domingo, 25 de diciembre de 2011

El acorde del Universo


Hay algo en la Navidad que me inquieta. Y que me hace desconfiar. Me refiero a la carrera alucinada por convertirla en un festival consumista, que cada vez comienza antes y desentona más con la realidad mostrenca de los que carecen de tantas cosas. Denostar ese hipócrita espíritu navideño me suele parecer un ejercicio de salud mental.

Y, sin embargo, ésta es sólo una verdad a medias. En su faceta auténtica, la Navidad constituye una honda mediación cultural enraizada en el Evangelio cristiano: el deseo de comunicar a todos, creyentes y no creyentes, que el Universo entero vibra al acorde de un sentido profundo y que ese sentido consiste en el amor: un amor originario, incondicional, que busca ser respondido desde la libertad.

El espíritu de la Navidad se traduce en una red de actitudes de las que nos hallamos profundamente necesitados. El encuentro y la acogida que de ella emanan destilan el antídoto contra la codicia capitalista y el consumo insolidario. El Niño de Belén y el ideal que habita en nuestro corazón se dan la mano: la Navidad hace vibrar el germen mejor de nosotros mismos.

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En la imagen: "El recién nacido", de Georges de La Tour, hacia 1645 (museo de Rennes).

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