lunes, 23 de marzo de 2009

No seré nunca juguete roto




Un juguete es algo muy hermoso. Sin embargo, en castellano reservamos la expresión ‘juguete roto’ para referirnos a algo que, habiendo perdido su función, no posee ya valor alguno.

El primer discurso de Rodríguez Zapatero una vez ganadas las elecciones de 2004 fue, para muchos –entre los que me incluyo–, ilusionante. Yo me encontraba en Pamplona, donde acababa de finalizar un excelente congreso en torno a Immanuel Kant en el año de su bicentenario. El presidente electo hablaba sobre un nuevo talante en las relaciones entre los partidos, sobre una política de diálogo, abierta al ciudadano.

¡Cuántos motivos para sentirnos defraudados! Pensaba esto mientras leía en Abc que sólo un 3,5 por ciento de las leyes previstas en el último programa electoral del PSOE han sido aprobadas. Aunque quizá haya que agradecer esta proverbial pereza de nuestros ministros, mucho más interesados por sus respectivas campañas publicitarias. En este sentido, resulta bastante significativo que el ministerio de Ciencia e Innovación haya optado por inyectar dinero a la campaña que debe ensalzar las excelencias del Plan de Bolonia en lugar de abrir un debate público, riguroso y sereno en torno a las posibilidades del nuevo sistema universitario y a sus aspectos mejorables. Y es que lo que interesa es convencer. Ahora bien, la persuasión basada en lo agradable de las palabras y de las imágenes –y no en la fuerza de la verdad expresada en argumentos públicamente contrastables– ha sido, desde la Grecia clásica, el distintivo de la peor ralea de sofistas.

Ese interés por la faceta publicitaria de la imagen explica el desasosiego producido en varios miembros del Gobierno español por la reciente campaña de la Conferencia episcopal contra la ampliación de la ley del aborto. Basada en dos sencillas imágenes (un bebé y una cría de lince ibérico) y un mensaje inequívoco (el primero merece tanta protección como el segundo), la campaña desembarca en un ámbito –el de los símbolos y las asociaciones visuales– que el partido en el poder ha sabido explotar con eficacia.

Resulta curioso constatar el nerviosismo que esas imágenes desvirtuadas han generado en los altos mandos, poco acostumbrados a verse batidos en su propio –y resbaladizo– terreno. Pero no es un caso aislado. Fijémonos, por ejemplo, en la crisis interna que ha desatado el desapego expresado por el Gobierno de Barack Obama respecto de la poco hábil política de la ministra de Defensa. Recientemente, la famosa foto de aquel otro ministro con los venados provocó polémica y dimisión en un gabinete nada dado a la autocrítica. La reciente noticia de que cofradías de distintas ciudades van a poner en marcha campañas formativas contra el aborto ha provocado el rechazo inmediato de la ministra de Igualdad (¿pero la democracia no implicaba participación ciudadana?); y es que la Semana santa española es otro ámbito social que aúna sensibilidades de varia laya. Por su parte, la ministra de Fomento se ha descolgado con unas declaraciones dignas de elogio múltiple: en el transcurso del anuncio de inversiones para la A-32 y su entorno medioambiental ha afirmado que ocho millones de euros irán destinados a la protección del lince ibérico, “y más ahora, que hay una campaña con la que intentan devaluarlo”. Ha dado en el clavo. Que la susodicha campaña promueva hacer valer los derechos de un embrión humano no puede significar otra cosa que se pretende devaluar al lince. Claro está.

No me resisto a dedicar a nuestro florido plantel de ministros –con el cariño de quien un día confió en el talante– algunos versos de una canción de Víctor Manuel, editada en aquel entrañable álbum con Ana Belén Para la ternura siempre hay tiempo. Dicen así: “No seré nunca juguete roto. / No estaré arriba de cualquier modo. (…) Monto un caballo que yo controlo, / no me deslumbra el brillo del oro”. No, no quiero ser nunca juguete roto. Mientras tanto, nuestros deslumbrados ministros –como le bambole de aquella otra canción– avanzan por el camino de su propia inanidad.

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En la imagen: fotografía de Sylvinwonderland. Fuente: www.flickr.com.

1 comentario:

Carmen dijo...

Yo tampoco seré un juguete roto.