lunes, 22 de diciembre de 2008

La nueva sensibilidad



En 1988, el filósofo español Alejandro Llano –acaba de editar sus memorias, Olor a yerba seca, que con gran interés estoy leyendo estos días– publicó una obra adelantada a su tiempo. Su título: La nueva sensibilidad. Llano se refería ahí a los indicios de una forma distinta de entender las interacciones sociales. Entre los síntomas de esa sensibilidad de nuevo cuño se encontraba el avance de los factores cualitativos respecto de los cuantitativos y la importancia concedida a la solidaridad. Qué duda cabe de que fenómenos como el auge de las Organizaciones No Gubernamentales, el creciente valor atribuido a la proyección social de las empresas, el interés por el ecosistema o las características de ciertas tribus urbanas constituyen signos elocuentes de esa mentalidad en ciernes.

A pesar de esos indicios, los años noventa han sido testigos en España de tendencias opuestas a la nueva sensibilidad. La favorable coyuntura económica ha traído consigo, para muchos, un deseo desenfrenado de enriquecimiento rápido y sin trabajo (por ejemplo, a través de la especulación inmobiliaria); para otros, un repliegue en el individualismo (reflejado, por ejemplo, en el clamoroso distanciamiento de los ciudadanos respecto de los asuntos políticos, o en las frecuentes dificultades de las plataformas cívicas y asistenciales a la hora de encontrar apoyo de inversores privados).

En este contexto, hay dos noticias recientes que merecen ser leídas en paralelo. Ambas saltaron a la opinión pública el pasado martes 2 de diciembre. Se trata del registro de dos aumentos estadísticos: el del número de parados y el del número de abortos. El primero se elevó a 2.989.269 personas, dato cuyo precedente más próximo se remonta a febrero de 1996. Se trata de un drama humano de enormes dimensiones. Por su parte, el número de abortos ha alcanzado 112.138 en 2007. Esta cifra se corresponde con una tasa de 11,49 abortos por cada mil mujeres entre 15 y 44 años: aproximadamente el doble que en 1998. En esta estadística, Murcia ocupa el tercer puesto nacional.

No me parece descabellado trazar una línea de conexión entre ambos fenómenos. El desaforado aumento del número de abortos entronca con varios procesos de índole diversa (entre ellos, los relacionados con el incremento de los embarazos no deseados entre adolescentes o con las características de algunos colectivos implicados), pero también enlaza con una tendencia transversal de fondo: el auge del individualismo. Desde el punto de vista científico, no existen dudas en torno al estatuto del embrión: se trata de un organismo vivo, con estructura individual y patrones de desarrollo específicos codificados en su ADN; es digno de la misma protección que se dispensa a un bebé o a un anciano. Sin embargo, muchas jóvenes se sienten incapaces de afrontar su embarazo sin ayuda y abortan debido a la presión (social, económica, de su pareja). No se trata de culpabilizar a las víctimas, sino de ayudarles. Precisamente por esto me interesa referirme aquí a la faceta social del problema.

El individualismo creciente ha insensibilizado a gran parte de la población respecto del drama humano del aborto. A fuerza de vaciar las palabras de significado se ha llegado a confundir la tolerancia con la indiferencia, mientras miles y miles de mujeres se convierten en víctimas de una tragedia de profundas consecuencias psicológicas y espirituales. Emerge aquí esa forma de individualismo que ha dado lugar a la especulación salvaje en el sector inmobiliario y que ha contribuido a generar la crisis económica de la que el paro constituye un dramático reflejo. Un individualismo que corroe el fundamento de los vínculos sociales.

¿Seremos capaces de advertir el alcance de la situación en la que nos encontramos? ¿Podremos aprovechar la oportunidad que la presente crisis trae consigo? ¿Encontraremos el modo de trocar en bien el mal…? Ha llegado el momento de apostar por la nueva sensibilidad: por una civilización que, recogiendo la mejor savia de la tradición europea, promueva relaciones de solidaridad entre las personas y las comunidades; una cultura en la que los colectivos, agrupaciones y agentes sociales recuperen las iniciativas que indebidamente monopoliza el Estado; una sociedad que perciba lo auténticamente importante. Una mentalidad, en suma, sensible hacia la distinción entre precio y valor. Aquello que tiene un precio –señala Kant– puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se eleva por encima de toda cuantificación, y que no puede ser sustituido por cosa alguna, no tiene precio: tiene dignidad.

El ser humano está más allá de todo precio. Su dignidad lo convierte en un microcosmos cargado de sentido. ¿Nos ayudará la actual crisis a gestar una nueva forma de vivir…? En esta pregunta reside, a mi entender, uno de los desafíos cruciales de la época histórica que se abre ante nosotros.
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En la imagen: Óleo de Joachim Patinir: "Paisaje con san Jerónimo", 1515 (detalle).

jueves, 11 de diciembre de 2008

Die Welle



Esta mañana hemos asistido a una proyección cinematográfica particular. He llevado al cine a mis (muchos y queridos) alumnos de Ética fundamental; han abierto la sala para nosotros, y hemos disfrutado. La película: un film alemán rodado en 2007: La ola (Die Welle, dirigido por Dennis Gansel). Se trata de una hermosa y dura llamada de atención. Sobre ella ha publicado una entrada en su blog la periodista Eva Jiménez.

La película recrea ciertos acontecimientos que tuvieron lugar en 1967 en el Instituto Cubberley (Palo Alto, California) y muestra algunos resortes psicológicos que subyacen a las dinámicas sociales y comunitarias. Un proyecto escolar se convierte en un auténtico experimento. El objetivo del profesor: mostrar cómo un grupo de alumnos, convenientemente manipulado, puede impregnarse del espíritu que conduce a una dictadura o un totalitarismo. Nace así 'Die Welle (‘La Ola’), y con ella un monstruo gestado en el seno mismo de una sociedad democrática. “¿Creías que no se podía repetir?” es la frase que acompaña la publicidad del film: el espectro del nazismo, del fascismo, del estalinismo.

La película posee la finura suficiente como para dar pie a varias reflexiones. Me interesa, en particular, lo que de bueno había en La Ola. El grupo respondía a auténticas necesidades de los jóvenes: en particular, a la necesidad de un ideal, de sinceros lazos de amistad, de sentirse valorados. Cuando el profesor pregunta, al inicio, qué factores han de concurrir para que se desarrolle un régimen autocrático, el joven Tim contesta con una palabra muy significativa: “Insatisfacción”. Insatisfacción, anhelos sofocados, ansia de sentido. Él lo sabe mejor que nadie: su existencia desangelada, descuidada por sus padres, ayuna de amistades, encuentra en La Ola un apoyo y un hogar. Por eso repetirá más tarde que el grupo no se puede disolver: la Ola es “su vida”.

Las dictaduras y los totalitarismos germinan en terrenos moralmente corrompidos. Y esa corrupción moral encuentra su mejor abono en una sociedad fragmentada, donde los lazos humanos –familiares, de amistad, de solidaridad y colaboración– están enfermos. Bien lo sabían los líderes nacionalsocialistas: el deseo de integración en el grupo favorecía que los soldados se implicasen en las masacres. (Hace algunos meses me referí a este asunto en otra entrada).

La ola es una llamada de atención. Me preocupa que la política española se esté convirtiendo en un escenario donde priman los intereses egoístas de grupos alucinados (pienso, en particular, en los nacionalistas de toda laya) y en el que cada vez resulta más difícil llegar a consensos razonables. Hoy mismo aparece en ABC una acertada “Tercera” sobre este asunto, escrita por Emilio Lamo de Espinosa. Me lo decía el acomodador del cine esta mañana: qué bueno es que los jóvenes vean esta película. Estamos a tiempo de evitar el horror. Aprovechémoslo.

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En la imagen: “La ola. Evocación de Hokusai”, por González-Alba (fuente: www.flickr.com).

lunes, 24 de noviembre de 2008

Universidad española: tomar la palabra



Los últimos meses están viendo sucederse manifiestos y publicaciones en prensa en torno a la situación actual de la Universidad. Muchos de ellos tienen que ver con la deriva española de la integración en el Espacio Europeo de Educación Superior. Siguiendo el hilo conductor de la escolarización y la privatización, esos análisis ponen al descubierto los males que nuestra educación superior arrastra desde los años ochenta – auténtica masa del problema, del que el proceso de Bolonia, en su precisa versión española, constituye sólo una punta del iceberg.

Hace ya meses que tenía la intención de dedicar una entrada a este asunto. Me ha resuelto a ello la lectura del artículo que Adela Cortina publica hoy en El país. Catedrática de Ética y Filosofía política en la Universidad de Valencia, Adela interviene a menudo en el foro público para defender el espacio de la Filosofía. En su artículo de hoy se refiere a uno de los aspectos que configuran la confusa coyuntura de la Universidad española actual: la acreditación de los docentes y, en particular, de los profesores ligados al ámbito de las Humanidades.

Señala Cortina que el sistema de evaluación del profesorado –conducente a su acreditación– ha hecho extensivos mecanismos de cuantificación que sólo pueden ser aplicados con cierto rigor en el contexto de las ciencias naturales. Entre ellos se encuentra el valor asignado al paper, o artículo de investigación publicado en revistas científicas, que supera relativamente a la importancia concedida a la publicación de libros. Se termina por desconocer así la dinámica propia de la investigación científica: "el historiador o el filósofo que tienen algo importante que decir, amén de escribir artículos, necesitan expresarlo en un libro, o en varios. El progreso en esos saberes requiere la base de una concepción bien explicitada y no un apunte conciso". Desconocer esto equivale a introducir un elemento de distorsión.

¿No se trata aquí de un síntoma del problema general...? Poco más de una semana antes y en las páginas del mismo diario, José Luis Pardo trazaba un análisis de la situación del sistema universitario en nuestro país. Pardo tomará posesión en breve de su cátedra en la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense. En su artículo del 10 de noviembre desmontaba un eslogan tras otro de los que vertebran la publicidad del proceso de Bolonia en su específica aplicación en España. Se refería ahí a "la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables en el mercado empresarial. La reciente adscripción de las universidades al ministerio de las empresas tecnológicas no anuncia únicamente la sustitución de la lógica del saber científico por la del beneficio empresarial en la distribución de conocimientos, sino la renuncia de los poderes públicos a dar prioridad a una enseñanza de calidad capaz de contrarrestar las consecuencias políticas de las desigualdades socioeconómicas". Su conclusión: "Lo único que por ahora estamos haciendo, bajo una vaga e incontrastable promesa de competitividad futura, es destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria, y ello sin ninguna idea rectora de cuál pueda ser el modelo al que nos estamos desplazando, porque seguramente no hay tal cosa".

