domingo, 25 de enero de 2015

La raíz irracional del fanatismo (3 de 3)







Quizá lo mejor que podamos hacer sea preguntarnos cómo podemos contribuir a un mejor desenlace. Ni que decir tiene que los argumentos sobre seguridad global y protección de las libertades que se han esgrimido estos aciagos días son legítimos y necesarios. Pero quizá haya más.

Son millones los musulmanes que viven en Occidente; y millones sus hijos e hijas que se educan con nosotros. Hace poco, una amiga maestra me contaba que en su colegio –a causa de una deficiente planificación– se ha creado un auténtico gueto de alumnos de origen musulmán; eso incide en el cada vez más residual número de alumnos autóctonos, en las dificultades crecientes a la hora de enseñar y en la menguante efectividad de la enseñanza impartida. 

No se trata de un caso aislado. Sobre esto podemos, debemos hacer mucho aún. El fracaso a la hora de favorecer la integración social de los musulmanes nacidos en Europa –patente en Alemania, en Holanda o en la misma Francia– tiene todo que ver con la incapacidad de generar una educación significativa: una educación que remueva sombrías adherencias culturales para sembrar el germen del pensamiento crítico.

Invertir en educación –también por este motivo– resulta, pues, crucial. Con ella se puede ayudar a tender puentes sin menoscabar la diversidad, a desplegar una vivencia religiosa cribada y abierta; en este caso, una vivencia nutrida por lo que el Islam posee de más preciado: la fe en ese Dios que es “el pietoso”, “el misericordioso”, “el agradecido”. Dar pasos en esta dirección será el mejor modo de honrar la memoria de los asesinados en el corazón de Francia.

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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (16/01/2015). En la imagen: "San Sebastián atendido por santa Irene y su criada" [detalle], óleo de José de Ribera pintado entre 1630 y 1640 (Museu de Belles Arts, València). 


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