viernes, 22 de enero de 2021

Trump, aprendiz de brujo

 


En la cautivadora película de Disney Fantasía, el aprendiz de brujo emplea un conjuro para dar vida a una escoba. Ésta empieza a verter agua para limpiar la habitación. El problema es que ya no sabe cómo pararla: la escoba sigue y sigue; se multiplica en un trabajo febril, sin freno. Lo que había empezado como un juego inocente se convierte en una pesadilla. La enseñanza de la película –y de la composición de Paul Dukas, y del poema de Goethe en el que se inspira– era transparente: zapatero, a tus zapatos. 
En las páginas de este mismo diario me referí al resultado de las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos como un despropósito (“Donald Trump, de espejismo a error”, Levante, 10/11/2016, p. 3). Ese error se ha evidenciado en distintos frentes de la vida pública: desde el desmantelamiento del ya precario Estado del bienestar a la conversión de los inmigrantes en chivos expiatorios de los males del país; desde la humillación de Estados vecinos como México a la desconexión respecto de los tradicionales aliados europeos; de la negación del desafío ecológico a la negligencia en la reacción a la pandemia por COVID-19. Con todo, quizá sean la convivencia, la concordia y la paz social las que más hayan acusado el golpe. El miércoles 6 de enero tuvimos una prueba de ello. 
Trump mismo había reconocido que no es buen perdedor. Desde antes de las elecciones ya vislumbraba irregularidades en el recuento de votos, sospecha que fue enarbolando, a partir de la noche electoral, como causa nacional. Poco importó que los tribunales no hallasen prueba alguna de ese pretendido fraude, ni tampoco que miembros señalados del propio partido se negasen a apoyar sus acusaciones (entre ellos, el jefe de los republicanos en el senado, Mitch McConnell). La conversación telefónica –revelada por el Washington Post– en la que Trump presionaba al secretario del Estado de Georgia, el republicano Rad Braffensperger, para que encontrase los 11.780 votos que faltaban en orden a recuperar la mayoría en ese Estado, ha sido quizá la operación más llamativa de este declive, de este hundimiento. Hasta el miércoles 6 de enero.

DESENTRAÑAR LAS VARIABLES que dieron pie a la toma del poder por parte de Trump será objeto de una reflexión historiográfica y política para la cual no disponemos aún de perspectiva. Sin embargo, ya sabemos algo. El libro publicado por la sobrina de Trump, Siempre demasiado y nunca suficiente. Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo, revela una parte de la vertiente psicológica del asunto. Mary L. Trump, psicóloga clínica, caracteriza a su tío como narcisista, manipulador, intolerante y sociópata, y expone frustraciones familiares y maniobras adaptativas que habrían contribuido a todo ello. 
Ese perfil tiene sus precedentes políticos en la historia reciente. La segunda y la tercera década del siglo XX fueron escenario de la emergencia de personajes con comportamientos parecidos. En contextos erosionados por la crisis económica, la inflación, el paro y la debilidad de las instituciones republicanas –males remachados por las consecuencias geopolíticas del Tratado de Versalles–, todos ellos se consideraban salvadores de la patria. Establecer paralelismos entre ese período y el presente conlleva el riesgo de deslizarse hacia la historiografía de trazo grueso. Y aun así, el modo en que despreciaban la legalidad y su convicción de estar por encima del marco ético válido para los demás no deja de caracterizar un tipo humano en el que Trump –sus obras– puede verse reflejado. 
El error trumpiano no hubiera sido posible sin la red propagandística que ha permitido el adoctrinamiento de miles de estadounidenses. Durante los años veinte y treinta, en Europa, para llevar a cabo ese proceso hizo falta corroer las instituciones –periodísticas, educativas, políticas– desde dentro, en un desarrollo que tuvo lugar a lo largo de años. A Trump le han hecho falta menos. Se lo han posibilitado las redes sociales, en el aspecto más oscuro y peligroso de su plural y a menudo admirable realidad: las noticias falsas (fake news). Con su actual potencia, este conjuro es nuevo; todavía desconocemos su alcance, sus realizaciones posibles. Pero empezamos a tener muestras.

EL ASALTO DE CENTENARES DE EXTREMISTAS al Capitolio –el noble edificio neoclásico que aloja la cámara de representantes y el senado– es la danza macabra puesta en marcha por el conjuro populista. La insólita reacció de Joe Biden, que se adelantó a los indolentes tuits de Trump, da voz a la ciudadanía. “Las escenas de caos en el Capitolio no reflejan una América verdadera”, ha dicho, “no representan lo que somos. Lo que estamos viendo es un puñado de extremistas dedicados a la ilegalidad”. Importa mucho que los estadounidenses que creen en los mejores ideales americanos hagan escuchar su voz. Como también importa que los líderes europeos tomen nota; no sólo a efectos de política externa, sino también, y sobre todo, en lo relativo al ascenso y a la caída de los espantajos del populismo.
Por eso, cuando el miércoles 6 de enero los extremistas se han acercado al congreso, llenos de ira, para censurar la certificación oficial de la victoria electoral de Joe Biden; cuando esos fanáticos han roto en pedazos las ventanas del edificio y han penetrado en él, ante la –prudente y necesaria– relativa inactividad de las fuerzas del orden; cuando se han hecho fuertes, desafiando al personal del congreso, paseando su soberbia y su ignorancia; cuando todo eso ha sucedido, y Donald Trump ha enviado un par de tuits y ha grabado un vídeo de un minuto pidiéndoles que se fueran; en ese momento, Trump ha intentado hacer lo que el aprendiz de brujo ya no puede. Una vez pronunciado el conjuro, la escoba empieza a moverse.
Trump ha convocado a espectros que danzan con vida propia. Su intento de frenarlos ni siquiera parece creíble. No puede pararlos. No quiere hacerlo. Fue él quien les insufló vida; ha sido el quien ha convocado a sus seguidores a una gran manifestación en Washington contra lo que todavía considera un fraude electoral. Esas fuerzas encarnan las pulsiones más oscuras de su psique. Los hechos del Capitolio son para Trump un doble espejo: de lo que ha desencadenado en la historia colectiva y de lo que emerge de sus propios delirios. Unos delirios que ama: “Volved a casa”, ha dicho a los asaltantes del congreso, “os queremos, sois muy especiales”, “sé cómo os sentís, pero volved a casa, y marchaos en paz”.
La democracia no puede estar en paz si se halla a merced de esos delirios, por mucho que su creador los ame. No puede vivir con las mentiras de que se nutren. Ya basta de aprendices de brujo.

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Traducción de un artículo propio publicado en el diario Levante (16/01/2021, p. 13). En la imagen, una escena del film de Walt Disney Fantasía (Estados Unidos, 1940), publicada con licencia Creative Commons.

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