Concluyo este (inacabable) rompecabezas con el artículo que Leonarda García publicó en septiembre en la revista Unidad. Nuestra querida Leo es profesora en la UCAM y se encuentra actualmente, fiel a su pasión investigadora, en la Universidad de Boulder (Colorado). Su fundamentada descripción de la coyuntura actual de la Universidad, con sus claros y sombras, parte del dato objetivo de la masificación. "Esta masificación ha reforzado el carácter de formación profesional que en la actualidad tiene la Universidad española; por otra parte, ha obligado a adaptarse a las necesidades de la empresa. Y ésta, por mal que nos pese, no es la función de la Universidad".

Me parece que uno de los hilos conductores que permiten orientarse en este rompecabezas es la simplificación. O, si se quiere –con un término intelectualmente más preciso–, el reduccionismo. Muchos de nuestros gestores –por no hablar de nuestros responsables políticos– han perdido de vista la misión de la Universidad. Que no consiste en proveer de técnicos a las empresas; que no equivale a "democratizar el saber" haciendo disminuir la calidad y el rigor; que no pasa por homogeneizar los procedimientos metodológicos de las diferentes disciplinas científicas. Por supuesto que de la Universidad salen profesionales que nutren a las empresas; que su desarrollo contribuye a la democratización del saber; que son precisos criterios objetivos de evaluación y acreditación del profesorado. Pero todo ello brota de una corporación que busca la verdad a través del conocimiento científico. Y la búsqueda de la ciencia tiene exigencias específicas de motivación, de tiempo, de método. Traicionar el ideal fundacional –a la zaga de resultados homogéneos, a corto plazo y empresarialmente rentables– no sólo no servirá para cumplir los objetivos que se pretende, sino que contribuirá a secar el árbol de la ciencia. Y, si el árbol se marchita, no habrá frutos que recoger.

Permítanme que termine con un apunte optimista. Se trata de construir, no de destruir. Y la efervescencia a la que me refería al principio bien puede constituir un nuevo comienzo. La Universidad española está aquejada de graves males. Aprovechemos la oportunidad para llamar la atención sobre la necesidad de renovarnos interiormente. Que se consiga esa renovación no está del todo en nuestras manos, pero sí depende de nosotros tomar la palabra.

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En la imagen: monumento en recuerdo de la quema de libros (10/05/1933) en el berlinés Bebelplatz (fotografía de Robert Scoble). Los artículos de Adela Cortina (“¿La calidad de las humanidades?”, El país, 24/11/2008, p. 31), José Luis Pardo (“La descomposición de la Universidad”, El país, 10/11/2008, p. 29) y Leonarda García (“Bolonia y el fin de la Universidad española”, Unidad, 09/2008, p. 3) han sido publicados con el permiso expreso de sus autores.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Las alas de la Filosofía


Hoy se celebra el Día Mundial de la Filosofía, instituido por la UNESCO en 2002. Hay muchas personas a las que no les interesa en absoluto. Por ejemplo, a ciertos poderes políticos. La razón es simple: la Filosofía implica reflexión rigurosa y espíritu crítico. Resulta relativamente sencillo controlar a una sociedad alienada por el consumo o por la retórica totalitaria; mucho más fácil que doblegar la voluntad de un solo hombre que busque vivir virtuosamente (Séneca pixit y dixit). No es de extrañar, pues, que Gobiernos como el nuestro hagan todo lo posible por menoscabar el espacio público de la Filosofía.

La Filosofía tampoco es televisiva. Nuestras televisiones, instaladas en la venta de alpiste a bajo precio, no están dispuestas a cumplir un auténtico servicio público fomentando el pensamiento riguroso y el planteamiento de cuestiones difíciles. Sócrates no es bienvenido en “Gran Hermano”.

El caso es que tampoco soplan vientos favorables en el contexto académico – por lo menos, según los aires que parece traer consigo la hermenéutica popular de la convergencia boloñesa. El famoso sometimiento de la Universidad a los dictámenes de las empresas no parece un gran caldo de cultivo para el pensamiento (¡pobre Humboldt!). Como si la Universidad no estuviera llamada a liderar corrientes de ideas, a abanderar transformaciones, a ayudar a la sociedad a superarse a sí misma. A buscar la sabiduría, en suma.

En fin: la Historia ha tenido siempre a su Anito, su Meleto y su Licón. Pero, para desgracia de sus sempiternos acusadores, la Filosofía es un pájaro libre. Así la caracterizó Ortega y Gasset en ese curso que le llevó de la Universidad a un abarrotado teatro madrileño y del que en breve se cumplirán ochenta años. Precisamente por ser pájaro libre, la Filosofía puede posarse aquí y allá y abarcar la entera realidad, en búsqueda de una cosmovisión lo más completa posible. Por eso, un científico que se precie –sostenía nuestro Ramón y Cajal– termina filosofando, y cualquier persona que mire reflexivamente la realidad se comporta como un filósofo. Y, por eso, la Filosofía es quodammodo omnia. El libre aletear del espíritu: anima mundi.

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En la imagen: ilustración de portada del volumen dedicado a Kant en la Biblioteca de Grandes Pensadores (Planeta DeAgostini, Madrid 2007), por Horacio Cardo.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Felicidades



Paso por alto mi costumbre de publicar en el blog los lunes. El motivo: quiero expresar dos felicitaciones. Durante los últimos meses no he encontrado muchas razones para congratularme: la ineptitud de muchos políticos españoles y ciertos síntomas de corrupción social pesan demasiado en mi ánimo. Así que, si se dan motivos para felicitar, mejor cogerlos al vuelo.

El primer motivo me lleva a Estados Unidos. Hay que felicitarse por la victoria de Barack Obama. La cuestión no reside en sus diferencias ideológicas respecto de McCain: una vez más, los arúspices del partido en el poder en España se equivocaron a este respecto (la identificación entre el PSOE y el Partido demócrata, por un lado, y el PP y el Partido republicano, por otro, carece de rigor). Su elección tampoco supone garantías de progreso automático: Obama ha sido un candidato carismático e ilusionante, pero su capacidad real de gobierno ha de mostrarse en la forja.

El gran valor de la elección de Obama es simbólico. Lo cual no es poco. Que un candidato negro se convierta en el presidente de la nación más poderosa del mundo resulta, si se echa un vistazo a la Historia, un triunfo en toda regla. No está lejos la fecha de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos (1862); aún menos tiempo ha transcurrido desde los disturbios racistas provocados por el Klu Klux Klan, y la lucha por la igualdad encabezada por líderes comprometidos como Martin Luther King. Para la población afroamericana, el derecho al voto está garantizado en los Estados Unidos desde 1965. Sólo 43 años nos separan de esa fecha. Que ya Condoleezza Rice ocupara la Secretaría de Estado (desde 2004) y que Obama sea el presidente electo de Estados Unidos son hechos grávidos de profunda significación histórica.

Me quiero referir ahora a una familia. Ayer falleció mi tío Francisco, después de sufrir dolores cuya intensidad y duración sólo podemos barruntar: no quiso ser de peso para nadie. Hasta el final estuvo acompañado y cuidado. Y no resulta fácil. Todos tenemos mucho que hacer. Nos falta tiempo para abarcar las muchas empresas en las que nos hemos embarcado. Cuidar a un enfermo es una tarea exigente, y es una gran obra de caridad. ¿Cómo no alegrarnos de que siga habiendo personas dispuestas a ello...? Otros han perdido aún más que tiempo. Pienso en la misionera española Presentación López Vivar, que recientemente perdió los pies a causa de la explosión de una bomba en el dispensario en que trabajaba (República democrática del Congo). Pies y manos que valen vidas.

En sus múltiples modalidades, el desprecio destruye. Realidades como éstas construyen, edifican. Y nos enseñan mucho.

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En la imagen: "La rendición de Breda" (detalle), por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Óleo pintado entre 1634 y 1635, Museo del Prado.

lunes, 27 de octubre de 2008

La lluvia en Sevilla es una maravilla



Vuelvo de Sevilla tras un viaje relámpago -muy bien acompañado- para participar en el Simposio "Naturaleza y libertad" organizado por Juan Arana en la Facultad de Filosofía. La llegada a la ciudad estuvo acompañada por una lluvia, fina y maravillosa, que daba la razón a la esforzada Audrey Hepburn de My fair Lady. Sevilla ha sido para mí un descubrimiento: la elegancia de la Avenida de la Constitución, los tesoros que alberga el casco histórico -desde la Catedral hasta los innumerables palacios y coquetos rincones- o la diáfana monumentalidad de la Plaza de España, sólo empañada por la desidia del Consistorio, pueden cautivar a cualquiera. Qué mejor marco para un denso e interesante Simposio filosófico, que nos tuvo empeñados desde primera hasta última hora del viernes 24.

De vuelta en Murcia, me desayuno con una noticia publicada en el diario El país. Según EP, sólo el 12,8% de los diputados del Congreso se dedican exclusivamente a su labor parlamentaria. Me llama la atención que, de los más de trescientos pluriempleados, 40 desempeñan una profesión externa, 35 son abogados ejercientes y 17 administran empresas privadas. A uno le gustaría que sus representantes en el Parlamento buscasen dedicarse con exclusividad, siempre que fuese posible, a los asuntos de Estado. Entre otras cosas, porque no son fáciles. Y porque hace falta mucho tiempo para hacerse una idea cabal de las necesidades y de las soluciones. Pero da la impresión de que a algunos les sobra el tiempo. Hasta para dedicarse a tunear sus coches, o a tunear a secas. En fin: tenemos los políticos que nos merecemos. Menos mal que hay excepciones. Y que siempre nos queda Sevilla.

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En la imagen: detalle del interior de la catedral de Sevilla, por uBookworm (fuente: www.flickr.com).

lunes, 20 de octubre de 2008

Despreciar la ciencia



Los acontecimientos político-sociales de las últimas semanas dan para mucho: desde el profundo arañazo de la crisis económica hasta el derecho-ficción garzoniano en España. Por otra parte, la difusión de las pruebas con el denominado “niño medicamento” ha coincidido cronológicamente con el arribo a la costa valenciana del buque abortista Woman on the Waves.

