lunes, 4 de enero de 2010

Infancia















Ayer tuve oportunidad de participar en una celebración de Reyes Magos. En ella hacían acto de presencia los pajes correspondientes a Melchor, Gaspar y Baltasar. Cada niño, de los muchos presentes, saludaba al paje de su elección, que le dirigía algunas preguntas y le transmitía algún mensaje de parte de los Reyes. ¡Qué cosas fueron dichas allí! ¡Con cuánta transparencia e ilusión se expresaban! ¡Qué hermosa inocencia, la de los niños!

Son muchas las interpretaciones que se ha dado al dicho evangélico sobre los niños: a los que son como ellos pertenece el Reino de los cielos. Una de ellas resuena en mí de manera especial a raíz de la experiencia de ayer. Ellos tienen sensibilidad al misterio. No porque algo les supere lo descartan de manera automática; quizá porque son conscientes –con una forma incipiente de autoconciencia reflexiva– de su pequeñez, de lo mucho que les queda por aprender.

Esa actitud infantil halla sus polos extremos, mutuamente contrapuestos, en la credulidad irreflexiva y en la necedad. El excesivamente crédulo está dispuesto a aceptarlo todo sin disponer de fundamento suficiente; de este modo, devalúa el objeto de su creencia y queda a merced del viento de las opiniones. El necio, en cambio, no acepta aprender nada, porque pretende saberlo todo; esa cerrazón lo impermeabiliza frente a la posibilidad de crecer intelectualmente y de experimentar lo nuevo, lo nunca antes imaginado.

En la mirada inquisitiva de los niños se refleja algo del origen primigenio, de la criatura paradisíaca, del hombre auténtico que estamos llamados a ser. Pregunta, apertura, acogida, conciencia de la propia pequeñez y de lo mucho que se ha recibido: con ellas se teje la estructura de lo auténticamente humano.
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En la imagen: “Las líneas blancas, ¡casa!”, por Etringita (fuente: flickr.com).

1 comentario:

raquel s dijo...

Hola profesor;

A mi parecer, no es que estemos llamados a ser esa "criatura paradisiaca", sino que nacemos siendolo y -a base de creernos algo en nosotros mismos- lo vamos perdiendo. Asi es como yo entiendo la frase "dejad que los niños se acerquen a mi", por el vacio que hay en ellos dispuestos a recibirlo todo.