Durante la pasada semana fuimos de escaparates. En realidad, el contenido del escaparate lo poníamos nosotros: el ciclo de cine y conferencias “Noventa años con Ingmar Bergman”, el volumen colectivo Ingmar Bergman, buscador de perlas. Cine y filosofía en la obra de un maestro del siglo XX y nuestro recién iniciado Círculo de Filosofía y Cine. Hemos tenido rueda de prensa con los medios de comunicación (prensa, radio y televisión), entrevista en RNE y, ayer domingo, entrevista en la SER. Fantástico. Eso sí, no puedo evitar cierta sensación de despersonalización. Sin quererlo y sin notarlo apenas, uno se convierte en aquél que los otros desean escuchar. El “efecto escaparate” trae consigo una especie de homogeneización: si no se tiene cuidado, se termina hablando como se habla y diciendo las cosas que se dice. Todo esto tiene relación con la conversión al “se” que caracteriza, según Heidegger (Ser y tiempo), la vida inauténtica. O con parte de los efectos que la mirada del otro causa en la persona observada, según el análisis de Sartre en El ser y la nada. Eso sí, no se trata de un proceso inevitable o de una fatalidad: uno puede intentar sobreponerse al efecto escaparate. Y puede hacerlo con éxito. Prueba de ello son las voces –poderosas y singulares– que han encontrado su hueco en la historia de la cultura. Lo que no puedo (ni quiero) evitar es darme cuenta de todo ello. Como le decía el médico a una doctora amiga mía, sin saber que ella también era médico: “Una de dos: o bien es usted del ramo, o se observa a sí misma muy detalladamente”.
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En la imagen: "boyCN_4757", por Clarita (fuente: www.morguefile.com).
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En la imagen: "boyCN_4757", por Clarita (fuente: www.morguefile.com).
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