He tenido oportunidad de escuchar por televisión los argumentos de algunos defensores del aborto. Como en otras ocasiones, me sorprende que se pase por alto con tanta facilidad el dato científico. Hoy sabemos, con mucha mayor precisión que hace un siglo, que existe continuidad entre el recién nacido y el embrión, en cualquiera de sus fases de desarrollo. Esa continuidad biológica está vehiculada por la individualidad del embrión, codificada en su estructura genética. Considerarlo una azarosa estructura físico-química –y no el frágil estadio inicial de una vida humana– muestra una trágica ignorancia. En algunos casos, indica que se prefiere mirar a otro lado: un embrión no dice nada, no se queja ni reclama sus derechos. ¡Parias del mundo!

También me sorprende que se apele a la compasión para defender el aborto. Es en el sagrado nombre de la compasión, hacia las madres y hacia sus hijos, que se hace necesario frenar las oleadas de abortos. A la destrucción inmisericorde de una vida humana se suman los daños psicológicos para la madre, suficientemente testimoniados y tipificados. Cierto que detrás de una madre que aborta hay siempre un drama humano. Ayudemos a paliarlo. En España existen suficientes medios materiales para garantizar la asistencia –médica, psicológica o de otro tipo– a las madres en dificultades. Y un adecuado plan de adopción salvaría cientos de miles de vidas, a la vez que cubriría las solicitudes de otras tantas parejas, encalladas en una burocracia costosa e interminable.

Aun así, muchos prefieren seguir mirando a otro lado. El aborto es más simple que todo eso. Y contribuye a mantener los pingües beneficios de clínicas que sólo a veces destapan la caja de los horrores. Mientras tanto, el Gobierno sigue derrochando el (cada vez más escaso) dinero público en gastos de palacio, en ministerios inservibles o en contentar a sus socios nacionalistas. E la nave va. Pero ni la razón, ni la ciencia están de su parte.

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En la imagen: "Embriones de nuestros nuevos bebés", por NomadicEntrepreneur (17/05/2007). Fuente: www.flickr.com.

lunes, 6 de octubre de 2008

Tener buena prensa



Son varios los lujos de los que disfrutamos en España. Uno de ellos es la prensa diaria.

Durante mi último periplo por el mundo (de Alemania hasta Chile) llegué a echar de menos la prensa española. La amplitud de la información internacional, la pluralidad y calidad literaria de las páginas de opinión o el diseño, funcional y elegante, no tienen parangón en la prensa internacional que conozco. (Con gusto recibiré reacciones a este respecto de mis lectores de otros países: me gustará tener motivos para variar mi opinión :)

Por ejemplo, uno de los alicientes de los sábados es la lectura de ABC. Volví a pensarlo, tras varios meses de intermitente ayuno, el sábado pasado. En particular, las firmas de los artículos de opinión configuran un excelente plantel de autores y temas. Desde el análisis político y social en los artículos de Juan Manuel de Prada, M. Martín Ferrand, Ignacio Camacho, Edurne Uriarte, Hermann Tertsch, José María Carrascal o Juan Pedro Quiñonero -siempre escéptico con la "sonámbula" Europa-, hasta el tono pausado -que se degusta, como las horas del finde- en los textos de Blas Matamoro, Laura Campmany o Mónica Fernández-Aceytuno. Una gozada. Sin contar "La tercera". Y dejando aparte el siempre excelente suplemento cultural (ABCD), una auténtica mina de incentivos intelectuales. Entre ellos, los artículos deÁlvaro Delgado-Gal o la siempre sugerente sección de mi admirado Andrés Ibáñez, sobre quien ya he escrito en otras ocasiones.

Y es que un buen periódico es como un librito cotidiano. Desde la coyuntura del momento nos eleva hasta las preocupaciones eternas. Y todo por un euro, o poco más. A prueba de bolsillos en recesión.

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En la imagen: "News", por Kazze (fuente: http://www.flickr.com/).

lunes, 22 de septiembre de 2008

Microcosmos




Lo que son las cosas. He estado un mes danzando por el globo terráqueo (desde España hasta Alemania, y de allí a Chile y vuelta) y no me ha pasado nada. Si uno lo piensa detenidamente, resulta harto improbable seguir vivo e ileso en un modelo de vida tan agitado como el nuestro: tantos son, diariamente, los riesgos para la integridad (en todos los sentidos) y tan vulnerable nuestro cuerpo y nuestra salud.

El caso es que, tras volver de dar tumbos, he enfermado. Sólo un resfriado, pero tan intenso que basta para hacer de uno un pseudo-zombi mientras no termina de curarse. Y ha coincidido, justamente, con mi primera visita a mis padres. Tan convencido estoy de la unidad de nuestro sistema psicofísico, que no puedo resistirme a entrever una lógica en este proceso.

Y es que tenemos una capacidad extraordinaria de "sacar fuerzas de flaqueza" mientras resulta preciso. El nivel de actividad, y la consciencia -explícita o no- de que no podemos permitirnos el lujo de enfermar, nos hace a menudo inasequibles a la debilidad. Según creo, sucede así, particularmente, con los padres de familia. Porque si no se ocupan ellos de sus hijos, ¿quién lo va a hacer...? Así que siguen adelante, sin preocuparse demasiado de sí mismos. Pero cuando estamos a salvo, cuando nos sentimos resguardados y seguros, entonces es posible que bajemos la guardia. Y entonces emerge -"se actualiza"- el cansancio contenido. Y se abren los resquicios por los que penetra más fácilmente la enfermedad.

Por supuesto, en el ser humano se da también el camino inverso: del estado fisiológico al "tono vital" y a las condiciones psicológicas. Somos un sistema de niveles heterogéneos. Un microcosmos. Y tan asombrosa resulta su diferencia como estupor suscita su unidad.

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En la imagen: fotografía de Fernando D. Ramírez (fuente: www.flickr.com).

martes, 9 de septiembre de 2008

Chilenidad



El país andino hierve ya en preparativos de la gran semana de la patria. Las celebraciones giran en torno al 18 de septiembre, fecha en la que tuvo lugar la primera Junta de gobierno en 1810 -mientras la metrópoli seguía bajo control napoleónico- y que señala simbólicamente el inicio del proceso de independencia. Durante estos días, en los medios de comunicación se habla a menudo del espíritu de la chilenidad, mientras los niveles de popularidad de la presidenta, Michelle Bachelet, se encuentran en momentos bajos -a un año de las próximas elecciones generales- y las diferencias económicas entre grupos sociales no parecen remitir al ritmo deseable.

Me he comprado una banderita de Chile, de las que usan llevar algunos automovilistas en la parte trasera de sus coches. Yo también estoy imbuido de chilenidad. Es un lindo país, como dirían por aquí. Y su mejor activo son sus jóvenes. Me admira la apertura al mundo de los valores que muestran muchos de ellos, y que se visibiliza tanto a través de su compromiso político como de su vivencia de la fe. En un país inmerso en transformaciones sociales profundas y veloces, esos jóvenes son ya portadores de una gran responsabilidad.
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En la imagen, la bandera nacional de Chile. Fuente: www.flickr.com.

martes, 2 de septiembre de 2008

Por el mundo



El paso de agosto a septiembre me ha sorprendido desplazándome de un aeropuerto a otro, y ganando horas de reloj a cambio. Pero vayamos por partes. Durante la última semana de agosto he participado en el Kant-Seminar que tiene lugar anualmente en Weltenburg (Baviera) bajo la dirección de Norbert Fischer. Llegué allí tras varias semanas de descanso y gozo familiar en la sierra, al norte de Almería. En Weltenburg han transcurrido días dedicados intensivamente al análisis de la sección más voluminosa de la Crítica de la razón pura, a saber, los capítulos dedicados a la Dialéctica trascendental. En ese contexto tuvo lugar mi conferencia, el lunes 25. Y en ese contexto me zambullí tan ricamente en las aguas del Danubio, que pasaba por allí. Fantástico.

Apenas concluida la semana kantiana me esperaba un viaje a tierras ultramarinas. La Academia Internacional de Filosofía, vinculada a la Universidad Católica de Santiago de Chile, me ha invitado a dictar un curso en torno a Edith Stein durante la primera quincena de septiembre. Así que escribo este post, el primero del año académico, desde la capital chilena.

En la mañana de ayer fui testigo de algunas pequeñeces que me dieron que pensar. Un compañero del Kant-Seminar, el doctor Stabel, nos llevaba a J. Sirovátka y a mí, en su coche particular, a la estación de tren más cercana. Durante el trayecto, la conversación recayó sobre los apacibles pueblecitos del norte de Baviera: "Allí", dijo uno de nosotros con una sonrisa, "todo está aún en orden". Comprendimos inmediatamente a qué se refería, en contraste con el ritmo de las grandes urbes y con cierta desintegración del tejido familiar de la que son víctimas las sociedades occidentales.

Durante esa mañana cogí varios trenes, que me llevaron desde la Baviera profunda hasta el aeropuerto de Múnich. En el último de ellos se sentó frente a mí una pareja de jóvenes japoneses, cargados de maletas... y con un bebé en brazos, que el muchacho entregó a la madre con exquisito cuidado. Ella revisó el atuendo de su pequeño y le recolocó el gorro de lana, con actitud preocupada, mientras el bebé dormía plácidamente. Después, los dos jóvenes se recostaron el uno sobre el otro, hombro con hombro, entre miradas cómplices, sonrisas y comentarios que -a pesar de no saber japonés- entendí con facilidad. No pude evitar pensar: aquí y ahora, el mundo está en orden.

Poco después me encontraba ya en fila frente al mostrador de embarque de Iberia. Frente a mí, una familia española: los padres y dos hijos - la chica mayor, en torno a los catorce años, resolvía sudokus sentada en el suelo; el zagal, en torno a los ocho, hablaba de mil cosas, se metía con su hermana y abrazaba de vez en cuando a su madre. Abrazos largos, acompañados por una sonrisa de confiada felicidad. Y, de nuevo, no pude evitar pensar: aquí, en este momento, el mundo está en orden.

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En la imagen: el río Danubio, a su paso junto al Kloster Weltenburg, sede del Kant-Seminar.

lunes, 28 de julio de 2008

Enredado Darwin



Leyendo Der Spiegel me entero de que la Universidad de Cambridge ha volcado en la red las obras completas de Charles Darwin. Desde los cuadernos de notas del Beagle hasta su producción científica, pasando por cartas y curiosidades, todo en una página web unificada (http://darwin-online.org.uk/).

