lunes, 30 de junio de 2008

Holgar



Bastaron unos pocos días. Días en los que un número considerable de transportistas españoles cruzó los brazos (y, en muchos casos, obligó a otros a hacer lo propio). Esos días bastaron para que en distintas comunidades autónomas escasease el combustible; para que las estanterías de muchos supermercados se vaciasen; para que en ciertos lugares desapareciesen de la circulación productos alimenticios básicos; para que se desatara la furia de los piquetes y la reacción de las fuerzas de seguridad, en sangrientas escenas que parecían desterradas de nuestro entorno. Unos pocos días para demostrarnos que estamos irremisiblemente unidos. Que una sociedad no puede prosperar a expensas de sus miembros. Que la marcha de la delicada maquinaria que sostiene nuestras rutinas cotidianas no está garantizada: que aquélla funcione depende de las decisiones de sus miembros.

La vida social es una danza: los traspiés de uno afectan al paso de los demás. A veces, para gozo común; otras, para desazón o tragedia de todos. Qué a menudo se escucha esa declaración, tantas veces bienintencionada: “a mí, la política no me interesa”. En circunstancias como las que acabamos de vivir se demuestra hasta qué punto la realidad es muy otra: la urdimbre de nuestra existencia es, necesariamente, política.


Y, sólo unos pocos días después, la juerga. Victoria en la Eurocopa. Desde donde vivo se domina una espléndida vista sobre el hermoso valle que conecta la ciudad de Murcia con sus pedanías; al fondo, la hilera montañosa en la que se encuentra el puerto de la Cadena. Ayer por la noche, en torno a las once, el valle se convirtió en un clamor. Los últimos segundos de la final futbolística entre Alemania y España estaban ya siendo festejados por miles de personas. Desde Alhama de Murcia hasta la capital de la comunidad autónoma, pasando por ciudades y pedanías de la huerta –Alcantarilla, Sangonera (la verde y la seca), Javalí (viejo y nuevo), La Ñora, Rincón de Beniscornia, Guadalupe...–, el cielo del valle crepitaba en cohetes, bocinas y fuegos artificiales que relampagueaban aquí y allá, en un imprevisible mosaico de colores. Una hermosa –aunque efímera– noche de unidad emocional. A ver cómo gestionan este marrón los nacionalistas de pueblo.
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En la imagen: fotografía satelital de la península ibérica. Fuente: http://sombra-verde.blogspot.com.

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