jueves, 26 de marzo de 2015

El Termidor de Pablo Iglesias



























Toda sociedad democrática halla en la pena de muerte uno de sus límites. El poder del Estado ha de retroceder llegado a él. En la maduración histórica de sus raíces culturales y en la reflexión sobre los horrores pasados y recientes, la cultura europea ha alcanzado a este respecto una saludable madurez: a la mayoría de los europeos nos parece que un castigo ejemplar a los delitos más graves ha de pasar por apartar al delincuente de la comunidad, y es en la duración máxima de ese alejamiento que difieren las sensibilidades políticas; ahora bien, hay amplio consenso en que un poder civilizado y responsable no puede, no debe mancharse de sangre.

Con todo, la historia reciente del poder exhibe juicios sumarios sobre la vida y la muerte –¡demasiados!– que avergüenzan nuestra conciencia moral. Y en el momento fundacional de los regímenes modernos emergen los años de terror que acompañaron a la convulsa Revolución francesa.

A la declaración de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad siguió el atroz contrapunto de las luchas intestinas entre girondinos y jacobinos. Estos últimos prevalecieron durante poco más de un año gracias a la mano de hierro y a la ausencia de escrúpulos de Maximilien de Robespierre, quien instauró el “terror revolucionario”: un régimen que derogó las garantías ciudadanas para atajar de inmediato cualquier (presunto) intento de sabotear reformas. Bajo su instigación y tan sólo durante ese período (1793-1794) fueron asesinados decenas de miles de franceses: no ya miembros del derrocado poder monárquico o nobiliario, sino compañeros de partido (como Hébert, portavoz radical de las clases populares), intelectuales y librepensadores, campesinos y obreros.

Algunas de las víctimas son tan notorias como Antoine de Lavoisier. Entre otros logros, en 1787 Lavoisier había coeditado el Sistema de nomenclatura que incluye la tabla de elementos con la cual arranca la historia de la química moderna y que fundamentó en su Tratado elemental de química de 1789. Cinco años después, tras haber sido denunciado por colaborar con el sistema de aranceles aplicados a los productos agrícolas, fue condenado a muerte. Lavoisier suplicó un aplazamiento de quince días para terminar unos estudios de utilidad pública, a lo cual el juez, Jean-Baptiste Coffinhal, habría sentenciado: “La República no necesita sabios ni químicos. La justicia no puede detener su curso” (Montgaillard: Histoire de France, p. 198). Fue decapitado ese mismo día, 8 de mayo de 1794. El 28 de julio –el mes de Termidor en el calendario republicano– lo sería Robespierre, considerado ya un peligro por sus propios correligionarios. Hasta entonces, Francia ardió en años de furia aherrojados por la delación y el empleo de la guillotina, arma y símbolo del terror.


A la luz de todo ello resultan sorprendentes las afirmaciones con las que Pablo Iglesias abrió el programa “Fort apache” el 27 de enero de 2013 en HispanTV [cadena pública iraní que emite en español desde Madrid]. El vídeo está colgado en internet. Tras referirse –entre jocosa e irónicamente– al ingenio sugerido por el diputado Guillotin para evitar sufrimientos a los ajusticiados, Iglesias alude a los horrores que “nos habríamos evitado los españoles de haber contado a tiempo con los instrumentos de la justicia democrática”. Y es que, tal y como sostuviera Robespierre, “castigar a los opresores es clemencia, perdonarlos es barbarie”. Concluye el breve exordio ponderando a ese “gran revolucionario”.

Esas reflexiones prologaban una entrega de “Fort apache” dedicada a Juan Carlos I bajo el título “¿Un rey en la guillotina de la historia?”. Bien es cierto que para ese viaje no hacían falta tamañas alforjas. Los no monárquicos no precisamos para serlo que se nos encarezca las ventajas de un ingenio macabro; como tampoco necesitamos lecciones políticas a cuenta de una cadena financiada por un régimen, el iraní, que ignora la división de poderes (el Líder Supremo supervisa tanto el parlamento como la judicatura y el ejército) y que se articula de forma teocrática (las sentencias del tribunal especial del clero, por ejemplo, son inapelables y se rigen por la ley islámica).

Pero dejemos al margen esos asuntos y centrémonos en lo dicho por Iglesias. Llama la atención el trazo grueso de sus afirmaciones. ¿Realmente podemos creer que el objetivo de Robespierre –ese “gran revolucionario”– era derramar clemencia sobre la sociedad francesa, o que sus adversarios fuesen los opresores de la voluntad popular…? Lo que sabemos parece apuntar más bien a un ansia de poder incontestado propia de una casta. Por otra parte, el hecho de que los juicios sumarios camparan a sus anchas hace inviable la apropiación de la fase jacobina como luminoso modelo de justicia. No se entiende el elogio al principal instigador de la incertidumbre y del miedo que protagonizaron aquellos años; más aún: la inestabilidad generada entonces proporcionó el combustible al caudillismo militar de Napoleón y a la autoafirmación del Estado francés como Imperio que buscó expandirse –otra vez a sangre y fuego– a lo largo y ancho de Europa. La herencia progresista legada por la Revolución francesa no está en Robespierre. Resulta chocante que Iglesias, profesor de Ciencias políticas, haga un tal alarde de tosquedad intelectual.