A mi modo de ver, el mayor mérito de Darwin reside en haber conseguido explicar el desarrollo (y desaparición) de las especies recurriendo a un criterio que es económico e inmanente a la vez. La lucha por la supervivencia y la viabilidad de los más aptos permite justificar la evolución de manera económica (recurriendo a pocas causas) e inmanente (sin salir del ámbito de la Naturaleza). Al mismo tiempo, la explicación darwiniana está surcada por algunos interrogantes básicos, relativos a su misma estructura. Muy pronto se hizo notar que no da razón suficiente de la aparición de nuevas especies –para avanzar algo en este sentido será preciso esperar a la teoría sintética de la evolución- y que no está respaldada de forma coherente por el registro fósil. Más recientemente, los partidarios del diseño inteligente han puesto de relieve que ciertos fenómenos evolutivos -los caracterizados por una "complejidad irreducible"- requieren de una explicación más ajustada. [He notado, por cierto, que a veces se confunde la teoría del diseño inteligente, basada en los fenómenos de complejidad irreducible, con el creacionismo, que parte de una rígida e ingenua interpretación del texto bíblico; esa confusión procede, a veces, de una ambigüedad cultivada por cierta mala divulgación científica].

Más allá de los límites epistemológicos del darwinismo queda aún la gran cuestión de fondo: por qué la vida, en sus múltiples manifestaciones, se halla transida de teleonomía, de capacidad de autoelevarse, de "dar de sí" (Zubiri) más y mejor. Pero ésa es ya harina de otro costal.

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En la imagen: primer boceto de Charles Darwin, perteneciente al cuaderno de notas “B”, en el que representa el árbol evolutivo (1837). Fuente: University of Minnesota (http://www.d.umn.edu).

lunes, 14 de julio de 2008

Protones



Durante estos días estoy hincándole el diente a Cuerpo y alma, obra que Pedro Laín Entralgo publicó en 1991. Laín Entralgo ha sido uno de los grandes intelectuales del siglo XX en España; desde la plataforma de su formación médica, supo establecer una auténtica red de conexiones con la filosofía, la física, la historia o el arte, circunstancia que le permitió elaborar una antropología "a la altura de los tiempos", en continuo diálogo con Xavier Zubiri o con José Ortega y Gasset. Cuerpo y alma constituye un destilado de la cosmovisión lograda por Laín a la altura de sus 83 años; con motivo de su publicación, Carlos Seco Serrano dedicó al autor ("hoy por hoy, la máxima encarnación en España del humanista puro") un hermoso artículo en El país.

Pensador riguroso, Laín considera que la estructura del ser humano ha de ser afrontada desde sus presupuestos radicales: es por ello que dedica una buena sección de la obra a la pregunta por la materia, respondida desde lo que hemos llegado a saber sobre ella tras el desarrollo de la física cuántica. Los datos que aporta -muchos de ellos se han convertido ya en nuestro bagaje intelectual de hombres del siglo XXI- requieren una "composición de lugar" que exige un considerable esfuerzo imaginativo. Algo parecido sucedió en la primera gran revolución científica - por ejemplo, con la transición de la física geocéntrica al heliocentrismo.

En la contemplación y en el saber hay datos que abren vías múltiples a la imaginación y al asombro. Piénsese, por ejemplo, en una de las partículas fundamentales de la estructura subatómica: el protón. Se conjetura que un protón tiene una vida media de aproximadamente 10 años elevado a 35. Eso implica un tiempo que supera los cálculos relativos a la vida del Universo (entre 15 y 20 mil millones de años). Los protones son testigos mudos de la infancia y del nacimiento del cosmos; nosotros les acompañamos ahora, como recién llegados. Si la relación entre las generaciones humanas es el germen de la ciudadanía, la conciencia de nuestro enlace con las edades del mundo bien puede ser el resorte de la ecología.

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En la imagen: "Broadway Boogie Woogie", de Piet Mondrian (1942-1943).

lunes, 7 de julio de 2008

Libre vuelo



En la hemeroteca virtual del diario El País he leído recientemente un extenso reportaje, publicado en EPSemanal el 29 de junio. Versa sobre la personalidad de Kiko Argüello, iniciador del Camino neocatecumental -en el que se agrupa alrededor de un millón de personas, según los datos del reportaje- y sobre las características del Camino. Leer una información de este tipo equivale a realizar un curioso ejercicio de inmersión en la mente de un cierto tipo de informador.

Los elementos de la dinámica cotidiana de una comunidad neocatecumenal aparecen en el reportaje como vistos a través de una lente deformante. La tergiversación llega a extremos que causan hilaridad (como en el caso de los bailes en círculo "hasta que sale el sol"). Gran parte de las consideraciones de tipo sociológico, de las descripciones sobre la organización económica o de los juicios de valor sobre la relación entre los miembros del Camino -así como las observaciones de orden teológico- no coinciden con el modo de vida de las personas que pertenecen a una comunidad neocatecumenal. Tengo experiencia de todo ello desde hace ya bastantes años; desde mi época de estudiante he tenido la suerte de vivir la fe cristiana en comunidades de distintos lugares de España y, más tarde, de diferentes países de Europa. Por supuesto, en un grupo numeroso -millón y medio de individuos, afirma EP- puede uno encontrar de todo, como en botica; y eso explica que haya personas con experiencias negativas (me pregunto si es posible erradicar esa posibilidad en un colectivo humano). El reconocimiento de esa falibilidad debe movernos a la humildad y al compromiso de mejorar: muchos lo hacemos mal. Pero de ahí a la deformación de la realidad hay un largo trecho, y ése es el que el informador de EP ha recorrido.

El meollo del asunto -y lo que más me interesa- está en la construcción subjetiva de la realidad. Es evidente que la tarea de un informador entraña un grado de subjetividad que resulta inevitable, y que se demuestra ya en la selección de lo que es o no susceptible de ser trasladado a la opinión pública. Cosa muy distinta es que se construya relatos que quizá pueden guardar cierta coherencia interna, pero que se desarrollan en escenarios paralelos a la realidad. Lo grave reside en que la realidad construida -inventada- desorienta a los que se introducen en ella, propaga prejuicios, levanta muros, desune. Y la concordia social es un bien demasiado precioso como para jugar con él. Por eso resulta necesario el debate social abierto, sobre la base de argumentos objetivos, y la disposición a intercambiarlos a la luz de la razón. Para que los prejuicios no aprisionen el libre vuelo del ser humano. Luz y taquígrafos.

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En la imagen: "El paseo", de Marc Chagall. Fuente: http://www.bankaustria-kunstforum.at. Chagall nació tal día como hoy, 7 de julio (1887).

lunes, 30 de junio de 2008

Holgar



Bastaron unos pocos días. Días en los que un número considerable de transportistas españoles cruzó los brazos (y, en muchos casos, obligó a otros a hacer lo propio). Esos días bastaron para que en distintas comunidades autónomas escasease el combustible; para que las estanterías de muchos supermercados se vaciasen; para que en ciertos lugares desapareciesen de la circulación productos alimenticios básicos; para que se desatara la furia de los piquetes y la reacción de las fuerzas de seguridad, en sangrientas escenas que parecían desterradas de nuestro entorno. Unos pocos días para demostrarnos que estamos irremisiblemente unidos. Que una sociedad no puede prosperar a expensas de sus miembros. Que la marcha de la delicada maquinaria que sostiene nuestras rutinas cotidianas no está garantizada: que aquélla funcione depende de las decisiones de sus miembros.

La vida social es una danza: los traspiés de uno afectan al paso de los demás. A veces, para gozo común; otras, para desazón o tragedia de todos. Qué a menudo se escucha esa declaración, tantas veces bienintencionada: “a mí, la política no me interesa”. En circunstancias como las que acabamos de vivir se demuestra hasta qué punto la realidad es muy otra: la urdimbre de nuestra existencia es, necesariamente, política.


Y, sólo unos pocos días después, la juerga. Victoria en la Eurocopa. Desde donde vivo se domina una espléndida vista sobre el hermoso valle que conecta la ciudad de Murcia con sus pedanías; al fondo, la hilera montañosa en la que se encuentra el puerto de la Cadena. Ayer por la noche, en torno a las once, el valle se convirtió en un clamor. Los últimos segundos de la final futbolística entre Alemania y España estaban ya siendo festejados por miles de personas. Desde Alhama de Murcia hasta la capital de la comunidad autónoma, pasando por ciudades y pedanías de la huerta –Alcantarilla, Sangonera (la verde y la seca), Javalí (viejo y nuevo), La Ñora, Rincón de Beniscornia, Guadalupe...–, el cielo del valle crepitaba en cohetes, bocinas y fuegos artificiales que relampagueaban aquí y allá, en un imprevisible mosaico de colores. Una hermosa –aunque efímera– noche de unidad emocional. A ver cómo gestionan este marrón los nacionalistas de pueblo.
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En la imagen: fotografía satelital de la península ibérica. Fuente: http://sombra-verde.blogspot.com.

lunes, 16 de junio de 2008

AI y la fugacidad



He visto recientemente una película emocionante. Se trata de AI. Inteligencia artificial, dirigida por Steven Spielberg. No esperaba tanto. El relato está bien narrado, con ciertos altibajos e incoherencias argumentales pero manteniendo el pulso de un maestro. La presencia de Haley Joel Osment es un acierto; como la música sotto voce de John Williams. Pero lo mejor de todo –tal y como Bea me había dicho– es la profusión y calidad de las prolongaciones, teóricas y prácticas, de lo que ahí se cuenta.

La trama se desarrolla en un futuro no muy lejano, tras la inundación de las grandes ciudades costeras por la subida del nivel de los océanos y el vertiginoso desarrollo de la robótica. Los robots cubren sobradamente multitud de necesidades –desde las más ordinarias hasta las de acompañamiento (baby-sitters) y afecto (amantes)–. Pero un científico visionario (interpretado por William Hurt) quiere ir más lejos: se trata ahora de conseguir robots con autoconciencia, capaces de amar. Éste es el arranque argumental del film. A partir de aquí, se desgrana una serie de desarrollos centrados en el primer ejemplar de una nueva serie de robots: el pequeño David. El problema es que el experimento sale bien: David es, realmente, autoconsciente, se concibe a sí mismo como una persona, y es capaz de amar –con el amor, dependiente y necesitado, de un niño– a sus seres cercanos y, en particular, a su madre.

Una de las grandes virtudes de la película es el modo, sintético y nuclear, en que presenta la dimensión específicamente humana. Los robots creados hasta el momento simulan todo tipo de procesos psicológicos, desde los relacionados con la inteligencia abstracta hasta los puramente emocionales. En cambio, David es consciente de sí mismo, de forma reflexiva; y es esta cualidad –un qualia, en cierto sentido inaferrable, pero condición de posibilidad de la subjetividad– la que le pone en situación de amar. Más aún: la existencia de subjetividad (y, por lo tanto, de interioridad) hace necesario el amor de los demás. David no podrá llegar a ser plenamente humano –y ésta es su súplica desesperada– hasta que se sienta amado. Esto nos lleva, de nuevo, a la estructura de la persona: una estructura dinámica, en construcción, cuyo progreso precisa del feed-back de los otros, de la relación, de la caricia, de la palabra, del amor. Tras estas consideraciones, que integran la trama de la película, se encuentra parte del conocimiento sobre el ser humano que hemos acumulado durante siglos de experiencia y reflexión.

