La primera guerra mundial, de cuyo inicio conmemoramos este año el centenario, dejó tras de sí una Europa herida en lo más hondo. A los quince millones de muertos y tres de mutilados hay que sumar el acta de defunción de algo más intangible, pero no menos real: la esperanza de los europeos en el advenimiento de esa sociedad más justa, libre y abierta que los desarrollos de las últimas décadas –tanto técnicos y científicos como artísticos y filosóficos– habían hecho barruntar.
La efímera paz de entreguerras fue una huida hacia
delante. Conocemos el rutilante esplendor de los movimientos culturales en los
años veinte y treinta: era la misma gran Europa que reemprendía la marcha tras
cerrar en falso un paréntesis infame. Sabemos también que esa luz fue cegada
por lo siniestro, eso que Freud caracterizó como síntoma de una perturbación
olvidada que resurge. La Gran Guerra dejó en herencia otra aún más destructiva;
albaceas de ese testamento fueron las compensaciones económicas exigidas a los
vencidos, la inflación galopante y el empobrecimiento creciente de las masas
sociales, el odio a las minorías agitado por ideólogos oportunistas, la
confusión entre la lealtad a la patria y el apoyo a la locura.
La polarización del continente cristalizó en esos
años frenéticos y suicidas. Un pueblo no debe dejar lo más importante –el
porvenir de la paz– en manos de castas de poder alejadas de las inquietudes del
hombre de carne y hueso, como pasó en vísperas de la primera guerra mundial y
quizá aún suceda en nuestros días; ni debe confiar ese delicado futuro a
visionarios cuyo horizonte es el de la nación excluyente, como pasó en la
madrugada de furia que condujo a la Segunda Guerra mundial y quizá hoy suceda
todavía.
Esos desdichados años nos han persuadido de hasta
qué punto se puede aniquilar en pocas horas aquello que esforzada y pacientemente
se ha construido durante siglos. En este 2014 haría falta un clamor, una marea
humana, un canto que se eleve en calles y plazas, en pueblos y ciudades para
renovar nuestro compromiso de no volver jamás cien años atrás.
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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (06/03/2014). En la imagen: detalle del Guernica de Pablo Picasso, óleo sobre lienzo fechado en 1937 (Museo Reina Sofía, Madrid).
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