Como esas tardes de verano en las que el sol, después de incendiar durante horas las copas de los árboles, arráncales aún destellos de un fulgor desconocido y prístino: así Miguel Delibes ha desfallecido envuelto en oros de luz crepuscular. Me pregunto a qué se debe la oleada de añoranza que, como una fragancia bienhechora, ha recorrido las almas de los que algo tuvimos que ver con él. La respuesta me viene con la certeza de la primavera que se anuncia en las ramas de los almendros: necesitamos maestros. Personas que quieran hacer de su vida un árbol en el que puedan anidar pájaros cantarines y diversos. Hay hombres y mujeres que son así: en su follaje encontramos abrigo y alimento para aprender la melodía que llevamos en el pecho. Por eso nos acompañan ya siempre –entre la luz y la nostalgia– en cada nota de nuestro canto.
__________En la imagen: "La despedida", por Mario Cajander (fuente: flickr.com).
4 comentarios:
Jaime Marlow me envía un comentario que reproduzco seguidamente: "He sentido muy hondo su muerte, y no sólo porque con él se iba un magnífico escritor: he visto su desaparición como el fin definitivo de una forma de vida, y de un modo de ver la vida. Descanse en paz."
Curioso también me parece llegar a tu blog a través del de Paco Sánchez. Un maravilloso descubrimiento.
Un abrazo,
Antonio Martínez
Me encanta lo que has escrito ¿cómo has podido expresarlo de una forma tan hermosa?
Preciosa entrada. Por cierto, se te echa de menos en la universidad, las clases de ética no son lo mismo.
Un abrazo
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