También asoman cuestiones de otro tipo. Los amigos de su hermano se burlan de David porque no es orgánico sino mecánico, no tiene huesos, tejidos y sangre sino microchips. El espectador percibe, que en realidad, eso no es esencial: David es una persona. Está claro que se trata de ciencia-ficción. No tenemos la más pálida idea de cómo se produce la autoconciencia reflexiva (y, con ella, la dimensión subjetiva y la personalidad). Hasta ahora, sólo sabemos producirla de un modo: reproduciéndonos. Sin embargo, el argumento funciona a modo de Gedankenexperiment, de experimento mental. Lo que importa no es el órgano que da lugar a los procesos, sino la realización efectiva de funciones: es la perspectiva del funcionalismo actual en filosofía de la mente.

El sino de David es muy triste. Está condenado a ver desaparecer a los seres humanos que ama, mientras que él seguirá existiendo; resuena aquí el eco de aquella otra maravillosa película, Los inmortales (Highlander). Y es que nuestra existencia en este mundo es fugaz. De una fugacidad que hiere en algunas escenas del film. Por eso nos deja con un regusto amargo. Es, como decía Diego, el precio de nuestra autoconciencia.

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En la imagen: Haley Joel Osment y Frances O’Connor en un fotograma de AI.Inteligencia artificial (Artificial Intelligence), dirigida por Steven Spielberg (EEUU, 2001). Fuente: www.filmcritic.com.

Sábado 14

Nos visita Leyre
Luminoso reencuentro con amigos
De noche bailamos
Como una oración

lunes, 2 de junio de 2008

Doctor Angelico



Este lunes 2 de enero publico entrada doble. Bueno, en realidad sólo he redactado hoy una entrada. La anterior quedó lista el pasado jueves y programada para aparecer en la web esta mañana. Así me aseguré de publicar en lunes (es el día en el que paso por la plaza virtual y pongo en hora los relojes de la blogosfera, Ángel dixit), independientemente de los avatares de la vuelta a mi despacho tras la conferencia de Orense. Pues bien, hoy he asistido al acto académico-festivo más importante que jalona la vida universitaria: la lectura y defensa de una Tesis doctoral. En este caso, correspondiente a nuestro ya Doctor Angelico, a quien doy la bienvenida en la comunidad académica. Ingresa en la Academia con una Tesis trabajada y un futuro investigador que le auguro brillante. Del acto de defensa -que ha adolecido de una puesta en escena exótica por parte de los miembros del Tribunal- conservaré el recuerdo de las últimas reflexiones de Ángel, referidas a la diferencia entre religiosidad y clericalismo. Me cuadro, con la mano en el pecho, y te doy la bienvenida a la comunidad académica: larga vida.
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En la imagen: detalle de "El caballero de la mano en el pecho", de El Greco (1584, Museo de El Prado).

Doctor Angélico




El pasado jueves, 29 de junio, tuvo lugar en la Universidad una Jornada filosófica dedicada a Tomás de Aquino. Entre los ponentes se hallaban varios destacados conocedores del universo tomista, procedentes de distintos rincones de la geografía española y también del extranjero. Fue una jornada densa, interesante. Se me quedaron varias preguntas en el tintero, debido a la inveterada costumbre de los ponentes de alargarse más de lo previsto, fagocitando el tiempo que podría haber servido para el coloquio. Pero lo que más llamó mi atención fue la primera parte de la ponencia de Armando Segura, de la Universidad de Granada. Comenzó refiriéndose a la conciencia del tiempo como auténtica esencia de lo humano, para pasar después a poner de relieve el engarce entre lo universal y lo individual en el entendimiento humano y la relación entre conocimiento teórico y fe práctica en la estructura misma de la acción. Todo ello tenía un inequívoco regusto kantiano (pienso, por ejemplo, en la Analítica o en el Canon de la razón pura en la Crítica de la razón pura). A juzgar por alguna declaración posterior sobre la crisis de la cultura occidental a partir de 1274, imagino que mi apreciación no le habría resultado del todo cercana al erudito (y simpático) ponente. Y, sin embargo, creo que en este tipo de coincidencias hallamos eso que nos hermana con los pensadores de cualquier época: una philosophia perennis que brota del contacto con la realidad de las cosas.

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En la imagen: el espejo Mirallmar, de Eduard Samsó (BD Ediciones de diseño). He encontrado esta imagen en un blog, recién descubierto, con vocación filosófica cercana a la de éste: Diario metafísico. Apuntes sueltos para una antropología de a pie (http://carlos.masiasweb.com/?p=96).

lunes, 26 de mayo de 2008

Morir en vida



Eso es lo que hacen las hermanas protagonistas de Gritos y susurros. La mediana, Agnes, aquejada por una dolencia grave y aguda; la mayor, Karin, y la pequeña, María, invadidas por una enfermedad letal del espíritu y del cuerpo: la imposibilidad de donarse a los demás. Karin y María ejemplifican bien la faceta nihilista de los personajes bergmanianos: el infierno son los otros. Frente ellas se alza, con enorme altura moral, la sirvienta Anna: sólo ella acompañará a Agnes en su último trance, componiendo con ella una sublime imagen de la piedad humana.

El pasado viernes vimos Gritos y susurros en nuestro ciclo “Noventa años con Ingmar Bergman”, que de este modo concluía su sexta semana. Esta vez me tocaba a mí la conferencia. Quise partir del análisis filosófico de la temporalidad como dato estructural, constitutivo, del ser humano y entroncar desde ahí con el modo en el que Bergman afronta el carácter temporal de la existencia. Todo ello nos llevó muy lejos. Como siempre, la mesa redonda y el diálogo final fueron gozosos. A ello hay que sumar que entre el público se encontraba un buen número de “bergmanianos sobrevenidos”: mis padres, mis primos e incluso alumnos aventajados y amigos a los que aún no conozco (Septembrino).

Ni las palabras ni las imágenes transmiten la densidad de todo cuanto se halla expuesto, de modo magistral, en la soberbia película del director sueco. He tenido oportunidad de asistir a una Pietà similar a la compuesta por Anna y Agnes: ha sido el desenlace, reciente y siempre vivo en la memoria, de nuestro hermano Fran. Pero tampoco es suficiente para entender. ¿O quizá sí...? Fue Unamuno el que habló del compadecer –padecer-con– como sinónimo del amor; de manera que “quien se acerque al infinito del amor, al amor infinito, se acerca al cero de la dicha, a la suprema congoja” (Del sentimiento trágico de la vida, capítulo séptimo).

Esta afirmación del gran Unamuno daría mucho que hablar. No puedo sino asentir a la intención que la guía: aterrizar el amor en el mundo de los hombres, en la concreción de nuestra vida de carne y hueso. De manera que para aprender a amar –más allá del amor melifluo e irreal de los estereotipos– es necesario aprender a compadecerse, aprender a apiadarse. Apiadarse del otro para no morir en vida.

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En la imagen: fotograma de Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1973).

lunes, 12 de mayo de 2008

Bienvenida



El pasado viernes fue un día de un gozo especial. Tuve el honor de formar parte del Tribunal que juzgaba la Tesis doctoral de Belén Blesa. Honor, por un doble motivo: en primer lugar, por la oportunidad de leer y analizar un trabajo de ese tipo; en segundo lugar, por el privilegio de compartir Tribunal con Alfonso García Marqués, Urbano Ferrer, José Luis Cañas y Julia Urabayen. La mañana transcurrió fluida, en un intercambio intelectual de elevado nivel.

Hemos dado así la bienvenida a la Academia a una persona de fino oído filosófico – expresión deudora de la formación interdisciplinar del autor que ha sido objeto de estudio en la Tesis, el filósofo francés Gabriel Marcel. Es sobresaliente la garra especulativa y vital del trabajo de nuestra Belén: con él ha mostrado que pertenece, por derecho propio, a la Academia filosófica. Esa Academia a la que me honro en pertenecer, a pesar de sus contradicciones, de sus compraventas y de ese envilecimiento que –¡ay!– no perdona a las instituciones en las que se halla poder –por mínimo que sea– en juego. Filósofos como Marcel dignifican nuestra vocación. Tenemos que ganarnos la vida, y no sólo económicamente; también –tal y como subrayó Belén en su defensa– metafísicamente hablando. Esto nos humaniza. Y no hay tarea superior en nuestros días.

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He ilustrado esta entrada con un cuadro de Joan Miró: Azul II (1961, Musée National d'Art Moderne, París). Se trata de un estilo pictórico muy del gusto de Belén Blesa; bien sirve, pues, para acompañar esta felicitación.

jueves, 24 de abril de 2008

Efecto escaparate / 2



El segundo escaparate del que quiero hablar elude -al menos, en parte- el riesgo de la máscara, de la acomodación a lo que se piensa o se hace (tema, por cierto, central en la película que veremos hoy en el ciclo Bergman: Persona, 1966). Se trata, de hecho, de lo que yo pienso en torno a una cuestión fundamental de la historia de las ideas: el problema mente-cuerpo. He recogido el estado actual de mi planteamiento en un libro de algo más de trescientas páginas, que he tenido el gozo de recibir -recién salido de imprenta- hace unos días. Lleva por título Mente, cerebro y antropología en Kant (Tecnos, Madrid). La plataforma de partida del libro es la investigación que me condujo a mi Tesis doctoral, que defendí el 25 de septiembre de 2006 y que fue dirigida por dos personas con las que tengo contraída una hermosa deuda de reconocimiento: Rogelio Rovira, de la Universidad Complutense, y Jacinto Rivera de Rosales, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. De la Tesis recogí los planteamientos básicos; a ellos se añaden capítulos de nuevo cuño, que sirven para contextualizar el problema y para proyectarlo sobre el estado actual de la filosofía de la mente. Me siento, en cierto sentido, orgulloso: se trata de un vástago espiritual. Y, como tal, no deja de ser un espejo. Y también un escaparate, que sitúa la propia postura en el debate intelectual abierto.

lunes, 14 de abril de 2008

Efecto escaparate


Durante la pasada semana fuimos de escaparates. En realidad, el contenido del escaparate lo poníamos nosotros: el ciclo de cine y conferencias “Noventa años con Ingmar Bergman”, el volumen colectivo Ingmar Bergman, buscador de perlas. Cine y filosofía en la obra de un maestro del siglo XX y nuestro recién iniciado Círculo de Filosofía y Cine. Hemos tenido rueda de prensa con los medios de comunicación (prensa, radio y televisión), entrevista en RNE y, ayer domingo, entrevista en la SER. Fantástico. Eso sí, no puedo evitar cierta sensación de despersonalización. Sin quererlo y sin notarlo apenas, uno se convierte en aquél que los otros desean escuchar. El “efecto escaparate” trae consigo una especie de homogeneización: si no se tiene cuidado, se termina hablando como se habla y diciendo las cosas que se dice. Todo esto tiene relación con la conversión al “se” que caracteriza, según Heidegger (Ser y tiempo), la vida inauténtica. O con parte de los efectos que la mirada del otro causa en la persona observada, según el análisis de Sartre en El ser y la nada. Eso sí, no se trata de un proceso inevitable o de una fatalidad: uno puede intentar sobreponerse al efecto escaparate. Y puede hacerlo con éxito. Prueba de ello son las voces –poderosas y singulares– que han encontrado su hueco en la historia de la cultura. Lo que no puedo (ni quiero) evitar es darme cuenta de todo ello. Como le decía el médico a una doctora amiga mía, sin saber que ella también era médico: “Una de dos: o bien es usted del ramo, o se observa a sí misma muy detalladamente”.

