martes, 2 de septiembre de 2008

Por el mundo



El paso de agosto a septiembre me ha sorprendido desplazándome de un aeropuerto a otro, y ganando horas de reloj a cambio. Pero vayamos por partes. Durante la última semana de agosto he participado en el Kant-Seminar que tiene lugar anualmente en Weltenburg (Baviera) bajo la dirección de Norbert Fischer. Llegué allí tras varias semanas de descanso y gozo familiar en la sierra, al norte de Almería. En Weltenburg han transcurrido días dedicados intensivamente al análisis de la sección más voluminosa de la Crítica de la razón pura, a saber, los capítulos dedicados a la Dialéctica trascendental. En ese contexto tuvo lugar mi conferencia, el lunes 25. Y en ese contexto me zambullí tan ricamente en las aguas del Danubio, que pasaba por allí. Fantástico.

Apenas concluida la semana kantiana me esperaba un viaje a tierras ultramarinas. La Academia Internacional de Filosofía, vinculada a la Universidad Católica de Santiago de Chile, me ha invitado a dictar un curso en torno a Edith Stein durante la primera quincena de septiembre. Así que escribo este post, el primero del año académico, desde la capital chilena.

En la mañana de ayer fui testigo de algunas pequeñeces que me dieron que pensar. Un compañero del Kant-Seminar, el doctor Stabel, nos llevaba a J. Sirovátka y a mí, en su coche particular, a la estación de tren más cercana. Durante el trayecto, la conversación recayó sobre los apacibles pueblecitos del norte de Baviera: "Allí", dijo uno de nosotros con una sonrisa, "todo está aún en orden". Comprendimos inmediatamente a qué se refería, en contraste con el ritmo de las grandes urbes y con cierta desintegración del tejido familiar de la que son víctimas las sociedades occidentales.

Durante esa mañana cogí varios trenes, que me llevaron desde la Baviera profunda hasta el aeropuerto de Múnich. En el último de ellos se sentó frente a mí una pareja de jóvenes japoneses, cargados de maletas... y con un bebé en brazos, que el muchacho entregó a la madre con exquisito cuidado. Ella revisó el atuendo de su pequeño y le recolocó el gorro de lana, con actitud preocupada, mientras el bebé dormía plácidamente. Después, los dos jóvenes se recostaron el uno sobre el otro, hombro con hombro, entre miradas cómplices, sonrisas y comentarios que -a pesar de no saber japonés- entendí con facilidad. No pude evitar pensar: aquí y ahora, el mundo está en orden.

Poco después me encontraba ya en fila frente al mostrador de embarque de Iberia. Frente a mí, una familia española: los padres y dos hijos - la chica mayor, en torno a los catorce años, resolvía sudokus sentada en el suelo; el zagal, en torno a los ocho, hablaba de mil cosas, se metía con su hermana y abrazaba de vez en cuando a su madre. Abrazos largos, acompañados por una sonrisa de confiada felicidad. Y, de nuevo, no pude evitar pensar: aquí, en este momento, el mundo está en orden.

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En la imagen: el río Danubio, a su paso junto al Kloster Weltenburg, sede del Kant-Seminar.

4 comentarios:

Ángel dijo...

En el momento en que vuelvas y tengas oportunidad de echar un vistazo al telediario de A3 desaparecerá de tu magín esa errónea percepción.

Leo García-Jiménez dijo...

Pedro! Enhorabuena por tus brillantes incursiones veraniegas-académicas. Cómo vas ahora por Chile? No dejes de contarnos.

UN abrazo,

Anónimo dijo...

Aquí no hay orden ninguno. Nadie está donde debería estar.

Y malditos sean, durante siete generaciones, todos los causantes.

Pedro Jesús Teruel dijo...

Ángel y Leo: ¡qué maravilla, que podamos comunicarnos de este modo! Os escribo desde Santiago a las 16:20 h., cuando en Murcia serán las 22:20 h. Impresiona el dominio que hemos adquirido del espacio-tiempo...

¡Atacayte! No me engañas, sé quién eres: un personaje de una obra de Shakespeare. Así que no te sientas amparado por la impunidad :)