Las palabras son poderosas: crean marcos de sentido que transforman la realidad. Pero la transformación a la que alude aquella desafortunada arenga televisiva no es progresista ni apunta hacia lo mejor: rescata de la historia de Europa unas páginas atroces –en el sentido freudiano, siniestras– y las reviste con una pátina de gloria. No se puede, no se debe jugar con las palabras. Máxime, cuando se trata de algo tan crucial para una democracia como el poder sobre la vida y la muerte.

Imagino que su propósito era abrir el programa de forma ingeniosa; empleó para ello una ironía de alcance, eso sí, mal calculado. Pero ni siquiera esta suposición disipa las dudas. De un político se pide discernimiento antes de hablar, justeza al hacerlo y coherencia a la hora de poner en práctica lo dicho. Las palabras de Iglesias no denotan lo primero ni lo segundo. Que en el futuro disponga de poder para lo tercero no depende de él sino de los votantes. Ojalá la esperanza de tantos que han aupado a su partido en las encuestas no haya de ser preámbulo –tal y como sucedió con el “gran revolucionario”– de la decepción y el abandono; y ojalá el Termidor de la desafección ciudadana no llegue cuando sea demasiado tarde.


__________
Artículo propio publicado en el diario Levante (Valencia, 12/03/2015). En la imagen: La muerte de Marat, óleo pintado por Jacques-Louis David en 1793 (Museo Real de Bellas Artes, Bruselas). Durante la Revolución, Jean-Paul Marat descolló como periodista radical y apoyó activamente las masacres jacobinas; fue asesinado por la joven girondina Charlotte Corday. 


miércoles, 11 de marzo de 2015

La bendición griega de Papandreu (3 de 3)














Resulta inevitable proyectar previsiones, a partir de los indicios ofrecidos por los comicios helenos, sobre los escenarios español y europeo; así lo han hecho analistas y portavoces políticos. De entre ellas, las que tienen que ver con el futuro de los partidos que han protagonizado la vida pública en las décadas posteriores a la segunda guerra mundial me interesan sobremanera; muy en concreto, las que tienen que ver con la socialdemocracia, cuyo empuje cohesionador y progresista se ha visto sumido en una profunda crisis con raíces ideológicas y causas fácticas. A muchos nos defraudó en España el pobre sentido de Estado, el débil nervio internacional y la falta de espíritu conciliador y de imaginación política –por citar algunos motivos– evidenciados durante las legislaturas encabezadas por Rodríguez Zapatero. Sin embargo, no seré yo quien salude alegremente una debacle del partido socialista.

La socialdemocracia ejerce de saludable contrapeso a la virulencia de un neocapitalismo que resulta devastador por múltiples razones; la moderación pragmática de sus propuestas y su vocación integradora la convirtieron en eficaz instrumento de cohesión y justicia en la Europa postrada tras la guerra. Una moderación y una vocación que no acompañan a los populismos de toda laya reforzados al abrigo de la crisis: Syriza o Aurora Dorada en Grecia, los Piratas en Alemania, el UKIP en Gran Bretaña, el Partido por la Libertad en Holanda, el Frente Nacional en Francia o el Movimiento Cinco Estrellas en Italia. Por lo que respecta a Podemos, su filiación ideológica bolivariana, las inquietantes iniciativas de su pasado reciente y la ambigüedad de sus posturas suscitan el interrogante de si podrá alumbrar una propuesta moderna y progresista; está por ver hacia dónde inclinarán la balanza sus debates internos.

Quizá la mayor lección que nos dejan los sucesos de Grecia relativos al PASOK tenga que ver con la ciudadanía. El espíritu del tiempo requiere de nosotros, los ciudadanos, un compromiso coherente y profundo con lo público: abandonar la estática posición del coro que asiste a un drama –como durante décadas ha sucedido en nuestro país, acostumbrado a ello por otras tantas de dirigismo franquista– para ocupar el único lugar adecuado, a saber, el de protagonista de la iniciativa social.

Que ese protagonismo sea vil o heroico depende, a la postre, de nosotros. No se debe implorar la bendición a un Estado para que vele de forma paternalista por los intereses de los que acceden así a convertirse en sus súbditos. Lo hicieron los campesinos griegos que acudieron a visitar a Papandreu el día de su onomástica; lo hicieron, y siguieron aguardando infructuosamente hasta paladear la decepción más amarga.