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En la imagen: "boyCN_4757", por Clarita (fuente: www.morguefile.com).

martes, 8 de abril de 2008

Reflexiones de madrugada



Madrugada del lunes al martes. Me despierta el ladrido de un perro en una finca cercana y me desvelo. Tras una hora intentando reconciliar el sueño en vano, decido poner por escrito varios pensamientos que me rondan. Esta noche he terminado de ver Vergüenza (Skammen), la única película del ciclo Bergman –de inminente comienzo– que no conocía. La programé por sugerencia de Pablo (nuestro Ángel Pablo Cano), y ha sido todo un acierto. Se trata de un descarnado análisis del precipicio moral al que puede asomarse la condición humana en una situación extrema: ejercicio típicamente bergmaniano que en este caso –como en esa otra excepción que es El huevo de la serpiente (The Serpent’s Egg)– no se enmarca en las relaciones de pareja o entre individuos, sino en el contexto de la degradación social provocada por la guerra o por la crisis de una nación.

El pasado 33 de enero se cumplieron 75 años de la subida al poder de Hitler como canciller de la República alemana. En Alemania se han multiplicado los análisis al respecto. En su edición del 10 de marzo, el semanario Der Spiegel ha dedicado una amplia sección a dilucidar “Por qué tantos alemanes se convirtieron en asesinos”. Los autores del reportaje barajan varias hipótesis. Entre ellas ocupa un lugar central la presión social. Por un lado, tanto la historia reciente (la omnipresente sombra de la humillación histórica y económica de Alemania tras la Primera guerra mundial) como la estrategia del partido nacionalsocialista (que había hecho de la cuestión judía un problema de Estado) habrían creado un ambiente de opinión favorable a la idea de que Alemania sólo podría resurgir en una lucha activa contra lo no germánico – particularmente, contra lo ajeno "infiltrado": los judíos. Esto podría explicar la a menudo débil respuesta social a los excesos antisemitas que comenzaron a resultar evidentes a partir de la Noche de los cristales rotos (9-10 de noviembre de 1938). Por otro lado, la presión del grupo –en particular, en el contexto militar– habría hecho que muchos diluyesen su responsabilidad personal en una abstracta obediencia a la ley; por no hablar de esa oscura complicidad en el mal a la que aludía Goebbels al afirmar que “la sangre une”.

Junto a los factores sociales, hay factores individuales. La estudiosa del genodicio Birthe Kundrus alude en ese mismo reportaje a la disposición a la violencia como una “constante antropológica”, que puede salir a la luz en situaciones límite. Hobbes había afrontado ese asunto con un pesimismo antropológico mayor: lo único que se podría esperar razonablemente del prójimo –a menos que se establezca el poder coercitivo del Estado– es violencia, intromisión, imposición. No estoy de acuerdo en este diagnóstico extremo. Sin embargo, la disposición a la violencia es real; se trata de la faceta negativa de la voluntad de ser y de vivir, del conatus que al ser humano le permite desarrollar un proyecto vital. Cara y cruz de lo humano: fue un jugoso tema de discusión durante el seminario de Antonio Sánchez Pato sobre la violencia, hace algunas semanas.

En cualquier caso, la hipótesis descartada es la insania. Los estudiosos suelen coincidir en que los principales responsables del Holocausto no eran perturbados; de los más de doscientos mil implicados en los asesinatos en masa, a lo sumo un diez por ciento pudieron haber sido sujetos de patologías psicológicas. La raíz está en la moralidad: en la corrupción de la moralidad. Bergman lo muestra con acierto. Las decisiones de algunos de los protagonistas de Vergüenza o de El huevo de la serpiente les hacen deslizarse poco a poco hacia la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. No eran perturbados; sin embargo, el rumbo de sus decisiones terminó por convertirles en seres alienados, alucinados. El resultado es una auténtica corrupción de la estructura personal. Una corrupción que espanta a aquél que no ha gustado el veneno.

En estos films –como suele suceder en la obra bergmaniana–, quienes asisten con horror a la génesis de la corrupción son mujeres (símbolo de la pureza, de la compasión, de la moral); en ambos casos, además, interpretadas por la misma actriz: Liv Ullmann. De Ullmann se trata también en esa otra película, Persona, cuya protagonista contempla con pavor una imagen del desalojo de los judíos del gueto de Varsovia: en la fotografía se ve a un niño, de no más de diez años, con miedo en los ojos y las manos levantadas ante los fusiles que le encañonan. En una imagen publicada en Der Spiegel aparece el personal femenino que se encargaba del orden en las cámaras de gas de Auschwitz: ríen, cantan y bailan despreocupadamente durante una excursión. La instantánea es sólo un año posterior (1944) a la foto del desalojo del gueto. “Cuando se dan las condiciones, se puede repetir esa explosión de violencia”, sostiene Kundrus, “no somos mejores que los que nos han precedido”. La serpiente aguarda siempre su momento. Su gran ventaja es que ignoremos que existe: aquí y ahora. Entre nosotros.

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En la imagen: deportación de los judíos del gueto de Varsovia (1943).

lunes, 31 de marzo de 2008

Orgullo

Las vacaciones suelen interrumpir el ritmo de las tareas cotidianas. Sin embargo, durante las pasadas vacaciones (Semana Santa, Fiestas de Primavera en Murcia) he mantenido el hábito de entrar a los blogs de mis amigos. Ahí estaban los Miguel Ángeles (Hernández y Cobacho) y Leo. Vuelvo a entrar en sus blogs con una especie de orgullo amistoso. Y cuánto reconforta entrar a sus hogares virtuales y encontrarlos habitados.

lunes, 24 de marzo de 2008

Nos va la vida en ello


Cuando en España –lunes de Resurrección– enmudecen las saetas y el fragor de las procesiones, no puedo evitar reflexionar sobre los fastos recientes. Viendo alguna retransmisión de las procesiones, observé en mí alguna pulsión subrepticiamente incrédula. Y es que la hipérbole despierta en mí una tendencia visceral al equilibrio que puede llegar a ser iconoclasta. Pero ese tipo de excesos no deja de ser, al fin y al cabo, manifestación de un folklore disculpable. Más serio es que realmente se crea lo que se dice. ¡Cuántas declaraciones de amor filial! ¡Cuántas muestras –se afirma– de profunda fe! ¡Y qué impresionante panorama... si todas fueran ciertas! Si así fuese, nuestro país rebosaría de verdaderos santos. De hombres y mujeres que con su fe trasladarían montañas y harían germinar, aquí y ahora, el Reino de Dios en una increíble, magnífica floración. Pero no es así. Nuestra sociedad –como todas las sociedades del mundo– está entreverada de grandezas y miserias, de heroicidades y bajezas. Si cabe, las últimas décadas están mostrando una triste tendencia hacia el individualismo en sus distintas facetas (egoísta, hedonista o nacionalista, todas ellas vertientes de una misma indiferencia ante lo ajeno); frente a esa tendencia, el auge de las ONGs y de la solidaridad con el Tercer Mundo –por ejemplo– sigue siendo un índice esperanzador en la dirección opuesta. Tira y afloja: la lucha interna en el seno de nuestras vidas y de nuestras colectividades. Esto es lo real. En el almibarado recital de los últimos días hay paja que está destinada a arder en la hoguera de las dificultades cotidianas; y, mezclada con la paja, hay mucha fe robusta que se alimenta del misterio de la Pasión de Cristo. También hay fe vacilante, quebradiza, que encuentra en esas manifestaciones de religiosidad un sustento adecuado y necesario. La ciudad terrena y la ciudad de Dios se hallan íntima e indisolublemente entrelazadas en la Historia, y como tales desfilan por nuestras calles al acercarse la Primavera. Pero, en realidad, todo comienza cuando la Semana termina. Más allá del Domingo de Resurrección. Cuando los ecos de las procesiones enmudecen. Creo sinceramente que el Resucitado desea habitar entre nosotros para darnos, tal y como prometió, vida en abundancia. Día a día. La vida donada por Cristo el Viernes Santo. Ahí está la clave. Y ahí sí que nos la jugamos: nos va la vida en ello.

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En la imagen: detalle del Descendimiento pintado por Roger van der Weyden hacia 1435 (Museo Nacional del Prado, Madrid).

lunes, 10 de marzo de 2008

Incontinencia


Regreso de Granada en jornada electoral, después de vivir un estupendo fin de semana con queridos familiares y amigos. Este 9 de marzo ha estado marcado por las elecciones generales (y, de nuevo, por la reciente incursión del terrorismo en la democracia española, tras el asesinato de Isaías Carrasco en Mondragón). Noche electoral. Me desagrada profundamente cierto espectáculo que solemos presenciar en estas ocasiones. Se desencadena cuando el escrutinio de votos está ya avanzado. Algunos candidatos se muestran, sin rubor alguno, encantados de haberse conocido: de haber logrado atraer la atención del electorado, de haber vencido en tales y tales parámetros estadísticos, de haber sabido representar elevados intereses y anhelos... Toda una muestra de arrogante incontinencia verbal, de triunfalismo chabacano. Como si lo fundamental en unos comicios democráticos fuesen los cabezas de lista de los partidos -más aún: los partidos mismos-. Como si lo que realmente importara no fuese la confianza depositada por los electores y el sagrado sentido de responsabilidad que sus representantes contraen con ellos. Me gustó, por este motivo, la emocionada arenga de Rosa Díez: supo colocar en primer plano lo que nunca debería salir de él: el interés colectivo de los votantes. Cuando uno se fija demasiado en sí mismo, termina por vérsele el plumero.

