sábado, 15 de mayo de 2010

El tercer secreto













Que durante el último mes no haya añadido entrada alguna a mi blog tiene una explicación sencilla. Con facilidad la podéis imaginar los que os asomáis a esta vidriera virtual de mi memoria. Las últimas semanas han estado ocupadas por el viaje a Italia y mi “aterrizaje” en Verona. Una vez aquí, y gracias a la gentileza de mis anfitriones en la Universidad, he iniciado un nutrido programa de estudio y conferencias.

Lo cierto es que tampoco quería airear precipitadamente mis primeras impresiones sobre la querida Verona. La realidad es poliédrica, hay que ganársela con el trato asiduo. Así que lo que me ha movido a redactar esta primera entrada veronesa ha sido una consideración de alcance más amplio.

En el avión en que volaba a Fátima, Benedicto XVI se ha dirigido el pasado miércoles a los periodistas. Lo ha hecho en un registro cuyo planteamiento bien merece un comentario. Enlazando los recientes escándalos eclesiásticos de índole moral-sexual con el tercer mensaje mariano recogido por los niños de Fátima en 1917, el Papa ha afirmado que la oración y la penitencia son hoy tanto más necesarios cuanto que los enemigos de la Iglesia están dentro de ella misma: “La mayor persecución de la Iglesia no proviene de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. La Iglesia, pues, tiene una necesidad profunda de aprender de nuevo la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de la justicia”.

Dentro y no fuera. Los escándalos constituyen el caballo de Troya de la comunidad cristiana, a la que –empleando la expresión de Sócrates Escolástico referida al caso de Hipatia de Alejandría– “cubren de oprobio”. Resultan inevitables: brotan de su misma índole, del entrelazamiento de las “dos ciudades” cuya coexistencia subrayó Agustín de Hipona. Ya desde el memorable Vía Crucis a cuya cabeza sustituyó a un exangüe Juan Pablo II, Josef Ratzinger ha trazado descarnadamente el retrato de una Iglesia herida por sus propios pecados, barca zarandeada por intereses espurios.

Miseria y grandeza se hallan implícitas en este admirable reconocimiento. Que, por lo demás, no puedo contemplar como algo externo a mí: converge en el espejo de mi propia identidad. También yo “a la ciudad subo y de la ciudad bajo” –parafraseando a Sinesio de Cirene– manchado, sin poder calibrar hasta qué punto. Pero “no debemos mancharnos más”. En la humildad que nos conduce a la simplicidad y a la transformación espiritual se halla cifrado el secreto. Tal y como resume Pallotti, “renovando nuestra vida, mostramos que estamos agradecidos a Dios”.

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En la imagen: “L’incredulità di san Tommaso”, óleo pintado por Caravaggio entre 1600 y 1601 y conservado en la galería pictórica del palacio Sanssouci (Potsdam).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Pedro Jesús, me gusta este comentario, con estas breves citas, de profundidad esperanzada.