Hoy hemos tenido un seminario científico ruspante, como dicen los italianos. O sea: con garra. Ha sido plenamente interdisciplinar. Hasta el final hemos perseverado Iñaki Vázquez (Antropología social y cultural), José Ignacio Rico (ídem), José Luís García Madrid (Fisioterapia), Enrique Arroyas (Comunicación), José Pedro Fuster (Humanidades) y yo. Después de un inicio sereno y de un cortés intercambio inicial de impresiones, el seminario se ha convertido en una batalla campal de las ideas, con el sonido de fondo de Las valquirias de Wagner. Y es que todo giraba en torno a Hannah Arendt, su concepto de la política y la relación entre verdad, historia y deliberación pública. ¡Ahí es nada!
Cada vez estoy más convencido de la necesidad de diálogo intelectual. Suena a banalidad, y debería serlo. Sin embargo, nuestro mundo académico se ha convertido en un columbario de compartimentos estancos. Como si la realidad estuviese compuesta de fragmentos y no fuera ese mundo común y compartido nuestro. En el origen de ese despiece se encuentra el proceso de especialización espoleado por la revolución científica del siglo XVII. Ante la especialización creciente, el esfuerzo de integración requiere cada vez más empeño. Y resulta ineludible: la realidad es una, y nuestra vida es unitaria; sólo si integramos lo disperso podemos hacerlo nuestro. El resto es información, pero no conocimiento (estupenda la reflexión de Leo sobre conocimiento y nuevas tecnologías en su blog Sobre ciencia y comunicación).
De manera que el intercambio de hoy ha sido sumamente provechoso. Además, entender por qué otra persona sostiene una posición contraria a la propia es muy formativo. Significa aprender a comprender. El diálogo con los libros resulta muy útil, y también lo es la confrontación con personas de carne y hueso. Construye. En el fondo, en el diálogo abierto nos encontramos todos. El problema viene cuando no hay diálogo, cuando se pasa por alto la diferencia intelectual. Lamentablemente, creo que esto último sucede muy a menudo en la Universidad española. Existe una saturación formal de información, pero poco intercambio real – y, por lo tanto, poco conocimiento. Fomentar el pensamiento crítico en el diálogo es una prioridad, comenzando por nuestras instituciones universitarias.
Enrique ha propuesto una continuación de nuestro debate, bajo el título “Ciudadanía y multiculturalismo. ¿Debemos invadir Somalia?” Me parece una provocación en toda regla. Y de las mejores: provoca a pensar. Cosa que, a fin de cuentas, forma parte de nuestro modo específico de insertarnos en la realidad. Dicho sea con Heidegger: el ser humano es el único cuya forma de ser parte siempre de una comprensión del mundo. Luego lo de esta mañana ha sido una muestra (más) de humanidad.
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Hannah Arendt (1906-1975) cursó estudios en Königsberg, Berlín y Marburgo: tres ciudades clave de la historia intelectual de Alemania - el Königsberg de Kant, el Berlín de Von Humboldt, Fichte, Hegel, Planck o Einstein y el Marburgo de la escuela neokantiana que lleva ese mismo nombre. Debido a la ley antisemita de 1933, fue inhabilitada para impartir docencia en la Universidad alemana. Se trasladó por ello a París, donde colaboró con la resistencia. Ante la ocupación nazi huyó en 1941 a Estados Unidos. Entre sus obras destacan Los orígenes del totalitarismo (1951) y Eichmann en Jerusalén, una antología de artículos publicados en The New Yorker con motivo del juicio a Otto Adolf Eichmann por crímenes de guerra contra el pueblo judío (1961). Es en esta última obra donde reflexiona sobre la banalidad del mal, dando lugar a un intenso debate que llega hasta nuestros días... y hasta nuestro seminario de esta mañana.
1 comentario:
Pedro:
Dices "Y resulta ineludible: la realidad es una, y nuestra vida es unitaria; sólo si integramos lo disperso podemos hacerlo nuestro".
Me parece súper interesante esta reflexión sobre la fragmentación de la realidad tan propia de esta era que nos ha tocado vivir.
Una propuesta: cuando te apetezca, escríbenos un comentario sobre esta cuestión.
Leo
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