miércoles, 20 de febrero de 2008

A la sombra de los otros


Hace poco estuve en Liechtenstein. Me habían invitado a dar una conferencia en la Academia Internacional de Filosofía; la conferencia tuvo lugar el primer día de febrero, ante un auditorio realmente internacional. La Academia tiene su sede en Bendern, un pueblecito situado al norte del país.

En Liechtenstein, hablar de distancias es muy relativo. Desde la terraza del hostal en el que me alojaba, a la que se abrían los ventanales del restaurante, se podía divisar casi una panorámica íntegra del hermoso valle en el que se asienta el Principado: flanqueado por sendas cordilleras agrestes, en las que la nieve refulgía al sol invernal de jornadas inusitadamente luminosas. Al sur del valle se encuentra Vaduz, la capital con su castillito y sus príncipes (Hans Adam y Marie). Liechtenstein cuenta con poco más de treinta y seis mil habitantes y muchos miles de fundaciones extranjeras. Al país se llega en automóvil o en autobús; no dispone de estación de tren, ni de aeropuerto – hace uso de las estaciones y de los aeropuertos de los países cercanos, en particular de Suiza. En realidad, los habitantes de Liechtenstein disfrutan de los servicios que les ofrecen sus vecinos en multitud de ámbitos importantes: además de los transportes, también los centros universitarios o las cadenas de televisión, por poner algunos ejemplos. Se podría decir que es un diminuto y hermoso Estado parásito – lo cual puede tener más connotaciones que las meramente peyorativas.

Durante el trayecto en automóvil desde Bendern hasta la estación de tren de Sargans (Suiza), ya de vuelta, pensaba en esto mientras contemplaba las cumbres nevadas. Todos somos, en cierto sentido, parásitos de los demás. Nuestro ser entero –cuerpo, mente, espíritu– es deudor de infinitud de servicios prestados. Debemos lo bueno que somos: a nuestros padres, a nuestra familia, a nuestros amigos, a las instituciones de la sociedad que nos acoge. Se trata de una deuda imposible de amortizar; una deuda que sólo con amor se paga. Crecemos a la sombra de los demás.

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En la imagen: panorámica del castillo de los príncipes de Liechtenstein (fotografía de Volkmar K. Wentzel, fuente: www3.nationalgeographic.com).

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