jueves, 5 de noviembre de 2009

El desafío del crucificado



Desde ayer, Italia está siendo escenario de un significativo fenómeno popular. Se da la circunstancia de que una ciudadana de origen finlandés, Soile Lautsi, había solicitado en 2002 que se retirase el crucifijo del aula donde recibían clase sus hijos (en Abano Terme, Padua). La negativa de las autoridades locales, regionales y nacionales y su perseverancia había llevado el caso hasta el Tribunal de Derechos Humanos que tiene su sede en Estrasburgo, Tribunal que recientemente ha fallado a favor de la madre. La reacción de los italianos –tanto de un signo político como de otro– ha sido sorprendentemente rotunda: la mayoría parece considerar el fallo de Estrasburgo una injerencia en las tradiciones culturales del país.

Personalmente, no soy hombre de muchos símbolos. Es más, a veces me comporto de forma calladamente iconoclasta. En casa no los tengo, a excepción de un icono. Reconozco –¡por supuesto que sí!– su valor antropológico; no obstante, pesa más en mí la idea de que el cristiano está llamado a encarnar a Cristo en su persona. Se trata de que los hombres reconozcan a Cristo en otros hombres.

Soy consciente de lo lejos que me encuentro de ese ideal. Mis pecados me resultan demasiado evidentes, y me pesan. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer la fuerza que brota del Evangelio, y la misericordia que experimento a diario. Esa fuerza y esa misericordia están grabadas a fuego en la historia de mi vida, con sus grandezas y sus miserias.

Por eso, la cuestión de los símbolos me resulta algo ajena. Con todo, hay en esta polémica un aspecto importante, que –a mi juicio– la ideología suele hurtar a la mirada. Me refiero a lo siguiente: ¿por qué resulta incómoda la presencia de un crucifijo en un aula? La sentencia de la Corte de Estrasburgo establece que constituye “una violación de la libertad de los padres para educar a sus hijos según sus convicciones y [una violación] de la libertad de religión de los alumnos”. Pretender que la presencia de un crucifijo en un aula coarte la libertad educativa o religiosa me parece, sencillamente, surrealista.

Pero intentemos razonar con algo más de rigor. Alguien me podría decir que el crucifijo es un símbolo cuyo valor no reconocen todos los estudiantes ni profesores. Es cierto: no todos los miembros de la comunidad educativa reconocen el mismo contenido en un símbolo religioso como el crucifijo. Sin embargo, todos ellos pueden encontrar en él un valor: para unos, el lugar donde Dios mostró su amor incondicional hacia el mundo, amor encarnado en el rostro del Cristo exánime; para otros, la prueba del heroico y ejemplar olvido de sí de un hombre que predicó la fraternidad activa; todavía para otros, el recordatorio subversivo de que los poderes de este mundo acogen mal la crítica de sus corrupciones y mezquindades. El crucifijo encierra un simbolismo polivalente. Pero entonces, ¿a qué se debe el rechazo…?

Mucho me temo que, en muchos casos –y más allá del lícito debate en torno al carácter secular de las aulas–, el rechazo del crucifijo se deriva de una radical incomprensión de lo que es el Cristianismo. Se lo considera una institución de poder, que pretendería extender (o mantener) sus tentáculos incluso en los ámbitos simbólicos (asimilados, pues, a órganos de propaganda). Se trata de una deformación de la esencia del Cristianismo, que pesa sobre algunos grupos sociales. No por casualidad, Soile Lautsi forma parte de la Unión de Ateos Racionalistas.

Me pregunto, entonces, qué actitud adoptar en esta coyuntura. Aprecio el valor cultural de la presencia del crucifijo, y reconozco que puede inspirar tanto a creyentes como a no creyentes. Ahora bien: me da la impresión de que, en nuestra polarizada España, una defensa militante del mantenimiento del crucifijo en las escuelas emitiría un mensaje ambiguo: no sólo no acercaría a Cristo a los hombres –que sólo pueden descubrirlo encarnado en otros hombres–, sino que podría sugerir que está en juego una cuota de poder (visual). Y el poder no es el camino. El camino es el servicio, que con tanta generosidad está prestando la Iglesia a nuestra sociedad en crisis. Un servicio que brota del amor y de la unidad.

