lunes, 22 de septiembre de 2008

Microcosmos




Lo que son las cosas. He estado un mes danzando por el globo terráqueo (desde España hasta Alemania, y de allí a Chile y vuelta) y no me ha pasado nada. Si uno lo piensa detenidamente, resulta harto improbable seguir vivo e ileso en un modelo de vida tan agitado como el nuestro: tantos son, diariamente, los riesgos para la integridad (en todos los sentidos) y tan vulnerable nuestro cuerpo y nuestra salud.

El caso es que, tras volver de dar tumbos, he enfermado. Sólo un resfriado, pero tan intenso que basta para hacer de uno un pseudo-zombi mientras no termina de curarse. Y ha coincidido, justamente, con mi primera visita a mis padres. Tan convencido estoy de la unidad de nuestro sistema psicofísico, que no puedo resistirme a entrever una lógica en este proceso.

Y es que tenemos una capacidad extraordinaria de "sacar fuerzas de flaqueza" mientras resulta preciso. El nivel de actividad, y la consciencia -explícita o no- de que no podemos permitirnos el lujo de enfermar, nos hace a menudo inasequibles a la debilidad. Según creo, sucede así, particularmente, con los padres de familia. Porque si no se ocupan ellos de sus hijos, ¿quién lo va a hacer...? Así que siguen adelante, sin preocuparse demasiado de sí mismos. Pero cuando estamos a salvo, cuando nos sentimos resguardados y seguros, entonces es posible que bajemos la guardia. Y entonces emerge -"se actualiza"- el cansancio contenido. Y se abren los resquicios por los que penetra más fácilmente la enfermedad.

Por supuesto, en el ser humano se da también el camino inverso: del estado fisiológico al "tono vital" y a las condiciones psicológicas. Somos un sistema de niveles heterogéneos. Un microcosmos. Y tan asombrosa resulta su diferencia como estupor suscita su unidad.

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En la imagen: fotografía de Fernando D. Ramírez (fuente: www.flickr.com).

martes, 9 de septiembre de 2008

Chilenidad



El país andino hierve ya en preparativos de la gran semana de la patria. Las celebraciones giran en torno al 18 de septiembre, fecha en la que tuvo lugar la primera Junta de gobierno en 1810 -mientras la metrópoli seguía bajo control napoleónico- y que señala simbólicamente el inicio del proceso de independencia. Durante estos días, en los medios de comunicación se habla a menudo del espíritu de la chilenidad, mientras los niveles de popularidad de la presidenta, Michelle Bachelet, se encuentran en momentos bajos -a un año de las próximas elecciones generales- y las diferencias económicas entre grupos sociales no parecen remitir al ritmo deseable.

Me he comprado una banderita de Chile, de las que usan llevar algunos automovilistas en la parte trasera de sus coches. Yo también estoy imbuido de chilenidad. Es un lindo país, como dirían por aquí. Y su mejor activo son sus jóvenes. Me admira la apertura al mundo de los valores que muestran muchos de ellos, y que se visibiliza tanto a través de su compromiso político como de su vivencia de la fe. En un país inmerso en transformaciones sociales profundas y veloces, esos jóvenes son ya portadores de una gran responsabilidad.
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En la imagen, la bandera nacional de Chile. Fuente: www.flickr.com.

martes, 2 de septiembre de 2008

Por el mundo



El paso de agosto a septiembre me ha sorprendido desplazándome de un aeropuerto a otro, y ganando horas de reloj a cambio. Pero vayamos por partes. Durante la última semana de agosto he participado en el Kant-Seminar que tiene lugar anualmente en Weltenburg (Baviera) bajo la dirección de Norbert Fischer. Llegué allí tras varias semanas de descanso y gozo familiar en la sierra, al norte de Almería. En Weltenburg han transcurrido días dedicados intensivamente al análisis de la sección más voluminosa de la Crítica de la razón pura, a saber, los capítulos dedicados a la Dialéctica trascendental. En ese contexto tuvo lugar mi conferencia, el lunes 25. Y en ese contexto me zambullí tan ricamente en las aguas del Danubio, que pasaba por allí. Fantástico.

Apenas concluida la semana kantiana me esperaba un viaje a tierras ultramarinas. La Academia Internacional de Filosofía, vinculada a la Universidad Católica de Santiago de Chile, me ha invitado a dictar un curso en torno a Edith Stein durante la primera quincena de septiembre. Así que escribo este post, el primero del año académico, desde la capital chilena.

En la mañana de ayer fui testigo de algunas pequeñeces que me dieron que pensar. Un compañero del Kant-Seminar, el doctor Stabel, nos llevaba a J. Sirovátka y a mí, en su coche particular, a la estación de tren más cercana. Durante el trayecto, la conversación recayó sobre los apacibles pueblecitos del norte de Baviera: "Allí", dijo uno de nosotros con una sonrisa, "todo está aún en orden". Comprendimos inmediatamente a qué se refería, en contraste con el ritmo de las grandes urbes y con cierta desintegración del tejido familiar de la que son víctimas las sociedades occidentales.

Durante esa mañana cogí varios trenes, que me llevaron desde la Baviera profunda hasta el aeropuerto de Múnich. En el último de ellos se sentó frente a mí una pareja de jóvenes japoneses, cargados de maletas... y con un bebé en brazos, que el muchacho entregó a la madre con exquisito cuidado. Ella revisó el atuendo de su pequeño y le recolocó el gorro de lana, con actitud preocupada, mientras el bebé dormía plácidamente. Después, los dos jóvenes se recostaron el uno sobre el otro, hombro con hombro, entre miradas cómplices, sonrisas y comentarios que -a pesar de no saber japonés- entendí con facilidad. No pude evitar pensar: aquí y ahora, el mundo está en orden.

Poco después me encontraba ya en fila frente al mostrador de embarque de Iberia. Frente a mí, una familia española: los padres y dos hijos - la chica mayor, en torno a los catorce años, resolvía sudokus sentada en el suelo; el zagal, en torno a los ocho, hablaba de mil cosas, se metía con su hermana y abrazaba de vez en cuando a su madre. Abrazos largos, acompañados por una sonrisa de confiada felicidad. Y, de nuevo, no pude evitar pensar: aquí, en este momento, el mundo está en orden.

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En la imagen: el río Danubio, a su paso junto al Kloster Weltenburg, sede del Kant-Seminar.