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En la imagen: José Luis Rodríguez Zapatero, durante su alocución en la noche electoral del 09/03/2008. Fuente: http://www.psoe.es.

martes, 4 de marzo de 2008

Debatir en un espejismo



Entramos en la semana previa a las elecciones generales en España. Ayer fue retransmitido por televisión y radio el segundo de los debates previstos entre los candidatos que los partidos mayoritarios presentan a la presidencia. No es que yo considere que este tipo de debates no sirven para nada: al contrario, poseen incluso un no desdeñable interés para el análisis político. Sin embargo, no puedo evitar pensar que son un espejismo – un escaparate en el que se refleja una cierta interpretación de la realidad (la de los dos partidos mayoritarios), con un objetivo estratégico (convencer a los indecisos) y herramientas precisas (no sólo datos y argumentos, sino también seducción retórica). Debatir e intercambiar opiniones forma parte de la esencia de nuestra tradición cultural; con ello se persigue la verdad de las cosas y el interés común. Ahora bien, ¿realmente se debatió ayer (o el lunes pasado)? ¿Hubo un sincero intercambio de ideas? ¿No se trató más bien de discursos paralelos, que apenas se rozaban, o que sólo lo hacían para sustraer monición al enemigo? Y, muy especialmente en el caso de Rodríguez Zapatero, ¿no estaba inclinada la balanza del lado de la retórica, de la seducción huera, de la ausencia de argumento…? El espectáculo de ambos partidos, arrogándose una incontestable victoria apenas concluido el debate, producía vergüenza ajena. Con esos mimbres no resulta posible establecer una auténtica comunidad comunicativa, ni abrir espacios a lo público. Más bien al contrario: se compartimenta la política en espacios tribales, con el resultado de que se dificulta el consenso y se aleja a los ciudadanos de la cosa pública. ‘Diálogo’ y ‘consenso’ son términos fundamentales en democracia; precisamente por eso resulta tan grave el vaciamiento de contenido que han sufrido esos conceptos durante la última legislatura. La erosión de las instituciones políticas –que no constituye un fenómeno reciente, pero que en España ha avanzado con rapidez– alcanza tales cotas que ningún resultado electoral, sea el que sea, servirá para paliarla. Tengo claro a quién orientaré mi voto el 9 de marzo, pero no se me oculta que la mía no será más que una opción por el mal menor. El mal mayor –la corrupción de la vida política y, por ende, de la convivencia– no se resolverá en las urnas. Sólo comenzará a remitir cuando la sociedad civil se haga cargo de la responsabilidad, cuando las personas y las agrupaciones se pongan de acuerdo para buscar sincera y activamente el bien en los asuntos de interés común. Cuando los ciudadanos asuman, en primera persona, el reto de construir el espacio público: a diario, y no una vez cada cuatro años.

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En la imagen: José Luis Rodríguez Zapatero, Olga Viza (moderadora) y Mariano Rajoy en el inicio del debate transmitido el 03/03/2008. Fuente: http://www.flickr.com.

miércoles, 20 de febrero de 2008

A la sombra de los otros


Hace poco estuve en Liechtenstein. Me habían invitado a dar una conferencia en la Academia Internacional de Filosofía; la conferencia tuvo lugar el primer día de febrero, ante un auditorio realmente internacional. La Academia tiene su sede en Bendern, un pueblecito situado al norte del país.

En Liechtenstein, hablar de distancias es muy relativo. Desde la terraza del hostal en el que me alojaba, a la que se abrían los ventanales del restaurante, se podía divisar casi una panorámica íntegra del hermoso valle en el que se asienta el Principado: flanqueado por sendas cordilleras agrestes, en las que la nieve refulgía al sol invernal de jornadas inusitadamente luminosas. Al sur del valle se encuentra Vaduz, la capital con su castillito y sus príncipes (Hans Adam y Marie). Liechtenstein cuenta con poco más de treinta y seis mil habitantes y muchos miles de fundaciones extranjeras. Al país se llega en automóvil o en autobús; no dispone de estación de tren, ni de aeropuerto – hace uso de las estaciones y de los aeropuertos de los países cercanos, en particular de Suiza. En realidad, los habitantes de Liechtenstein disfrutan de los servicios que les ofrecen sus vecinos en multitud de ámbitos importantes: además de los transportes, también los centros universitarios o las cadenas de televisión, por poner algunos ejemplos. Se podría decir que es un diminuto y hermoso Estado parásito – lo cual puede tener más connotaciones que las meramente peyorativas.

Durante el trayecto en automóvil desde Bendern hasta la estación de tren de Sargans (Suiza), ya de vuelta, pensaba en esto mientras contemplaba las cumbres nevadas. Todos somos, en cierto sentido, parásitos de los demás. Nuestro ser entero –cuerpo, mente, espíritu– es deudor de infinitud de servicios prestados. Debemos lo bueno que somos: a nuestros padres, a nuestra familia, a nuestros amigos, a las instituciones de la sociedad que nos acoge. Se trata de una deuda imposible de amortizar; una deuda que sólo con amor se paga. Crecemos a la sombra de los demás.

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En la imagen: panorámica del castillo de los príncipes de Liechtenstein (fotografía de Volkmar K. Wentzel, fuente: www3.nationalgeographic.com).

jueves, 24 de enero de 2008

Lujos de la vida


Hay momentos en los que la docencia se muestra como lo que es y debiera ser: como la tarea de un buscador de tesoros o – por decirlo con la gráfica expresión de Bergman – de un buscador de perlas. Algunos alumnos y alumnas se convierten en verdaderos descubrimientos. Hoy he conversado largamente con uno de ellos, ahora ex alumno y amigo. Varios de los grandes temas de la historia del pensamiento han ido desgranándose con toda naturalidad; y es que la filosofía está enraizada en la vida. Así que he adelantado el post del próximo lunes – día en el que suelo publicar mi entrada semanal en el blog – para festejarlo.

Uno de los temas de nuestro tiempo es la autenticidad de la vida. A raíz de la revolución científica, la sociedad occidental ha experimentado un progreso inaudito en el ámbito de las ciencias naturales y de su aplicación técnica. Ahora bien, ese progreso ha dado lugar a formas de vida altamente industrializadas en las que las mediaciones sociales (normativas, administrativas, urbanas, mediáticas…) han venido a ocupar un papel muy relevante. Muchas personas – sobre todo muchos jóvenes – perciben con cierta angustia la presión de lo social (por ejemplo, de la mentalidad consumista). En clase he notado que esa presión mueve a no pocos a desconfiar de su libertad, a abandonarse a una especie de “determinismo social” que les lleva a contemplar su vida como algo extraño, inmanejable; como si, en realidad, no fuese propia, como si les estuviera siendo enajenada, alienada.

Mi admirado Andrés Ibáñez ha tratado este asunto en un reciente “Comunicado” de ABCD, titulado “Nadie vive su vida”. Lo ilustra con versos de Rilke: “Nadie vive su vida. / Los hombres son azar, voces, fragmentos, / rutinas, miedos, alguna felicidad pequeña, / disfraz desde la infancia…” Me viene a la mente la hermosa escena de esa irregular película de Bergman, Escenas de un matrimonio, en la que la protagonista (encarnada por Liv Ullmann) desvela una íntima perplejidad: no sabe quién es. Desde pequeña ha ido acostumbrándose a ser quien los demás querían que fuese, a disfrazarse de mil modos para conseguir el afecto de los otros… y ahora no tiene la más pálida idea de quién es. Sólo imágenes. Recuerdos en blanco y negro.

¿Quién soy yo? Y, directamente relacionada con esta pregunta, ¿qué debo hacer? ¿Qué va a ser de mí? Cuando Kant presenta el elenco de las preguntas fundamentales (que en parte coinciden con las anteriores), las remite a una cuestión última y omniabarcante: ¿Qué es el hombre? Julián Marías ha hecho notar que este interrogativo es la versión abstracta y cosificante de la pregunta existencial: ¿Quién soy yo...? De nuevo el enigma. Y este enigma no se resuelve desde la mesa de un escritorio: a él se contesta con la vida. Yo me construyo. En el marco que me establecen mis límites, claro está. Soy tarea. El ser humano es el único cuya existencia es siempre y esencialmente tarea; para sí mismo, el animal no es tarea sino cuerpo, cosa. Yo me proyecto y me edifico a través de la reflexión y de la libertad. El ser humano es “causa de sí mismo” (causa sui) – decía Edith Stein, recogiendo la expresión escolástica. Condenado a ser libre (Sartre); con la salvedad – puntualizaba Marcel – de que la libertad no es automática, de que hay que construirla activamente (si no, se convierte en una caricatura de sí misma). Está en la entraña de lo humano – y así lo experimentan con viveza muchos jóvenes – el preocuparse por todo ello.

Desde luego, hay veces en las que la docencia es un lujo.

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El artículo citado de Andrés Ibáñez apareció en ABCD (suplemento cultural de Abc) el sábado 12/01/2008, p. 20. En Internet se halla disponible una reciente conferencia en la que Julián Marías desarrollaba algunas de sus ideas sobre la persona humana, en diálogo con Kant y otros autores. En la imagen, un fotograma de Persona (Ingmar Bergman, 1966).

lunes, 21 de enero de 2008

Algo que se esconde tras la niebla


Recientemente vi de nuevo Lo que el viento se llevó. Admira comprobar lo bien que ha envejecido esta película. Más aún si se compara con la factura de otras (grandes) producciones del momento. Tanto la planificación como el montaje hacen gala de una destreza cinematográfica que aún hoy fascina (con la excepción, a mi modo de ver, de la manía por la omnipresente música ambiental, regusto quizá de la época muda del cinematógrafo). Por otra parte, la estructura psicológica de los personajes logra niveles notables de penetración. ¿Quién no ha contemplado con cierta complicidad la sagaz ambición de la encantadora Escarlata O’Hara...? Se trata de un personaje perfilado en gamas de gris, como la vida misma: capaz de heroísmo altruista – arriesga su vida en defensa de Melania Hamilton y de su hijo – pero también de abyecta bajeza – no duda en contratar a presidiarios en régimen esclavista con tal de abaratar los precios en su recién estrenada serrería. Asistimos a su pasión imposible por Ashley Wilkes, a sus casamientos sin amor, a sus devaneos con el capitán Butler, a la decadencia y recuperación de Tara.