La sentencia de Estrasburgo será recurrida. Suceda lo que suceda en esta partida, el auténtico desafío se juega en otra parte. Y ahí no se trata ya de símbolos, sino de realidad encarnada. Bellamente se dice en el título de una cantata de Bach: “Corazón y boca y hechos y vida”.
__________
En la imagen: “Cristo muerto”, de Antonello da Messina (1476).

6 comentarios:

Ángel dijo...

Yo en esto estoy de acuerdo con el genial Capitán Achab.

Anónimo dijo...

Ponemos nuestra cofianza en el tribunal de Estrasburgo como si fuera la "panacea". ¿Derechos Humanos? ¡¡¡Anda ya!!!..... Le dan la razón a una que debe estar como una cabra ( perdón a la cabra) ¿Dónde nos tenemos que dirigir los que pensamos lo cotrario?
Por desgracia los tontos abudan, Estrasburgo no es una excepción.

Y a tí Pedro Jesús..¡¡¡Viva la madre que te parió!!!

Anónimo dijo...

creo más bien que es un problema de educación.Cuando uno va a casa ajena acepta su mesa,su comida,sus normas, asi que, si vas a un pais extranjero tendrás que saber cuales son sus normas y si no te gustan tienes distintas opciones; desde no ir a resignarte.Me da la sensación que los crucifijos en los colegios italianos son anteriores al nacimiento de esta señora.

Anónimo dijo...

Craso error e indecente posición para uno que parece ser cristiano.

Indecente posición porque responde a un "no querer violentar"; Pondre al padre contra la madre..etc., y enemigo de cada cual sera..... como si los apostoles hubieran escondido el crucifijo por respeto a violentar a los ateos; Venga ya.

Nos estas invitando a hacer algo asi como esta haciendo el gobierno con los plebiscitos catalanes....? Y ademas con mucho amor....Ojos que no ven....Cataluña que robamos.

Ademas, ¿y si ciertamente quitarlo violenta a mas personas que dejarlos?; No, es por lo pobres ateos.....pues entonces que abran las fronteras..... es por los pobres negros.


Craso error porque en la vida si se trata de simbolos: Tu eres cristiano porque los simbolos te han llevado a serlo; Sin ver ninguna cruz, nadie sera cristiano, porque podran ver un hombre ayudar a los demas, pero que es lo que hace a ese hombre ayudar a los demas? La cruz que lleva al cuello, o que es buena persona?.

Oh perdon es un simbolo de poder....quitemoslo, y dejemos solo que ayuda a los demas por bondad filosofica y natural.

Suponemos ademas que tu eres cristiano, sin embargo no hay un solo signo que lo demuestre; Puedes decir muchas cosas en este blog del amor, del corazón, de la vida, pero nadie querra ser cristiano por leerlos,si tu no haces una confesión publica de que lo eres, y que gracias a eso hablas y escribes asi.

Querran tal vez ser filosofos, porque eso si lo dices, que esta muy bien o ser de Cope, que tambien lo pones, pero jamas querran ser cristianos porque no han visto una cruz no solo en tu blog, ni tan siquiera en tus palabras.


Lo lamento:NO HAY CRISTIANO SIN CRUZ

Andrés Marín de Pedro.

Pedro Jesús Teruel dijo...

Ángel-Achab,
saludos ya en tu nuevo estado de vida :)

Anónimo 1:
¿Qué te puedo decir... que no sepas ya?

Anónimo 2:
Coincido contigo: hay una cuestión previa relativa a la educación, que no sólo implica un respeto a las formas sino también la valoración de las tradiciones culturales.

Querido Andrés:
Objetas, con tu habitual sagacidad, varias cosas que merecen comentario – y éste es un lugar muy adecuado. Te voy a decir sinceramente lo que pienso.

A mi modo de ver, no es lo mismo “no querer violentar” (en el sentido peyorativo en que empleas la expresión, que suele responder a una praxis miedosa y alicorta) que “no buscar cuotas de poder”. Precisamente me parece –¡y creo haberlo dicho con claridad!– que pretender que la presencia del crucifijo suponga una afrenta a la libertad educativa o religiosa resulta surrealista. Mi razonamiento no va por ahí.