__________
Artículo propio [tercera y última parte] publicado en el diario Levante de Valencia (30/01/2015), p. 26. En la imagen: detalle del mosaico La batalla de Issos, en el que aparece representado Alejandro Magno en la célebre contienda en la que se impuso a los persas el año 333 a.n.e.

lunes, 9 de marzo de 2015

La bendición griega de Papandreu (2 de 3)

















Cuando los invasores nazis huyeron de Grecia, en 1944, dejaron tras de sí un vaivén de conflictos internos. Esos conflictos, ya ensayados en el seno mismo de la resistencia, desembocaron en una lacerante guerra civil, un prolongado intervencionismo de los militares en la vida pública y una polarización ideológica que sólo a partir de los años setenta pareció dar visos de remitir. Y lo hizo alentada por un partido, el PASOK (Movimiento Socialista Panheleno) que lideró la vida política durante décadas.

Precisamente uno de los más recientes episodios de la debacle griega lo ha protagonizado ese partido. Fue gracias al carisma de Andreas Papandreu y a la modulación socialdemócrata de su discurso que pasó de un 14% de los votos en el año de su fundación (1974) a la mayoría absoluta (con un 48% de los votos en 1981), una mayoría revalidada en distintas ocasiones hasta la más reciente en 1996 (bajo dirección del hijo de Andreas, Yorgos Papandreu). Las luchas intestinas, el escándalo de la corrupción y el falseamiento de las cuentas hicieron trizas las aspiraciones de los votantes. En las elecciones del pasado 25 de enero, el PASOK obtuvo un escaso 5% de los votos que lo convierte en primer ejemplo de aplastante descalabro de un clásico partido mayoritario europeo.

Cuenta Angelopoulos que antes de emerger como líder Papandreu ya concitaba el apoyo popular. Con motivo de su onomástica, en el hogar familiar se congregaron numerosos campesinos de los alrededores; además de iconos de san Andrés, le llevaron ovejas y otros animales y le pidieron... que los bendijera. Buena prueba –argumenta Angelopoulos– de que el exhausto pueblo griego necesitaba un padre de la patria, un Alejandro redivivo que restaurase las aspiraciones fallidas. Lo reconoció, al menos durante un tiempo, en Papandreu. Aquella herencia y aquel crédito de confianza han quedado dilapidados en pocos años.

__________
Artículo propio [segunda parte] publicado en el diario Levante de Valencia (30/01/2015), p. 26. En la imagen: detalle del mosaico La batalla de Issos, en el que aparece representado el rey persa Darío III en la batalla que le enfrentó a Alejandro Magno el año 333 a.n.e.

jueves, 5 de marzo de 2015

La bendición griega de Papandreu (1 de 3)














En un hermoso film de madurez, Theo Angelopoulos conduce a su protagonista a la frontera montañosa de Grecia para lanzar desde allí una mirada, desapasionada y triste, sobre los fracasados sueños de la Hélade. Observando las cumbres cubiertas de nieve, el taxista que le ha llevado hasta allí confiesa su decepción. "Grecia se muere", le dice, "se acabó el ciclo. Miles de años entre ruinas y estatuas y ahora nos morimos". Y el viaje por fronteras y ruinas confirma ese devastador diagnóstico sobre la madre de la razón europea, enfangada en una impotencia que ya causaba estragos.

Para entonces, los índices macroeconómicos mostraban a las claras la distancia respecto de los países de su entorno sociocultural. En 2010 las exportaciones, botón de muestra del nervio creador y productivo de un país, alcanzaban apenas los 24 mil millones de euros. Ese mismo año España exportaba por un valor de casi 250 mil millones. Aun teniendo en cuenta el número de habitantes –11,2 millones por 43,6 ese año, respectivamente– la (des)proporción resulta llamativa; más aún si se coteja las finanzas griegas con las de países parecidos en tamaño como Bélgica (con menor población, exportó ese año por un valor 17 veces superior). 

Similar divergencia aflora en otras parcelas. Por ejemplo, sorprende el hecho de que Grecia –depositaria de la herencia clásica, de sus obras intelectuales y artísticas– ejerza como país una tan escasa atracción sobre los intelectuales de todo el mundo. No ofrece referencias institucionales o académicas que hayan aprovechado ese fabuloso bagaje para concitar sinergias; cuando un filósofo se especializa en pensamiento clásico, su mirada se dirige antes a Alemania o a Inglaterra. Ni siquiera cuando se trata de aprender su preciosa lengua. Un amigo, estudioso de Aristóteles, me comentaba hace poco que en breve llevará a cabo un curso intensivo de griego clásico; lo hará en Roma.

Indagar en los motivos de la dificultad griega para sentar las bases de un Estado moderno constituye un fascinante desafío. Sin duda, uno de ellos tiene que ver con la inestabilidad política. 

__________
Artículo propio [primera parte] publicado en el diario Levante de Valencia (30/01/2015), p. 26. En la imagen: La batalla de Issos, mosaico hallado en la Villa del Fauno de Pompeya y conservado en el Museo arqueológico de Nápoles. Representa el momento en que las tropas de Alejandro Magno (a la izquierda) se impusieron a las del persa Darío III en el año 333 a.n.e.