Hay una escena que me llama poderosamente la atención. Escarlata ha contraído (terceras) nupcias con Rhett Butler; deja definitivamente atrás el espectro del hambre y la incertidumbre, y se siente protegida por un hombre que le concede todos los caprichos. Sin embargo, no deja de sufrir pesadillas. En sus sueños – le dice a Rhett – corre y corre detrás de algo que se esconde tras la niebla, algo que no alcanza a encontrar... Hermosa alegoría. La felicidad es algo así. Ni siquiera en los planteamientos materialistas – que hoy encuentran notable predicamento en nuestro país, de la mano de divulgadores como Punset – la felicidad llega a ser concebida como una magnitud fisiológica o neurológica aferrable. No puede serlo: se trata de una realidad existencial humana; como tal, pende del hilo de nuestra libertad... y de las circunstancias. Pero el sólo hecho de que el ser humano se plantee la cuestión de la felicidad resulta enormemente significativo.

Sólo las personas – o: los seres dotados de reflexividad – pueden proyectar su vida sobre el horizonte del futuro. Sólo la existencia humana admite ficciones – como la libertad o el amor – por cuya prosecución el hombre se supera a sí mismo. Hans Vaihinger reflexionó ampliamente sobre el valor de esas ficciones en su obra La filosofía del “como si” (1904). Las consideraba privadas de toda existencia real e incluía entre ellas conceptos tan dispares como ‘materia’, ‘alma’ o ‘Dios’. No estoy de acuerdo con él en esa visión positivista. Sin embargo, sí me parece acertado el enorme valor que concede a la ficción en la existencia humana. Existen ideas, horizontes teóricos y prácticos, que nos mueven a la acción y nos ayudan a ser más de lo que somos. Con independencia de que se logre alcanzar o no el horizonte anhelado, su búsqueda nos hace mejores. Es aquí donde se enmarca el concepto de ‘felicidad’. Buscando la felicidad – la vida lograda, la vida auténtica – ponemos en juego lo mejor de nosotros mismos. Aunque ella juegue al escondite con nosotros. En sustraerla a las sombras (en desvelarla), el ser humano cincela su mejor obra de arte: su propia existencia. Sin esa tarea y sin ese esfuerzo, también su propia vida permanecería oculta tras la niebla.
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En la imagen: Clark Gable y Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming / Sam Wood / George Cukor, Estados Unidos 1939).

lunes, 14 de enero de 2008

Juan Nadie


[Juan Nadie es el título español de una película de Frank Capra: Meet John Doe. Se trata de un film emocionante y sugerente. El editorial de enero de Unidad en la pluralidad está inspirado en ese personaje: "Despierta, Juan Nadie". Bien vale ese editorial para poner letra a a pensamientos y acciones de las últimas semanas.]

"En una emblemática película, un joven desahuciado se convertía, de la noche a la mañana, en una estrella mediática. Y lo hacía encarnando el prototipo de gente corriente, de hombre de la calle o Juan Nadie. Su primer discurso radiofónico era todo un programa; millones de personas lo imitarían a partir de entonces. Vale la pena reproducir algunos de sus párrafos. “Voy a hablar de nosotros,” comenzaba, “la gente normal: los Juan Nadie. Si les preguntaran cómo es el Juan Nadie corriente, no podrían decirlo porque... es un millón de cosas. Es el señor grande y es el señor pequeño, es ignorante y es sabio; es esencialmente honrado, pero tiene un grado de ladrón dentro de sí. Rara vez entra en una cabina telefónica sin mirar en la ranura por si alguien se ha dejado diez céntimos. Es el hombre para quien redactan los anuncios, aquél a quien todo el mundo vende cosas, aquél que siempre acaba pagando el pato, y es la mayor fuerza del mundo. Sí señor, somos una gran familia los Juan Nadie. Somos los mansos que teníamos que heredar la Tierra.”

Los Juan Nadie están en todas partes y han existido desde siempre: “hemos construido las pirámides, hemos visto a Cristo crucificado, extraído metales para los emperadores romanos, navegado en la carabelas de Colón (...). Sí señor, hemos estado allí aportando nuestro grano de arena desde los inicios de la Historia del mundo, y en nuestra lucha por la libertad hemos golpeado la lona muchas veces, pero siempre hemos vuelto a la lucha porque somos el pueblo y somos fuertes. (...) La gente libre podemos cambiar el mundo”, decía Juan Nadie, “si nos lo proponemos. Sé que muchos de ustedes se preguntan: ¿Qué puedo hacer?, sólo soy un pobre hombre, yo no cuento.– Pues se equivocan”. Pero “tenemos que actuar todos juntos y lanzarnos. No podremos ganar el juego si no hacemos un trabajo de equipo, y ahí es donde aparece cada Juan Nadie. Depende de él el unirse a su compañero, y su compañero de equipo, amigos míos, es la persona que tiene al lado. Su vecino es una persona terriblemente importante (...) Para la mayoría de ustedes, su vecino es un extraño... Pero ahora ya no puede ser extraño nadie que forme parte de su equipo. Así que derriben esos setos que les separan. Derríbenlos, y derribarán todos los odios y prejuicios. (...) Sí, amigos míos: los mansos heredarán la Tierra cuando los Juan Nadie comiencen a amar a sus vecinos. Y será mejor que empiecen ahora: no esperen a que el juego se suspenda por falta de luz. Despierta, Juan Nadie. Eres la esperanza del mundo.” [De Juan Nadie (Meet John Doe, Estados Unidos 1941), dirigida por Frank Capra con guión de Robert Riskin.]

Siempre es la hora de los Juan Nadie. Ellos – nosotros – estamos siempre a punto de perecer y a punto de conseguir la victoria. Sin embargo, corren tiempos especialmente decisivos para los Juan Nadie españoles. Hemos recibido una enorme herencia, un patrimonio fabuloso: desde el acervo cultural (en nuestra tradición filosófica, jurídica, científica, literaria o artística) hasta el tesoro depositado en nuestras manos con la transición a la democracia y el establecimiento de un régimen de libertades. Por su relevancia histórica, su riqueza cultural y su posición económica, España está llamada a jugar un papel importante en el concierto de las naciones, en la construcción de la paz y en la solidaridad con los más pobres del mundo.

Sin embargo, esta alta tarea contrasta lamentablemente con el estado de la política nacional. Dominada por los intereses de las regiones; desorientada por polémicas artificiales ligadas a intereses de minorías; confundida por una retórica ambigua en la que sólo cuenta la imagen – y no la verdad y la honradez –, la política española ha alcanzado niveles de mediocridad que no resisten la comparación con otras democracias europeas.

Es preciso que los Juan Nadie españoles frenemos esta deriva. No se trata ahora de aferrarse a las diferencias que nos separan (y cuyos efectos devastadores pudimos experimentar en el pasado siglo). Se trata de invertir el proceso de degeneración que afecta a los ámbitos vitales de nuestra sociedad: en primer lugar, a la educación, trágicamente devaluada por leyes erráticas; en segundo lugar, a la convivencia, envenenada por los egoísmos regionalistas y por los delirios de grupos violentos amparados por la pasividad del Ejecutivo (o por su connivencia interesada); en tercer lugar, a la vivienda, abandonada a la especulación de promotores e instituciones de préstamo; en cuarto lugar, a la seguridad, puesta en juego por la incapacidad de nuestros gestores de afrontar con éxito las nuevas formas de delincuencia; en quinto lugar, a las propias formas de convivencia política, corrompidas por la descalificación y por la retórica engañosa. Todo ello halla su fiel reflejo en la pérdida de fuerza moral de España en la escena internacional, paralela a nuestra escandalosa cercanía a algunos de los regímenes totalitarios más crueles e hipócritas del planeta: Cuba, China o Venezuela, por ejemplo.

Se nos preguntará – como al Juan Nadie de la película de Capra – qué podemos hacer al respecto. Podemos hacer mucho. En primer lugar, generar la reflexión en las altas instancias del partido en el poder. El PSOE ha perdido el norte de su vocación política. Y lo ha hecho a causa de la inexperiencia, de la ineptitud y – en algunos casos – de la manifiesta falta de honradez del actual equipo de gobierno. Es urgente que el partido socialista, que representa a millones de españoles que se sienten legítimamente identificados con su concepción de la política, reoriente el rumbo de sus decisiones y atienda al bien común – en lugar de seguir políticas de imagen que apenas encubren una lamentable ausencia de ideas y de iniciativas reales de futuro.

Esto se puede lograr con el voto. En esta coyuntura es preciso que los votantes de izquierda deriven su voto hacia fuerzas actualmente más solventes. En particular, podrán hacerlo sin dificultades ideológicas optando por la Unión de Progreso y Democracia liderada por Rosa Díez y Fernando Savater. Es muy deseable que el Partido Popular gane las elecciones – con mayoría absoluta o sin ella – y que introduzca reformas legales que garanticen el cambio de rumbo. En particular, es urgente que se ponga freno al egoísmo desmesurado de los políticos nacionalistas, para evitar el aumento de la desigualdad entre las comunidades autónomas y una sangría económica que favorece programas sectarios y profundamente antidemocráticos en Cataluña y País Vasco o en Galicia y Baleares. Urge recuperar la credibilidad de la clase política en España. Del mismo modo, es necesario que nuestro país reanude relaciones normales y responsables con sus aliados democráticos, y que abandone las connivencias con dictaduras bananeras o totalitarismos asiáticos. Todo eso será posible con un cambio de rumbo, en el que los votantes de izquierda juegan un papel decisivo.

Los Juan Nadie sólo heredarán la Tierra si se unen. Por encima de las disputas ideológicas – que un nuevo concepto de política debe ayudarnos a superar – se encuentra la unión en la búsqueda del bien común. No es difícil aterrizar ese concepto – bien común – en algunos objetivos concretos: (1) educación de calidad que contribuya a la promoción real de nuestros jóvenes; (2) solidaridad entre las regiones; (3) accesibilidad de una vivienda digna; (4) seguridad en nuestras calles; (5) responsabilidad social de nuestros políticos; (6) lucha contra el totalitarismo en el orden internacional. Es hora de despertar. Y las urnas son el aldabonazo. Es nuestra la responsabilidad, y nuestra la esperanza."

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Editorial de Unidad en la pluralidad, 5 (2008), pp. 2-3. En la imagen: Gary Cooper y Barbara Stanwyck en Meet John Doe (Frank Capra, EEUU 1941).