lunes, 9 de febrero de 2009

Desconcierto



Hace más de un mes que no escribo en mi blog. He seguido visitando las casas virtuales de mis amigos, que seguían reconfortantemente habitadas. Pero la mía no la he cuidado. Si me pregunto el porqué de esta dejadez transitoria, sólo se me ocurre una respuesta: por el desconcierto.

Durante los últimos meses ha crecido en mí la sensación de desconcierto. A ello ha contribuido decisivamente la preocupante situación de nuestro país. Mutatis mutandis, el dolor Spaniae de los noventayochistas se podría reeditar hoy sin dificultad. La pobre preparación intelectual de nuestros gobernantes y su escasa estatura moral nos han dejado precipitarnos en una crisis que tiene visos de retroalimentarse largamente.

Y no me refiero sólo a la grave recesión económica. Antes aún se encuentra el desplome de un sistema de enseñanza que, pese a la buena voluntad de profesores e implicados, no logra hacer frente a las secuelas de leyes educativas que han relegado la búsqueda del saber, la transmisión de conocimiento y el esfuerzo. Un desplome suficientemente acreditado por distintos organismos internacionales y por el desánimo de tantos profesores de enseñanzas medias. Sólo hace dos meses, un vocal asesor del Ministerio de Ciencia -Gregorio Planchuelo- me dijo, en respuesta a una pregunta que le formulé, que "no le consta" semejante crisis. No resulta extraño. Tampoco divisaban la crisis en el horizonte los "expertos" económicos del ministerio contiguo. Como a muchos no consta desfondamiento moral alguno en la trama errática de nuestra política internacional, en la ruptura de las solidaridades entre las regiones o en el despilfarro masivo de algunos jerarcas territoriales.

Creo que esa inquietante falta de consciencia -sea real o fingida- ha influido no poco en mi desconcierto. Es como si hubiera cada vez más gente que no estuviera en su sitio (Lolamundi dixit). Gente que juega a regir los destinos de un país. Gente que juega a ingeniería social. Que juega el juego del lujo despótico. Que juega a contar mentiras, a manipular las verdades. A entretener en televisión. A captar el voto de los que no saben. A ignorar la realidad de aquellos a los que votan. A disimular. Un disimulo colectivo, alucinante, casi insoportable.

La creciente impunidad de los que destruyen da miedo. Maltratan el tejido político, económico y cultural de nuestra sociedad sin que se les borre la sonrisa de la cara. Sin rendir cuentas (porque, a menudo, tampoco se las pide nadie). Cuando algunos periodistas se atreven a recriminarles en voz alta sus atropellos, ellos miran a otro lado y hablan de "conspiración". Me inquieta la impunidad que se arrogan. La autoexención de responsabilidades -en nombre del colectivo, de la ideología o de un inexorable signo de los tiempos- es síntoma inequívoco de los totalitarismos de toda laya. Y es inhumano. El ejercicio de nuestra libertad nos convierte en sujetos responsables; sólo un materialismo eliminativista -o una hipocresía estólida- puede negar este dato antropológico.

El próximo jueves, 12 de febrero, es de nuevo el aniversario de Immanuel Kant. El ya anciano y consumido filósofo falleció en un gélido Königsberg hace 205 años. Pese al doloroso retroceso de sus capacidades intelectuales, afirmaba con orgullo que no había perdido el respeto hacia la Humanidad. Respeto hacia la Humanidad, reconocida y apreciada en los otros y en nosotros mismos: precisamente aquí se dirime el futuro de una civilización, la diferencia entre una crisis de crecimiento y el abandono culpable a una senilidad que produce monstruos.

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En la imagen: "El sueño de la razón produce monstruos", de Francisco de Goya y Lucientes (capricho nº 43, 1797-1798, dibujo preparatorio). Museo del Prado, Madrid.

5 comentarios:

Ángel dijo...

Caramba, Pedro, será cosa del desconcierto, pero te noto distinto. No pierdas tú la esperanza, que eres la reserva espiritual de occidente.

Con la Humanidad conviene no propasarse. Respetarla es el límite. Ir más allá... malo.

JOHAN dijo...

Gracias por volver. Y qué mejor manera de hacerlo. ¿Por qué será que estoy tan de acuerdo contigo? Tengo la misma situación de impotencia y lo has clavado con el 98: en estos momentos nos damos cuenta de que el fallo vuelve a ser la educación, problema infinito. La empresa nacional ha sido la que ha permitido en Alemania un pacto CDU-SPD, pero aquí faltan muchos años para disfrutar gobiernos de consenso que tanta falta nos harían. Es una pena, pero vamos a pensar que con artículos como este algún grano de arena movemos. Un saludo.

Pedro Jesús Teruel dijo...

Ángel, la esperanza es lo último que se pierde. Y es el motor de la acción. Mejor todavía: la acción es esperanza en acto (Joseph dixit).

De todas formas, después de la experiencia de ayer no puedo estar ya más desconcertado. Nunca se me había reído un chinito en la cara por pedir té chino para acompañar la comida en un restaurante chino. Lo que hay que ver :)

Johan: Muchas gracias por tu mensaje. Me reconforta lo que dices, de verdad. Por otro lado, parece cierto que el modelo alemán reciente es -pese a sus limitaciones, políticas y humanas- un ejemplo de búsqueda de concordia.

No me había dado cuenta yo de que el día de hoy -12 de febrero-, al que aludo en la entrada, es doblemente señalado: por el 205º aniversario del fallecimiento de Kant, y por el bicentenario natalicio de Charles Darwin. ¡Qué coincidencia! Hoy publica ABC una muy recomendable "Tercera" sobre las posibilidades de la cosmovisión postdarwiniana. Dejo aquí el enlace como regalo de doble aniversario: http://www.abc.es/20090212/opinion-tercera/darwin-vida-humana-20090212.html

Anónimo dijo...

A menos educación más votos ganan los gobernantes y mejor manejan, digamoslo de este modo, al pueblo llano.

Asi pues, para ellos el problema no es que exista una pésima educación, sino que exista una excelente educación.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

No conocía este blog. Me alegro mucho de que no todo sea estéril.

Un saludo.