Más bien me parece que el crucifijo como símbolo institucional sólo tiene significado si refleja un sentir colectivo [la clave aquí está en el adjetivo “institucional”: no estamos hablando de la presencia del crucifijo en una cadenita al cuello, en un blog o en las procesiones litúrgicas]. Si dicho sentir colectivo no se da, o deja de darse (y, para un grupo no despreciable de españoles, de hecho ha sucedido así), pierde el valor que muchos –también tú– le atribuyen en esta polémica. Y se convierte en arma arrojadiza, cosa que nunca debió ser. Los apóstoles no escondieron el crucifijo; tampoco buscaron que estuviera obligatoriamente presente en las instituciones romanas. Lo que hicieron fue proclamar a Cristo crucificado – que es algo distinto y, desde luego, de orden existencialmente superior.

[Continúo en el siguiente comentario]

Pedro Jesús Teruel dijo...

[Sigo]

Yo soy cristiano. (Hace algún tiempo apostillaba a continuación: “o quiero serlo”. Dejé de hacerlo a raíz de que mi amigo Eduardo me transmitiese la respuesta del arzobispo D. Javier a alguien que se expresaba en esos términos. Glosando lo que él afirmaba, diré que se es cristiano, precisamente, con todas las propias limitaciones y pecados; en ello se manifiesta la fuerza del Dios vivo. Estamos siempre en camino – pero lo estamos.) Ahora bien, no soy cristiano “porque los símbolos me hayan llevado a serlo”. Me ha llevado a serlo la experiencia de vida, en contacto con la Escritura, los sacramentos y la comunidad de fe. Es en la vida donde he descubierto la fuerza del Crucificado. Los símbolos tienen, claro está, un valor antropológico, y contribuyen no poco a la formación de la personalidad. Pero un crucifijo, por sí solo y desgajado de una experiencia vital transmitida, no comunica un significado unívoco; de hecho, algunos (Soile Lautsi es un ejemplo) lo interpretan de modo completamente errado (en este caso, como instrumento de dominación propagandística).

Los símbolos no se explican solos: lo hacen en el contexto de una tradición cultural. De ahí que yo considere fundamental esa tradición. Es ahí donde se juega el desafío. De que nuestra sociedad descubra la fuerza del Evangelio o no depende la suerte de los crucifijos como símbolo cultural – y no al revés.

Esto, por supuesto, no significa que me parezca irrelevante la decisión tomada en Estrasburgo. Ahora bien: sí implica que, a mi modo de ver, es necesario colocarla en su contexto. En primer lugar, porque atañe a una cuestión de facto superada en España (¿en cuántos centros estatales está presente aún el crucifijo...?); en segundo lugar, porque el auténtico desafío de la fe no se juega en ese foro.

Finalmente: dices que para que el cristianismo sea visible hay que proclamarlo. No puedo no estar de acuerdo. Pero eso no depende de una pieza de metal o madera en una pared. Depende del testimonio vivo de los creyentes. Yo no puedo no darlo: en esta misma entrada he recordado que la fuerza del Evangelio y la misericordia de Dios están grabadas a fuego en la historia de mi vida. Precisamente por eso me parece urgente distinguir la vivencia de la fe –que es privada y es pública– de la presión política. La primera no tiene porqué llevar siempre y en todos los casos a la segunda. En ocasiones será necesaria (es el caso de la cuestión del aborto, que he tratado en este blog a menudo); en otras, no será recomendable.

Discernir qué se debe hacer en cada momento, teniendo en cuenta tanto los principios generales como la coyuntura histórico-social y las características del interlocutor, no es señal de cobardía o de tibieza en la propia fe: es lo que desde antiguo se denomina ‘prudencia’. Y la prudencia –no sólo la valentía– que brota del amor forma parte del bagaje moral de los cristianos: así lo mostró el propio Cristo cuando puso el bien de las personas por encima del cumplimiento estricto de la letra de la ley; así lo enseña la constante reflexión ética cristiana; así lo practica la Iglesia en múltiples situaciones.

No te estoy contando, Andrés, nada que tú no sepas por experiencia. Pero me parece necesario decirlo. La actual coyuntura nos ofrece una ocasión excelente para que los cristianos reflexionemos y para que, por amor de Dios, nos pongamos de acuerdo. A esa sintonía vital que brota de la común experiencia de fe se la llama ‘comunión’. Campañas como las que burdamente se orquestan en torno a polémicas como la que estamos comentando no hacen más que poner a prueba nuestra comunión, que ha de salir purificada y renovada.