no me deslumbra el brillo del oro”. No, no quiero ser nunca juguete roto. Mientras tanto, nuestros deslumbrados ministros –como le bambole de aquella otra canción– avanzan por el camino de su propia inanidad.

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En la imagen: fotografía de Sylvinwonderland. Fuente: www.flickr.com.

jueves, 5 de marzo de 2009

Una chica de nuestra ciudad



El comité de expertos creado por el Ministerio de Igualdad para debatir la modificación de la ley del aborto ha presentado hoy sus conclusiones. Propone que se legalice la interrupción voluntaria del embarazo –sin justificación alguna– hasta las 14 semanas (22 en caso de anomalía o riesgo para la salud), así como la prestación a chicas a partir de 16 años sin información ni consentimiento de los padres. Por otra parte, se debería sacar el aborto del Código penal – es decir, informa El país, que “en ningún caso las mujeres podrán ser castigadas con penas de prisión por abortar”. En otras ocasiones he tratado aquí la cuestión de fondo.

Todo esto me ha recordado una anécdota. Fue la pasada noche de Navidad. Como todos los días 25 a las nueve, un grupo de ciudadanos se había congregado frente al establecimiento abortivo situado en el barrio de San Diego (Lorca). Puesto que yo pasaba esos días en mi ciudad natal, con mis padres, pude asistir a la concentración.

Tres chicas se incorporaron al grupo y se situaron junto a mí. Una de ellas me preguntó en voz baja qué estábamos haciendo. Les conté que nos reuníamos para rezar por los seres abortados y por sus madres. La chica que hacía las veces de portavoz –tendría en torno a quince años– repuso con desparpajo que no eran seres humanos, sino fetos. Le dije que según la biología esos seres, dotados de ADN, se encuentran en la fase inicial de la vida de una persona. Es más –le pregunté a mi interlocutora–, ¿qué hubiera sucedido si tus padres hubiesen pensado como tú ahora? ¿Qué habría pasado contigo...?

- Bueno...–dudó por un momento–, yo no hubiera sentido nada.

Quien no vive, claro está, no padece dolor alguno (cuando yo estoy, no está la muerte; cuando está la muerte, yo no estoy: Epicuro dixit). Pero ¿es eso todo? ¿Realmente sabemos lo que significa nuestra ausencia eterna? Hay una película que ilustra lo que puede suponer para el mundo la ausencia de una persona: Qué bello es vivir, de Frank Capra. Cada uno de los seres humanos es un don insustituible para los otros.

Según datos publicados el pasado 2 de diciembre, el número de abortos en España ascendió a 112.138 en 2007. Estas cifras ocultan un abismo. El abismo de miles y miles de mujeres que se someten a intervenciones que las marcarán con graves daños psicológicos (síndrome post aborto). El abismo de madres que eliminan a sus hijos ante la soledad propia o la presión del entorno. El precipicio de la ignorancia de jóvenes a las que una información falsa e interesada ha convencido de la inanidad de esa acción.

¿Somos conscientes de la enorme gravedad del proceso que está en marcha? ¿Qué hacemos para evitar esta tragedia social? ¿Realmente nos importa? ¿Estamos ayudando a nuestros adolescentes a comprender que cada ser humano es un don para el mundo...? De la respuesta a estas preguntas no depende sólo el futuro: también nuestro presente.

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En la imagen: “Distant Sun”, por Visualpanic (fuente: www.flickr.com).