lunes, 31 de marzo de 2008

Orgullo

Las vacaciones suelen interrumpir el ritmo de las tareas cotidianas. Sin embargo, durante las pasadas vacaciones (Semana Santa, Fiestas de Primavera en Murcia) he mantenido el hábito de entrar a los blogs de mis amigos. Ahí estaban los Miguel Ángeles (Hernández y Cobacho) y Leo. Vuelvo a entrar en sus blogs con una especie de orgullo amistoso. Y cuánto reconforta entrar a sus hogares virtuales y encontrarlos habitados.

lunes, 24 de marzo de 2008

Nos va la vida en ello


Cuando en España –lunes de Resurrección– enmudecen las saetas y el fragor de las procesiones, no puedo evitar reflexionar sobre los fastos recientes. Viendo alguna retransmisión de las procesiones, observé en mí alguna pulsión subrepticiamente incrédula. Y es que la hipérbole despierta en mí una tendencia visceral al equilibrio que puede llegar a ser iconoclasta. Pero ese tipo de excesos no deja de ser, al fin y al cabo, manifestación de un folklore disculpable. Más serio es que realmente se crea lo que se dice. ¡Cuántas declaraciones de amor filial! ¡Cuántas muestras –se afirma– de profunda fe! ¡Y qué impresionante panorama... si todas fueran ciertas! Si así fuese, nuestro país rebosaría de verdaderos santos. De hombres y mujeres que con su fe trasladarían montañas y harían germinar, aquí y ahora, el Reino de Dios en una increíble, magnífica floración. Pero no es así. Nuestra sociedad –como todas las sociedades del mundo– está entreverada de grandezas y miserias, de heroicidades y bajezas. Si cabe, las últimas décadas están mostrando una triste tendencia hacia el individualismo en sus distintas facetas (egoísta, hedonista o nacionalista, todas ellas vertientes de una misma indiferencia ante lo ajeno); frente a esa tendencia, el auge de las ONGs y de la solidaridad con el Tercer Mundo –por ejemplo– sigue siendo un índice esperanzador en la dirección opuesta. Tira y afloja: la lucha interna en el seno de nuestras vidas y de nuestras colectividades. Esto es lo real. En el almibarado recital de los últimos días hay paja que está destinada a arder en la hoguera de las dificultades cotidianas; y, mezclada con la paja, hay mucha fe robusta que se alimenta del misterio de la Pasión de Cristo. También hay fe vacilante, quebradiza, que encuentra en esas manifestaciones de religiosidad un sustento adecuado y necesario. La ciudad terrena y la ciudad de Dios se hallan íntima e indisolublemente entrelazadas en la Historia, y como tales desfilan por nuestras calles al acercarse la Primavera. Pero, en realidad, todo comienza cuando la Semana termina. Más allá del Domingo de Resurrección. Cuando los ecos de las procesiones enmudecen. Creo sinceramente que el Resucitado desea habitar entre nosotros para darnos, tal y como prometió, vida en abundancia. Día a día. La vida donada por Cristo el Viernes Santo. Ahí está la clave. Y ahí sí que nos la jugamos: nos va la vida en ello.

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En la imagen: detalle del Descendimiento pintado por Roger van der Weyden hacia 1435 (Museo Nacional del Prado, Madrid).

lunes, 10 de marzo de 2008

Incontinencia


Regreso de Granada en jornada electoral, después de vivir un estupendo fin de semana con queridos familiares y amigos. Este 9 de marzo ha estado marcado por las elecciones generales (y, de nuevo, por la reciente incursión del terrorismo en la democracia española, tras el asesinato de Isaías Carrasco en Mondragón). Noche electoral. Me desagrada profundamente cierto espectáculo que solemos presenciar en estas ocasiones. Se desencadena cuando el escrutinio de votos está ya avanzado. Algunos candidatos se muestran, sin rubor alguno, encantados de haberse conocido: de haber logrado atraer la atención del electorado, de haber vencido en tales y tales parámetros estadísticos, de haber sabido representar elevados intereses y anhelos... Toda una muestra de arrogante incontinencia verbal, de triunfalismo chabacano. Como si lo fundamental en unos comicios democráticos fuesen los cabezas de lista de los partidos -más aún: los partidos mismos-. Como si lo que realmente importara no fuese la confianza depositada por los electores y el sagrado sentido de responsabilidad que sus representantes contraen con ellos. Me gustó, por este motivo, la emocionada arenga de Rosa Díez: supo colocar en primer plano lo que nunca debería salir de él: el interés colectivo de los votantes. Cuando uno se fija demasiado en sí mismo, termina por vérsele el plumero.

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En la imagen: José Luis Rodríguez Zapatero, durante su alocución en la noche electoral del 09/03/2008. Fuente: http://www.psoe.es.

martes, 4 de marzo de 2008

Debatir en un espejismo



Entramos en la semana previa a las elecciones generales en España. Ayer fue retransmitido por televisión y radio el segundo de los debates previstos entre los candidatos que los partidos mayoritarios presentan a la presidencia. No es que yo considere que este tipo de debates no sirven para nada: al contrario, poseen incluso un no desdeñable interés para el análisis político. Sin embargo, no puedo evitar pensar que son un espejismo – un escaparate en el que se refleja una cierta interpretación de la realidad (la de los dos partidos mayoritarios), con un objetivo estratégico (convencer a los indecisos) y herramientas precisas (no sólo datos y argumentos, sino también seducción retórica). Debatir e intercambiar opiniones forma parte de la esencia de nuestra tradición cultural; con ello se persigue la verdad de las cosas y el interés común. Ahora bien, ¿realmente se debatió ayer (o el lunes pasado)? ¿Hubo un sincero intercambio de ideas? ¿No se trató más bien de discursos paralelos, que apenas se rozaban, o que sólo lo hacían para sustraer monición al enemigo? Y, muy especialmente en el caso de Rodríguez Zapatero, ¿no estaba inclinada la balanza del lado de la retórica, de la seducción huera, de la ausencia de argumento…? El espectáculo de ambos partidos, arrogándose una incontestable victoria apenas concluido el debate, producía vergüenza ajena. Con esos mimbres no resulta posible establecer una auténtica comunidad comunicativa, ni abrir espacios a lo público. Más bien al contrario: se compartimenta la política en espacios tribales, con el resultado de que se dificulta el consenso y se aleja a los ciudadanos de la cosa pública. ‘Diálogo’ y ‘consenso’ son términos fundamentales en democracia; precisamente por eso resulta tan grave el vaciamiento de contenido que han sufrido esos conceptos durante la última legislatura. La erosión de las instituciones políticas –que no constituye un fenómeno reciente, pero que en España ha avanzado con rapidez– alcanza tales cotas que ningún resultado electoral, sea el que sea, servirá para paliarla. Tengo claro a quién orientaré mi voto el 9 de marzo, pero no se me oculta que la mía no será más que una opción por el mal menor. El mal mayor –la corrupción de la vida política y, por ende, de la convivencia– no se resolverá en las urnas. Sólo comenzará a remitir cuando la sociedad civil se haga cargo de la responsabilidad, cuando las personas y las agrupaciones se pongan de acuerdo para buscar sincera y activamente el bien en los asuntos de interés común. Cuando los ciudadanos asuman, en primera persona, el reto de construir el espacio público: a diario, y no una vez cada cuatro años.

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En la imagen: José Luis Rodríguez Zapatero, Olga Viza (moderadora) y Mariano Rajoy en el inicio del debate transmitido el 03/03/2008. Fuente: http://www.flickr.com.